Ruiz trabaja en el Consejo de Protección de Derechos del Municipio de Daule, Guayas. Enrique Pesantes / EL COMERCIO
En diciembre del 2013, Jéssica Ruiz perdió sus manos tras ser atacada con un machete. Hoy ayuda a otras mujeres. Aquí su testimonio:
“El papá de mis hijos me cortó las dos manos de un solo machetazo. Era 8 de diciembre del 2013 cuando me atacó en medio de la calle. Recuerdo que ya había anochecido. Eran cerca de las 21:00 y yo caminaba de regreso a mi casa, junto al mayor de mis dos hijos. Él apenas tenía 7 añitos.
Su padre se me acercó con furia, pues cuando nos separamos, ocho meses antes, juró que me mataría. Cuando lo vi, solo avancé a cubrir a mi pequeño y le dije que corriera rápido a la casa de sus abuelos.
En ese momento sentí un fuerte empujón y cuando alcé la mirada vi que el machete iba a caer directo en mi cabeza. Levanté mis manos para protegerme y cuando las bajé escuché los gritos de mi hermana.
Mis manos quedaron colgadas. Mi hijo dejó de correr, me regresó a ver y se desmayó. Intenté levantarlo, pero no podía. Las manos no me respondían. Una vecina lo tomó en sus brazos mientras a mí me llevaron a un hospital en Daule (Guayas).
Una hora duró el trayecto. En ese tiempo no sentí dolor. Lo único que hacía era orar a Dios para que me permitiera vivir. Le dije que no importaba si perdía los brazos, pero que me dejara ver crecer a mis hijos.
Ruiz trabaja en el Consejo de Protección de Derechos del Municipio de Daule, Guayas. Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Al siguiente día mi otro pequeño cumplía 3 años. Tenía planificado comprarle una tortita y hacerle una comida.
Mientras eso pasaba por mi mente, los médicos de Daule me dieron los primeros auxilios y me enviaron rápido a Guayaquil, en una ambulancia.
Cuando llegué al Hospital Luis Vernaza me desmayé, había perdido mucha sangre. Al otro día me desperté y ya no tenía mis manos. Me habían vendado.
Era curioso, porque pese a que sabía que las habían amputado aún sentía mis dedos.
Esa sensación fue desapareciendo con el tiempo. Pasé un mes y nueve días en el hospital. La Navidad y el Año Nuevo no vi a mis niños. El 1 de enero me los trajeron. Lloré y los besé.
Ese día me prometí que a pesar de todo lo que ocurrió siempre los iba a cuidar. Desde ese momento todo fue difícil, pero no imposible. En el hospital me donaron unas prótesis.
Eran muy pesadas, me dolía todo el cuerpo. Pasé siete meses aprendiendo a manejarlas. Tomaba cosas pequeñas como hojas o la cuchara para comer.
Además, pasé por un largo tratamiento psicológico. No por mí, sino por mi pequeño de 7 años. Él tenía mucho rencor por su padre. Decía que cuando crezca le iba hacer lo mismo. Fue muy difícil conseguir que esos malos pensamientos salieran de su mente. Tuve momentos de desesperación, en especial los primeros meses, porque ya no podía cocinarles a mis niños. Tampoco podía bañarlos ni acariciarlos.
En julio del 2014 empecé a trabajar en el Municipio de Daule, en la parte administrativa. En mi primer día me recibió el Alcalde. Poco a poco aprendí a manejar la computadora. Yo no terminé el colegio. Antes del ataque solo me dedicaba a cuidar mi casa en el campo.
En febrero del 2015 me transfirieron al Consejo de Protección de Derechos de Daule.
Allí me ayudaron a perder el temor a la gente. Cuando salía a la calle me miraban las prótesis. Creía que me juzgaban; me sentía avergonzada.
Esas preocupaciones desaparecieron. Hoy ayudo a las personas maltratadas; me identifico con las mujeres que sufren violencia intrafamiliar.
A ellas les cuento mi historia y les digo que no permitan ningún tipo de agresión. Muchas chicas llegan y me dicen que solo les empujaron o que es la primera vez que las golpean.
Les explico que esas agresiones pueden llegar a la muerte si no las frenan a tiempo.
Hace cuatro años me volví a enamorar y tuve una niña. También fue un desafío. Me sacaba las prótesis para amarcarla y darle el pecho. Quería sentirla. Cuando empezó a dar sus primeros pasos le sujetaba con las prótesis.
Lo único que no podía hacer era cambiarle el pañal por miedo a lastimarla.
Ahora quiero que mis hijos estén más orgullosos de mí y por eso desde hace un año volví al colegio. Ya terminé mi segundo año de bachillerato. Estudio virtualmente en las noches, de lunes a viernes.
Puedo decir que soy feliz y que agradezco a Dios por haberme escuchado cuando le supliqué en esa ambulancia.
De mi expareja solo sé que fue detenido un mes después del ataque. Un juez lo condenó a 17 años y seis meses de prisión por tentativa de asesinato.
Hoy esa pena sería más grave, pues en el 2014 recién apareció la figura del femicidio“.