La contienda entre Biden y Trump volvió a mostrar la debilidad de las encuestas y alteró la inclinación política de estados y minorías. Foto: EL COMERCIO
La más reciente elección en Estados Unidos, que ha tomado varios días en resolverse luego del cierre de los comicios, no solo ha batido récords al tener como contendores a los candidatos más longevos en la historia de ese país, sino que además ha roto múltiples esquemas y precedentes.
Uno de ellos, sino el más grave, es la acusación del presidente Donald Trump de un supuesto fraude, sin evidencias, en estados donde perdió.
De acuerdo con expertos y académicos, si bien no es la primera elección en tener votos reñidos (recuérdese la disputa entre George W. Bush y Al Gore en el año 2000, cuando el sufragio de la Florida se definió en la Corte Suprema, tres semanas después del día de la elección), sí es la primera vez en que un presidente candidato a la reelección acusa la contienda de fraudulenta en ese país.
Esto no solo carece de precedente histórico alguno, sino que echa tierra sobre uno de los sistemas electorales y democráticos más sólidos y prestigiosos del mundo, sembrando dudas y provocando hasta la burla en potencias rivales, como Rusia y China.
Para David Guth, catedrático en Comunicación Política y experto en historia electoral estadounidense de la Universidad de Kansas, la actitud del presidente Trump es infantil y desconcertante.
“Transitamos por aguas inexploradas. Trump está tratando de desacreditar al sistema electoral y democrático del país. Es lo más espantoso que he visto en nuestras elecciones. No hay evidencia alguna de fraude. De hecho, algunos de los estados donde él acusa de tener problemas tienen gobernadores republicanos”, indica el académico en entrevista con este Diario.
Trump se autoproclamó ganador el jueves pasado, antes de terminar el conteo de millones de votos en estados como Pensilvania o Michigan, donde dijo que impugnará los resultados en las cortes si perdía.
Además de demoler la tradición de que el candidato perdedor felicite al vencedor, otros antecedentes más se quebraron. Por ejemplo, la inclinación política de ciertos estados, como Georgia y Arizona, tradicionalmente considerados rojos o republicanos.
Georgia, donde la elección fue sumamente reñida, no votaba por los demócratas desde 1992, cuando ganó Bill Clinton; y Arizona no lo hacía desde 1996, cuando este fue reelegido.
En el caso de Arizona, le atribuyen esta nueva inclinación al crecimiento del voto hispano de origen mexicano, población reticente al presidente Trump como candidato en el 2016, por estar a favor de la construcción de un muro con México y su política como Presidente de separar a niños emigrantes de sus padres.
En el caso de Georgia, el giro se explica por el crecimiento de la población étnicamente diversa en Atlanta y sus alrededores, lo que dio lugar a un mayor respaldo a los demócratas.
Otro dato singular en esta elección: el estado de Ohio ha sido uno de los territorios pendulares que siempre había votado por el candidato ganador, demócrata o republicano, desde la victoria de Lyndon Johnson en 1964. En esta ocasión le dio el voto a Trump.
De igual manera, el comportamiento de determinadas minorías cambió en estas elecciones presidenciales.
En Florida, aunque los latinos de origen cubano ya votaron más por Trump en el 2016, la mayoría del voto latino en general favoreció a la demócrata Hillary Clinton con un 62% hace cuatro años, según datos del PEW Institute.
En esta elección, el apoyo hispano a los republicanos en la Florida se incrementó no solo debido a los latinos cubanos, sino sobre todo por aquellos de origen venezolano entre quienes se mira a los demócratas más benévolos con los regímenes socialistas autoritarios de Caracas y La Habana.
Entre otras minorías, como la comunidad afroamericana también creció la votación a favor de Trump y, en general, de los republicanos.
En un artículo escrito por Charles M. Blow, en el New York Times, se detalla que aunque los afroamericanos votan mayoritariamente por los demócratas, el apoyo hacia los republicanos ha subido.
Mientras que en el 2008, 2012 y 2016, solo el 3% de las mujeres de raza negra votó por republicanos, en este 2020 ese porcentaje subió al 8%.
En la misma línea, el voto masculino afroamericano amplió su apoyo a los republicanos del 8% en el 2008 al 18% en favor de Trump en estas elecciones.
Incluso la comunidad Glbti dobló su votación a favor de Trump, al pasar del 14% en el 2016, al 28% este año.
Y aunque no es un dato nuevo para los actuales comicios en Estados Unidos respecto del 2016, las encuestas volvieron a errar en sus predicciones.
Aunque muchas acertaron en las mayores probabilidades de que Biden ganara la Casa Blanca , los márgenes de victoria de este último estuvieron muy alejados de la ‘ola azul’ pronosticada por medios como Reuters, el mismo New York Times, el Washington Post, la CBS e incluso nuevos portales como Five ThirtyEight, los cuales vaticinaban que Biden arrasaría y se proclamaría ganador la misma noche del miércoles pasado.
Claramente los resultados oficiales superaron los márgenes de error de las mismas encuestas incluso en el voto popular.
De acuerdo con expertos de las mismas cadenas como CBS o NBC, en ciertos estados hay dificultades en las mediciones sobre todo del voto rural, así como en la medición de los seguidores de Trump, porque algunos de ellos mienten sobre su preferencia en los sondeos.
Para Michael Goodwin, articulista del New York Post, estas imprecisiones alimentan más la polarización de Estados Unidos, donde algunos electores sienten que en lugar de un error estadístico, las encuestas son inexactas intencionalmente.