Parte de la Saracay-Piñas colapsó en marzo pasado. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
Las rocas caen por una pendiente de 15 metros de alto. Arrastran la tierra rojiza, que se desliza con el paso de la maquinaria que trabaja desde arriba.
En San Juan de Cerro Azul, cantón Atahualpa, la montaña se desplomó el 20 de abril pasado. Una avalancha cortó 200 metros de la vía Buenavista-Vega Rivera-Paccha-Zaruma, una ruta alterna que conecta con la parte alta de El Oro.
Unos 500 000 m³ de tierra bloquearon la circulación por esta obra de mejoramiento, contratada por el Gobierno. Un hombre de 89 años murió cuando intentaba pasar a pie.
Entre enero y abril, las lluvias superaron en un 164% el valor histórico registrado en la estación meteorológica de Santa Rosa. Es el excedente más alto del Litoral y su impacto se reflejó, principalmente, en las carreteras.
“Por cinco años no tuvimos inviernos fuertes. Ahora nos ha golpeado”, dice Exar Quezada, alcalde de Atahualpa.
El agua colapsó alcantarillas, muros, causó socavones y deslizamientos en 19 km de vías de primer, segundo y tercer órdenes, según la Secretaría de Gestión de Riesgos. Estos cierres afectaron a la movilidad y la producción agrícola y minera.
La red vial estatal sufrió los daños más severos. El Ministerio de Transporte y Obras Públicas está a cargo del mantenimiento de 188 km, en los que Gestión de Riesgos identifica 10 km afectados.
Volter González, director distrital de Obras Públicas, calcula que la atención por el temporal les ha costado el 60% de los USD 700 000 de presupuesto anual para mantenimiento vial, es decir, 420 000. Pero para los arreglos definitivos proyecta que necesitarán otros USD 650 000. “Las lluvias siguen y se podría llegar al millón de dólares”.
El hundimiento en Las Bateas, en la ruta Saracay-Piñas, fue uno de los más graves. Los 50 metros de vía que la fuerza del agua se llevó el 20 de marzo último aún no son reparados.
Los vehículos se turnan para pasar por un carril improvisado junto a la montaña, rodeada por piedras desprendidas. Es el principal ingreso a los cantones Piñas, Zaruma, Portovelo y Atahualpa y su cierre dejó casi incomunicados a 90 000 habitantes, durante seis días.
Para el alcalde de Piñas, Jaime Granda, este no es el único problema con las vías. Dice que hay grandes baches, alcantarillas destruidas y deslaves en sitios como la ‘curva de la muerte’, en la ruta Piñas-Portovelo. “Hace tres meses cayó una roca sobre un auto y una niña murió. Requerimos obras que garanticen seguridad”.
Ante los reclamos, el director de Obras Públicas habla de un estudio para mejorar la vía desde Saracay hasta Zaruma, con un carril adicional en ciertos tramos. Fue anunciado en el 2014 por el alcalde de Zaruma, Jhansy López, pero aún no se ejecuta. En el ingreso a este cantón, dos rocas de 1 metro de diámetro flanquean la curva
llamada ‘la nariz del diablo’.
El Oro ha tenido 202 eventos adversos por las lluvias; 109 fueron deslizamientos.
En la vía Saracay-Balsas, parte de un carril quedó en el aire y un tramo de 20 metros fue arrasado por una quebrada, según el alcalde de Balsas, Manuel Pinto.
“No previnieron que los taludes podían caerse, no limpiaron alcantarillas ni cunetas”, dice el prefecto Esteban Quirola. La Prefectura tiene a su cargo 4 500 km de caminos de segundo orden, que sirvieron de paso alterno por los cierres. Según Gestión de Riesgos, solo 1 km de estas vías fue afectado por las lluvias.
El director de Obras Públicas recalca que el invierno ha sido extremo y añade la fragilidad del suelo. “Es terreno arcilloso, que aumenta su densidad por la lluvia y se precipita”.
Un mapa de Gestión de Riesgos alerta que el 36% de El Oro tiene alta o muy alta vulnerabilidad a movimientos en masa. Para mitigación, aconseja, hacer bermas -o terrazas- de estabilización con geomembrana.
González dice que las geomembranas son costosas y que las terrazas, con cortes tipo escalones, son más usadas para frenar la caída brusca de tierra. “Cuando son vías nuevas hay deslizamientos hasta que el terreno halla su estabilidad”, dice, por el colapso en Cerro Azul. Allí había terrazas pero no soportaron la carga de agua. Ahora, las máquinas hacen otras, una tarea que tardará dos meses.