El lado nororiental del volcán Cotopaxi muestra las gruesas capas de nieve, que no han sido cubiertas por la ceniza y que sobre el sector sur cae como lluvia. Fotos: Vicente Costales / EL COMERCIO
El volcán Cotopaxi muestra sus dos caras, tras su reactivación. La una es blanquísima, seductora, misteriosa, inmóvil… La otra: oscura, gris, apagada, tétrica; toda ella envuelta por gigantes nubarrones.
Este volcán -en proceso de erupción desde el 14 de agosto- revela su dualidad en un día soleado, en un recorrido dentro del Parque Nacional Cotopaxi. Es un 10 de septiembre.
Patricia Mothes, Roberto Topanta y Marco Yépez, técnicos del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional, ascienden a su cara amable, en el lado nororiental. Su nieve se conserva intacta, sin una huella de sus explosiones ni emisiones de ceniza y gas.
En general, toda esa zona del parque y las faldas del coloso, de 5 897 metros de altura, están limpias. Caballos salvajes, ganado vacuno, venados, conejos y osos se mueven y se alimentan en paz. Las águilas planean cerca de esa cara pacífica. Sí, pacífica, así se la ve, a 3 kilómetros de distancia en forma lineal. De su boca apenas salen bocanadas de vapor.
A esa distancia, Mothes y sus colaboradores taladran sus faldas, a 4 900 metros de altura. En una roca sólida del tamaño de un piso de una casa colocan instrumentos de nombres raros (un inclinómetro y un pluviómetro), y una antena para la transmisión de datos, que luego llegarán a los equipos del
La vulcanóloga Patricia Mothes asciende hacia el lado nororiental del Cotopaxi.
Quieren tomarle el pulso. En palabras técnicas, el inclinómetro detectará si hay un ensanchamiento del volcán (un indicador de su comportamiento) y el pluviómetro registrará cuánta lluvia cae.
Tras cuatro horas, la expedición es un éxito. Lo dice Mothes y todos aplauden frente al volcán silencioso, ya casi llegando la noche (17:10).
La tarea no comenzó ese día, de vientos glaciales y una pequeña nevada repentina en forma de escarcha. Tomó tres meses, hasta encontrar el lugar apropiado para estos equipos de los 59 instaladas alrededor del coloso. La roca volcánica (que no es de su última erupción en 1877) fue la ideal para los instrumentos.
Llegar a ese lugar, desde la entrada del parque -cuyo acceso fue cerrado a los turistas tras las primeras explosiones-toma cerca de dos horas de viaje, en carro y caminando.
Al inicio, la travesía avanza en medio de nubes de ceniza, sin poder ver nada, hasta media hora después que aparece el Cotopaxi de cara triste. La ceniza parece haber devorado su nieve y ha espantado a todo ser vivo. No hay nada. Por ahora, este volcán pacífico y peligroso, a la vez, está calmado y nos tiene en alerta amarilla.