Con fragmentos de huesos de donantes cadavéricos, en el Andrade Marín se reconstruyen brazos y piernas. El 80% de pacientes llega tras un accidente en moto. Óscar Moreira es tratado en el Hospital del Seguro Social en Quito, por un trauma en el brazo. Patricio Terán / EL COMERCIO
Cuando a Óscar Moreira, de 28 años, se le pregunta si volvería a manejar una moto, no duda en responder que no. Que “jamás”. Y tiene razones para hacerlo. Ese vehículo, que le costó USD 2 400, no sufrió ningún desperfecto. Pero él corrió otra suerte, tras el impacto con un taxi al salir de la granja de pollos en donde laboraba.
Al exmotociclista casi le amputan el brazo y su pierna izquierda también quedó fracturada.
“Gracias al cielo me salvaron el brazo y la mano”, reitera y mira, con la fe de un creyente en Dios, a Paulo Zumárraga, jefe de la Unidad de Lesiones Complejas de Traumatología, del Hospital Andrade Marín, del IESS, en Quito.
Este médico precisa que el hombre, oriundo de Pedro Vicente Maldonado, llegó con un trauma severo en el brazo, con una pérdida del 60% del cúbito, el hueso largo de esa extremidad. Además con los tendones extensores arrancados. Y una fractura en la tibia y pérdida de tejido en el muslo.
Hasta ahora, los gastos de la primera fase llegan a USD
40 000. La segunda etapa, cuando cicatricen las heridas, incluirá un injerto de tendones de las manos. Tras esa intervención, en algunos meses, quizá recupere la movilidad del brazo en el 70%. Los tendones son esas cuerdas blancas que unen los músculos con los huesos y que hacen posible el movimiento de los dedos.
Por ahora le colocaron unos espaciadores móviles, para que la mano no se ponga rígida. Nos interesa cuidarlas –anota Zumárraga– porque tras una amputación lo que se usa en general son órtesis con ganchos o prótesis de plástico, que son más estéticas que útiles. Con manos propias podría sostener un vaso, etc.
¿De dónde provienen los insumos para injertos óseos?
De donantes cadavéricos. Cuando
en este hospital fallece un paciente, se analiza si es apto para extracción de órganos, tejidos y huesos. Se busca entre quienes sufren muerte cerebral, de 18 a 60 años, y que en la cedulación no hayan expresado su negativa a ser donantes.
El equipo que rescata miembros emplea una técnica llamada ‘cosecha de huesos’. A diferencia de un riñón, que requiere que le llegue sangre para mantenerse, el hueso cosechado se congela, no tiene células. Desde los noventa se empezó a realizar injertos cadavéricos; solo usaban lo rescatado de pacientes a los que se les colocaba prótesis de cadera.
Años atrás se sabía de la venta de tejidos traídos de Colombia y EE.UU. Con la Ley de Donación y Trasplantes, del 2011, hay un protocolo.
Para el injerto solo ocupan la matriz, un chip o pedazo del hueso. Nunca, por ejemplo, el fémur completo se trasplanta; sería muy complejo hallar dos personas de igual talla.
La idea es que las células propias del receptor vuelvan a invadir ese hueso injertado y den lugar a la generación de uno nuevo.
Los médicos recogen, con suma delicadeza, huesos de todo el cuerpo: pelvis, piernas… y en su lugar colocan tubos. Todos los órganos se envían al Banco Nacional de Tejidos y Células (Bantec), en el Hospital Eugenio Espejo.
Es parte del Instituto Nacional de Donación y Trasplante de Órganos,
Tejidos y Células (Indot).
El Bantec se encarga de la extirpación, procesamiento, almacenaje y distribución del tejido óseo. Bajo criterios de bioseguridad se procesan los tejidos y en el caso de los óseos, se pueden almacenar por cinco años a menos de 80°C.
Karla Bravo, de 24 años, esperó seis meses por un injerto, entre el proceso de reconstrucción, que incluye la labor de bacteriólogos, cirujanos, psicólogos e infectólogos. Y el uso del VAC, aparato que succiona secreciones, gotea antisépticos y genera tejidos para la cicatrización. Ya mueve los dedos del pie. Su rodilla alcanza una flexión de 30 grados, camina con muletas.
Llora al recordar que en Bosque de Oro 2, en Puerto Quito, iban por un baipás ella y su hermano, a bordo de una moto. Chocaron. Su hermano murió. Ha pasado un año y siete meses. Su pierna lucía destrozada, aplastada. Iban a amputársela desde la cadera, lo que le traería dificultades hasta para sentarse.
Con el injerto, la inversión en su atención alcanzará los USD70 000. Y faltan más etapas.
Por casos como el de ella, en el que una moto está involucrada, Zumárraga pide a la Asamblea declarar a ese vehículo problema de salud pública. El 80% de quienes llegan a Traumatología conducía una motocicleta. “Hay empresas que promocionan motos como vehículos para evitar el tráfico”, se queja.
En otro accidente, en el 2008, Gladys Villavicencio, de 48 años, sufrió daños en el fémur de sus piernas. Hoy se siente agradecida. Lleva tres meses caminando. Y eso le suena milagroso. Se desplazaba en silla de ruedas y con muletas. Con los injertos recuperó movilidad y la independencia.
En contexto
En el 2016, en el 30% de casos de fallecidos en accidentes de tránsito estuvo involucrada una moto. En ese mismo año, en el 20% de siniestros hubo una moto, frente al 38% en automóvil, 14% en camionetas y otros, según la Agencia Nacional de Tránsito.