Liseth Burbano, de la Escuela de Medicina de la UIDE (Quito), fue asignada a un centro de salud en Súa. Foto: Archivo Particular
Solo había un tanque de oxígeno para 10 000 habitantes de una zona apartada de Los Ríos. Cuando la pandemia estalló en Ecuador, en marzo 2021, el médico manabita José Luis Aguirre cumplía el tercer mes de su año rural en un dispensario público del cantón Buena Fe.
Cada día llegó a captar 30 pacientes con covid-19. Tres o cuatro arrojaban valores críticos de saturación de oxígeno en sangre, entre 70 y 80.
“Solo podíamos dar oxígeno a una persona -recuerda aún impactado-. Derivamos a los hospitales, pero estaban colapsados”. Varios de quienes esperaban murieron.
La emergencia sanitaria ha representado un doble reto para médicos egresados de las universidades, que cumplen con un año de servicio en alejados territorios. Les advierten que se toparán con vetustas infraestructuras, con pocos insumos, con agrestes rutas.
Pero en medio del caos por el coronavirus trabajaron por horas, conservando una mascarilla por días, exponiéndose al virus. Aguirre, de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí, lidió con una urticaria por meses como consecuencia del covid.
“A más del estrés fuimos discriminados -agrega-. Nos veían con el uniforme y la gente se alejaba, escupían en el piso”. Ahora comprende que era por miedo y desconocimiento.
Cada año, unos 10 000 profesionales sanitarios van a zonas rurales del país. Usan buses, motos, canoas, avionetas, caballos o van a pie para llegar a sus pacientes.
Unos 4 200 son médicos, que viajan en enero y septiembre. La mayoría se instala en las lejanas comunidades, con 500 a 3 000 habitantes, con los USD 870 que reciben del Estado.
John Farfán es el presidente de la Asociación Nacional de Médicos Rurales (Anamer) y culminó su práctica en el cantón Macará, en Loja. Estuvo en la frontera sur, alertando sobre los síntomas del coronavirus, antes del toque de queda.
Luego todo cambió drásticamente. Llegó a trabajar 22 horas diarias, rastreando cuadros respiratorios casa por casa, tomando muestras nasofaríngeas, angustiado por su familia y capacitándose en psicología para contener la ansiedad.
“Nos llamaron héroes sin capas, pero eso se ha olvidado”. Lo asegura porque hubo atrasos en el pago de salarios y escasas prendas de protección. Ahora piden que la vacunación cubra a todo el personal rural porque el riesgo persiste.
Liseth Burbano culminó sus estudios en la Universidad Internacional del Ecuador y desde septiembre se unió al equipo que atiende a 14 000 habitantes en Súa, Esmeraldas. Un mes después contrajo el virus.
Los médicos con covid-19 van a aislamiento y son reemplazados por otro profesional que viaja desde una comunidad cercana, dos o tres días.
A la semana, 30% de la jornada se cumple en el centro de salud, donde han adecuado áreas separadas de triaje para pacientes respiratorios. El 70% del tiempo atraviesan escabrosos terrenos.
Burbano, de 27 años, ha improvisado charlas en aceras y ha realizado chequeos al paso a niños que sonríen al sentir su helado estetoscopio; será pediatra. Es una labor que mantiene pese al dolor de espalda que le dejó la infección.
Fuera de la pandemia, hay una realidad sanitaria que intentan aliviar. Gastroenteritis, desnutrición infantil, diabetes e hipertensión en adultos mayores, y anemia en el embarazo se enfrenta en el área rural.
Aparentemente se controlan con un sencillo tratamiento. Pero la debilidad es la falta de medicinas y, a veces, reciben varias a punto de caducar.
Adrián Parra, de 28 años, está convencido de que sin el traslado de médicos rurales muchos pacientes desarrollarían cuadros graves. Él viajó de Guayaquil a Bolaspamba, en Loja, hasta donde llevó su motoneta para dar atención.
Esa es solo una muestra de ir más allá del trabajo. En sus consultas, Parra recuerda que detectó una severa anemia en una embarazada. Los latidos del bebé eran débiles y optó por derivarla a un hospital.
Con su apoyo económico, la mujer completó los chequeos y tuvo una niña que ahora ve en consultas periódicas.
En el día a día, estos médicos encuentran historias que los marcan. Burbano aportó a la recuperación de una paciente de 102 años, afectada por un accidente cerebrovascular.
Su familia pensó que no se podía hacer nada, pero ella insistió en su traslado a un hospital. En el centro de salud se despidieron.
Ahora la visita en casa, tras superar la enfermedad y también el covid. “La carrera nos forja como seres humanos”.