Incidentes entre manifestantes y militares alertaron a los residentes de las viviendas cercanas a la Ruta Viva, la madrugada del sábado 12 de octubre del 2019, cuando en Quito rige el toque de queda, decretado por Lenín Moreno. Foto: Captura de pantalla
Era algo más de las 20:00 del sábado 12 de octubre del 2019 en Cumbayá, parroquia ubicada en el nororiente de Quito. La mañana había transcurrido tranquila, salvo por la congestión de aquellas personas que se agolparon en las tiendas y aprovisionarse ante la incertidumbre de no saber cómo ni cuándo va a terminar la crisis generada en la capital del Ecuador, por las manifestaciones.
En el décimo día de las protestas, se había reportado que en distintos puntos de Quito y de los valles se registraba suspensión del tránsito en las vías y se hablaba de cortes de agua. Y por la tarde, ya pasada la hora del toque de queda, algunos llegaron al parque para jugar ecuavóley, como si lo que ocurría en Quito era algo ajeno y distante.
Hasta las 20:00.
El sonido de las cacerolas se escuchaba cuando a la distancia, a la altura del redondel hacia Lumbisí en la Ruta Viva, se observaba el fuego cortar esa vía que conecta a Quito con el Aeropuerto Mariscal Sucre. La zona cercana a la avenida parecía inmune a las bullas y el toque de queda había impuesto un silencio pávido.
Cerca de las 23:00, sonaron los primeros gritos que se escuchaban cerca de un kilómetro de distancia. Se podía oír fuegos artificiales. Dos camiones y un automóvil se detienen en la barricada por unos largos minutos. Los dejan pasar.
-“Deben haber entregado diésel para la barricada”-dice un vecino que miraba por binoculares.
Poco después llegan dos camiones militares. Y se escucharon los primeros petardos, fuegos artificiales de los movilizados; bombas lacrimógenas de los militares. Un ir y venir de ruidos. Los uniformados corren en dirección al Aeropuerto. Los manifestantes los persiguen. “Aunque sea agarren a uno”, se escucha.
Los gases lacrimógenos llegan a las casas, al parque, a todos lados, pero casi siempre lejos de los manifestantes, que seguían correteando a los uniformados.
Ya lejos, algunos insultaban hacia las casas vecinas. Otros ingresaron en una construcción y rompían material, lo sacaban a la calle para obstaculizar el paso. Encendieron fuego. Seguían caminando entre las vías de un barrio cuyas casas mayormente tenían las luces apagadas. Los chats barriales eran un torrente de opiniones, temores, insultos.
El griterío se iba calmando. No se escuchaban disparos. La intensidad en los chats barriales iba cediendo al silencio de más de las 02:00 de este 13 de octubre. El amanecer llega a Cumbayá. No se ven cortes, algunos autos pasan por la Ruta Viva, pero la sensación de sentirse a la intemperie bajo techo permanece.