Un hombre de 42 años fue arrastrado, dentro de su taxi, por la corriente de la quebrada El Conde, en el sur de Quito. Foto: Betty Beltrán/ EL COMERCIO.
No deja de llorar. Guarda luto riguroso y sus lamentos se escuchan por toda la casa en donde vivía, hasta el viernes 17 de abril del 2015, su hijo Luis Patricio Balladares Pila.
Aquel día, el hombre de 42 años fue arrastrado, dentro de su taxi, por la corriente de la quebrada El Conde, en el sur de Quito. Ocho días después, varias unidades de rescate lo siguen buscando. El operativo se ha extendido desde el lugar del accidente hasta Guayllabamba.
La espera lacera el corazón de doña María Pila, de 75 años. Tanta es su aflicción que, por las noches, no pega los ojos. Y en las madrugadas -cuentan su hijo Fabián Balladares- se la oye que camina por los pasillos y musita el nombre de su vástago perdido entra las aguas.
Ese mismo dolor lo tiene don José Balladares, de 79 años. Cuando habla de Luis Patricio, sus ojos se tornan rojos y acuosos: “Él me mantenía, él me venía a ver (en Pujilí), ahora quien me ayudará. Él era el papá de la casa, ahora se acabo mi hijito”.
Tras esa frase, el llanto incontenible se confunde con un mismo lamento:”!Hay mi bonito, hay mi negrito, por qué me dejaste, dónde estás, aparece pronto…!”.
Cuando la pareja está en la casa de la Argelia Alta, entre las calles Cuyabeno y Marcabelí, no sale de la habitación que era de su hijo (5 por 6 metros). A un costado de la cama, en una mesa de madera, se ha colocado un altar con las fotos de Luis Patricio y una veladora.
Con fervor, estos padres rezan al Niño de Isinche. Son muy devotos de esa imagen y todas las tardes, alrededor de las 18:00, se escuchan sus padres nuestros y sus aves marías. No faltan los lamentos, las lágrimas…
A la hora de sus oraciones se suma el resto de la familia del taxista arrastrado por la corriente. “Hay momentos que ya perdemos la esperanza y en otros instantes, estamos con fuerza para seguir buscando junto con los rescatistas”, indica Rubén Balladares, otro hermano del desaparecido.
La búsqueda es dura, pero “mucho más mirar a los ojos de mi madre y decirle que no lo encontramos”, precisa Fabián.
Y ese miedo se repite todas las tardes, cuando se suspenden las labores de búsqueda: “A eso de las 16:00 regresamos a la casa, nos demoramos en llegar. Mi mamá está en la puerta de calle para saber si lo encontramos, pero solo con vernos ella sabe que la búsqueda fue infructuosa. Da la media vuelta y grita que también quiere morir”, cuenta Rubén.
Si no encuentra a su hijo, dice doña María, “no me encontraré conforme, no saldré de Quito, no importa que mi casa (en Pujilí) esté botada. No me voy sin mi hijo. Aquí estaré esperándole, hasta que me seque”.
Otras angustias
Pero la angustia de esta familia no es solo por encontrar a su pariente. Tienen otras preocupaciones: “Los hermanos (13 en total), tíos y sobrinos estamos colaborando con la búsqueda y han dejado de trabajar por dedicarse a encontrar al pariente. Ya son ocho días y el dinero escasea”, señala Rubén.
En la casa donde vivía Luis Patricio han instalado el punto de encuentro de la familia que, aseguran, no cesará en su empeño de encontrarlo. Allí han hecho cama general y a las 05:30 se levantan y se preparan para, a las 06:30, salir a la búsqueda.
Cuando encuentren a Luís Patricio, confiesan, lo velarán en la habitación que ocupaba y luego lo llevarán a Pujilí, para que descanse en paz junto a su hermano que, hace cinco años, falleció en España. Él tenía 25 años.
Con sus dos hijos cerca de ella, doña María se sentirá en paz, aunque con el corazón destrozado. Y ahí se dedicará, en cuerpo y alma, a rezar a su Niño de Isinche para que, como insiste, proteja las almas de sus dos hijos más queridos, los más amorosos.