Bomberos de Perú también colaboran en la zona del desastre. Foto: Paúl Rivas/ EL COMERCIO
El campamento está repleto. Solo las banderas que aparecen sobre las carpas dejan saber socorristas de qué países llegaron para ayudar al Ecuador tras el terremoto del sábado 16 de abril del 2016. Allí están venezolanos, cubanos, españoles, mexicanos.
Todos se encuentran acampados en un terreno que está detrás del ECU-911 de Portoviejo.
Junto a ellos aparecen ecuatorianos de la Cruz Roja y militares vestidos con uniforme camuflaje y armados con fusiles.
El fuerte sol desaparece poco a poco. Los expertos descansan. El cubano Rafael Velasquez está por cerrar la jornada con Andy, el perro especializado en rescate de personas desaparecidas en desastres.
Rafael y otros compañeros que manejan nueve escuadras caninas llegaron el domingo y dice que es la primera vez que trabaja fuera de su país.
Rastreó sobre los restos que quedaron de los edificios de Portoviejo, pero no había pistas de sobrevivientes y los muertos ya habían sido recuperados.
En una de esas operaciones recibió la carta de un niño que había perdido a sus familiares.
El papel lo tiene en su billetera y mientras habla lo saca y lee: “eres el mejor del mundo, eres mi héroe. Gracias por tu apoyo”, le dijo el pequeño. “Lo único que hice cuando vi esto fue llorar, porque yo también tengo un hijo de nueve años que está en Cuba”.
Historias similares se repiten en cada especialista. Moisés Bellich y su equipo de la ONG Intervención, ayuda y emergencia de España dice que 17 de ellos arribaron el miércoles y al realizar el rastreo tampoco hallaron personas con vida.
Desde 1999, el grupo tiene 11 experiencias internacionales en terremotos.
La noche cae y casi a la salida del campamento aparecen Luis y Geovanna Loor, dos hermanos que en el terremoto dicen no haber perdido nada.
Por eso y “en agradecimiento a Dios” todos los días entregan comida a los rescatistas, médicos, psicólogos que están en el Ecuador.
Este lunes 25 de abril Luis preparó 300 platos. El menú fue menestra de cerdo, arroz, lentejas y atún.
Su familia mató una vaca, para atender a todos los que ayudan.
El día del sismo, su esposa estaba en el segundo piso y él jugaba. “Llegar a ella fue una eternidad, pero gracias a Dios no nos pasó nada. Por eso hacemos todo esto”, dice.