Olga Cuenca reza en la capilla de un colegio, junto a la imagen de Emilia. Foto: Xavier Caivinagua para EL COMERCIO
El retrato de Emilia y un lazo negro cuelgan en la fachada de una escuela que funciona en el centro de la capital lojana. Todos miran la imagen: profesores, estudiantes y padres. Los peatones que cruzan la calle Bernardo Valdivieso se detienen y se persignan ante su fotografía.
A tres cuadras de allí, en la misma calle, Emilia Benavides b hace un mes, luego de salir de clases. Era el mediodía del viernes 15 de diciembre del 2017 y en la puerta de la escuela se despidió de sus mejores amigas.
La dos pequeñas y el tendero de la esquina, René Jiménez, fueron los últimos que vieron con vida a Emilia, de 10 años.
Vestía calentador azul y la camiseta blanca del uniforme de deportes. Llevaba una mochila rosada y había recogido con lazo su ondulado cabello.
El miércoles, Jiménez recordó que la pequeña le pidió una moneda de cinco centavos para tomar el bus y regresar a su casa. Ofreció que el lunes le pagaría, pero ese día no llegó.
Ahora, esa información está en poder de los policías.
Esa noche, la niña fue declarada desaparecida y la noticia se difundió en las redes sociales. Cuatro días después, su cuerpo fue hallado cerca de una quebrada. La desmembraron y la quemaron.
Desde entonces, los profesores, la familia y los amigos de la niña preguntan cómo avanza la investigación. En el expediente ya fueron incluidos los resultados de los exámenes practicados en la autopsia.
Entre otros está el ADN que confirmó que los restos encontrados sí pertenecen a Emilia.
En esa documentación también constan las imágenes de las cámaras de seguridad de varios negocios que registraron las últimas imágenes de la pequeña y junto con uno de los participantes del crímen: José Nero, de 26 años.
Los videos serán reproducidos en enero del 2018 y servirán para que la fiscal del caso, Bella Castillo, reconstruya los hechos.
Están pendientes los resultados de las pruebas biológicas, forenses, sicológicas, toxicológicas y proyectivas. Mientras que otros peritos procesan la información de los objetos incautados en los allanamientos como celulares, memorias externas y equipos electrónicos.
Los agentes quieren aclarar el caso. En el 2017 se reportaron unos 18 niños asesinados en el país. Y desde 1970, 375 menores están desaparecidos.
En el caso de Emilia, Nero admitió el crimen ante la Fiscalía y entregó datos de otros involucrados. Pronunció dos nombres: Manuel, quien manejaba un taxi, y Tania, quien supuestamente recibió a la niña y la mantuvo escondida.
Los tres fueron capturados, pero Nero solo estuvo preso un día. Luego apareció muerto.
En la investigación, la Fiscalía pidió a la Superintendencia de Bancos datos sobre las cuentas de los detenidos. La idea es determinar si hay una red de trata detrás del crimen.
Castillo revela que la familia de Emilia y los sospechosos fueron incluidos por la Fiscalía en el Programa de Protección a Víctimas y Testigos. En el caso de los detenidos, el objetivo es darles seguridad especial y que asistan a un futuro juicio.
El fiscal provincial Rodrigo Galván advierte que en el juicio se mantendrá el pedido de 40 años cárcel para los involucrados. La petición obedece a que habría ocurrido más de un delito y por la posible existencia de pornografía infantil.
Mientras la justicia indaga, familiares y amigos hacen lo suyo. El domingo, 7 de enero del 2018, empezó una novena por Emilia.
Todos se reúnen en la capilla del un colegio, en donde el padre de la menor, Ángel Benavides, es docente y psicólogo.
A ese lugar llegan a diario amigos y familiares para acompañar en los rezos y para pedir que el caso no quede impune.
Daniel, un compañero de la menor, la recuerda como una persona “alegre y amigable”. A su corta edad ya siente lo que es la indignación e impotencia. “Estos delincuentes la atacaron de la forma más cruel”.
En un improvisado altar, entre telas, flores y velas blancas se colocó una imagen de la niña. Benavides y su esposa Olga Cuenca dirigen los rezos por su hija y los grupos juveniles acompañan con los cantos y las reflexiones religiosas.
En medio del dolor, la pareja se fortalece con el abrazo de sus dos hijas. Janeth Espinoza, compañera de trabajo del padre, cuenta que lo ha visto llorar más de una vez y reponerse por su familia. En las terapias psicológicas que él recibe le han dicho que son normales esos cambios de ánimo.
Al retornar a clases, el 2 de este enero, los cuadernos de la niña fueron guardados hasta que los padres los retiren.
Sus compañeros fueron cambiados de aula para evitar su tristeza. Los chicos ocupan la sala de audiovisuales y el grado de Emilia es utilizado como sala de proyecciones. Ahora, ese espacio lleva su nombre.