El fin de semana pasado se llevó a cabo una megaminga en el barrio Huarcay Luz y Vida, en La Ecuatoriana. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
Gracias a ella se abrieron caminos, se construyeron acequias, se levantaron escuelas y casas comunales… Desde su aparición, hace más de 3 500 años en las culturas andinas, la minga es sinónimo de convivencia, de buena vecindad, de solidaridad, de trabajo mancomunado que se ve reflejado en la mejora de la calidad de vida de la gente.
Pocas actividades demuestran tanta generosidad como la minga: dar tiempo, sudor, esfuerzo, a cambio de -en el mejor de los casos- un sánduche o un almuerzo. La palabra minga es quichua y significa ‘trabajo comunal’, explica el antropólogo Leonidas Rojas.
¿Por qué, pese a ser un trabajo duro no remunerado, se mantiene? La respuesta para Rojas es clara: el bien común tuvo y tendrá mayor peso que el personal. Aclara que una de las particularidades de la minga es que no es vista como trabajo sino que está asociada a la reciprocidad, propia de la sociedad andina, al dar y recibir.
En la segunda mitad del siglo XV, la minga fue obligatoria para construir caminos y obras importantes. A cambio de la mano de obra se les entregaba a las comunidades rurales pedazos de tierra. Durante la Colonia y la Independencia, la minga fue utilizada por la autoridad para hacer obra pública, iglesias y conventos.
La mayoría de los templos levantados en las parroquias rurales fueron realizados en minga: unos ponían materiales, los más fuertes los trasladaban, los más hábiles levantaban las paredes, las mujeres cocinaban y, finalmente, las más jóvenes repartían el alimento al mediodía, cuenta Jorge Moreno, historiador docente de la Universidad Católica.
La minga sobrevive como forma idealizada de trabajo cooperativo y autogestionado. En pleno siglo XXI aún hay sectores donde se hace de la minga una fiesta. En la Roldós, dos terrenos baldíos fuero convertidos en parques con canchas y juegos infantiles, gracias al trabajo de 900 vecinos, según cuenta Leonardo Cuestas, presidente barrial.
En Uyachul, los vecinos con pala en mano llevaron el agua desde la vertiente en la montaña hasta sus casas. En Cotocollao Alto, vecinos de 14 barrios abrieron cunetas, adecentaron las vías y llevaron a cabo un proyecto de reciclar sus desperdicios. Mientras que en San Antonio se reforestó la quebrada Santa Ana, con la ayuda de la comunidad y de los alumnos de la Unidad Educativa Mitad del Mundo. El listado sigue: Atucucho, Pisulí, Catzuqui de Velazco…
Aquello que en Quito aún forma parte de la convivencia, especialmente en sectores rurales, en otros países es desconocido. Rojas explica que solo en Ecuador, Perú y Bolivia aún se conserva la minga como un trabajo voluntario y comunitario que sirve para suplir la falta de atención de los gobiernos.
Jorge Moreno asegura que la minga tuvo su auge la década de 1960, cuando la sociedad mestiza la usaba para atender obras públicas. Fue parte de la convivencia hasta la década de 1980, cuando la autoridad comenzó a asumir el papel de dador de obras y los ciudadanos empezaron a argumentar que si pagaban impuestos podían exigir el trabajo y ya no hacerlo. Así, la minga no desapareció, aunque bajó en intensidad.
Rojas califica a la minga como un tesoro comunitario que más allá del beneficio que implica una mejora del espacio público, genera un valor agregado: la convivencia. En la minga se afianzan lazos, es una forma de apropiarse del territorio y de generar un espíritu de pertenencia.
Esa es una de las razones por las cuales el Municipio se ha empeñado en no dejarla desaparecer. Hasta el momento, más de 11 000 personas han participado de manera directa con el programa Megamingas, que arrancó en junio del 2016 y que busca dar soluciones a necesidades de barrios que durante décadas han permanecido desatendidos.
José Luis Guevara, secretario general de Coordinación Territorial y Participación Ciudadana, asegura que desde entonces se han realizado 34 megamingas, con una inversión aproximada de USD 510 000.
Cada una de ellas tiene un valor de más de USD 15 000.
En las megamingas participan los vecinos, maquinaria pesada municipal y cerca de 40 funcionarios de las administraciones zonales, Epmmop, Emaseo y Epmaps. De esta menera se han mejorado vías, áreas comunales, áreas verdes y deportivas. Se limpian espacios públicos, sumideros y hay la recolección de escombros, tereques, basura y maleza.
En lo que va del 2017 se han realizado dos. La última fue en el barrio Huarcay Luz y Vida, de la parroquia La Ecuatoriana en Quitumbe. Participaron cerca de 200 vecinos y se benefició a 900 moradores.
Una de las labores principales fue aplanar 880 metros de vías y la implementación de cunetas en cinco calles.
Con trabajos similares se ha llegado a barios como La Lucha de Los Pobres, San Carlos del Sur, Jesús del Gran Poder, Sahuangal, El Condado, La Pampa, La Hospitalaria, Cocotog, Otón de Vélez…
Guevara asegura que mensualmente llegan decenas de pedidos para realizar mingas en varios sectores. Los pedidos son analizados en una mesa de trabajo, en la que todas las administraciones zonales exponen sus requerimientos.
Se da prioridad a los barrios que han sido históricamente menos atendidos y con más necesidades básicas insatisfechas y más pobladas.