El psicólogo Eduardo Ordóñez, médico de la Clínica de Obesidad del Hospital Carlos Andrade Marín del Seguro Social, en la consulta con su paciente Pilar Mendoza. Foto: Patricio Terán/ EL COMERCIO
Andrea, de 31 años, enfrentó un cuadro de ansiedad y estrés debido a la inestabilidad que vivía en su lugar de trabajo. Ingería comida para atenuar su malestar, hasta que se percató de que empezó a subir de peso.
Exceso de trabajo, problemas familiares, económicos y eventos traumáticos inciden en la alimentación de una persona. Hay quienes comen para saciar el hambre, pero otros lo hacen para calmar sus angustias. Como resultado suben varias libras y en el peor de los casos se vuelven obesos.
Los problemas de Andrea empezaron hace un par de meses, producto de la llegada del nuevo jefe. “Su ingreso generó un mal ambiente laboral”.
Cuando Andrea sentía esa presión se refugiaba en bocadillos. Pan, chifles y galletas -carbohidratos- eran sus opciones. Esos sabores -recuerda- la relajaban por un momento, pero pronto sus pantalones talla 10 dejaron de quedarle. Fue la primera alerta: “tuve que detenerme y dejar de comer tanto”.
Andrea dice no haber requerido una terapia psicológica, pues identificó el problema y cambió de hábitos.
Pero en otros casos no solo es necesario hacer ajustes en la nutrición y mantener una vida activa. ¿Por qué? Si no se combate la causa de la ansiedad que genera la compulsión por comer se producirá un ‘efecto rebote’ en el futuro, según explica Eduardo Ordóñez.
Él es psicólogo y forma parte del equipo multidisciplinario de la Clínica de Obesidad del Hospital Carlos Andrade Marín (HCAM), del IESS.
En un estudio, el psicólogo determinó que el 80% de sus pacientes con obesidad enfrenta depresión. En total atiende a 120 personas, al mes.
La mayoría -dice- aún no supera experiencias dolorosas causadas por maltrato intrafamiliar y violaciones. A estos motivos se suman otros como jornadas largas en la oficina, que generan ansiedad.
En este punto está Lorena (nombre ficticio). La joven de 32 años sufrió maltrato físico y psicológico de parte de su pareja. Además enfrentó el estrés del trabajo, la universidad y la crianza de su hijo de 5 años. Esto hizo que aumentara la ingesta de dulces y por eso superó los 60 kg. Tenía 55 inicialmente.
¿Por qué se siente esta necesidad? Cuando una persona enfrenta altos niveles de estrés, el cerebro produce una hormona llamada cortisol. Es la encargada de las reacciones frente a una situación de peligro. Si siempre está activa, el cuerpo requerirá más energía que se obtiene, entre otros, de productos azucarados.
El dulce activa al cerebro, que libera dopamina -hormona de la felicidad-. El resultado es una sensación de relajación (ver gráfico). En ocasiones se genera una adicción.
¿Cómo se supera? No hay una fórmula establecida, pero el primer paso es la aceptación, compromiso y reconocimiento del problema. Además, los especialistas sugieren sesiones de hipnosis o psicoterapia.
Se busca que las personas “saquen de su cerebro pensamientos erróneos y traumas” y vivan “el aquí y el ahora”.
En esas terapias se intenta brindar herramientas para que aprendan a manejar las emociones, según la psicóloga Katherine Torres, de la Clínica de Sobrepreso, Obesidad y Metabolismo (SOM), en Quito.
Les piden plantearse preguntas como por ejemplo ¿qué les pasó antes de comer? o ¿qué problemas enfrentan en el trabajo o con la familia? A la vez, “tenemos que trabajar mucho en levantar la autoestima”.
Otra de las recomendaciones es que la persona no emprenda sola un cambio de estilo de vida. En lo posible deberían acompañarla su pareja y su familia para que la experiencia sea compartida.
La idea es que en conjunto se motiven para mejorar su alimentación, explican los psicólogos Ordóñez y Torres.
El tiempo que duran las terapias no está definido, pero se recomienda entre 12 y 15 sesiones con los expertos. Depende de la evolución de cada uno.
Entre sus pacientes -recuerda Ordóñez- trató a una pareja que empezó a ganar peso luego del accidente de tránsito de uno de sus hijos.
El joven fue atropellado, por lo que la rutina de la familia cambió. Sus días ya no estaban sujetos al trabajo sino a su estancia en el hospital. Los padres se refugiaron obsesivamente en la comida. En su caso, el especialista trabajó en cinco sesiones, en la aceptación de los hechos ocurridos.
“No se trata de olvidarse o llorar durante 10 años por la pérdida del familiar sino de canalizar mejor esas emociones”, dice Eduardo Ordóñez.
Psicólogos y nutricionistas motivan también a revisar los productos que se ingieren y el efecto que tienen en el cuerpo, comenta el deportólogo David Cabrera, de la Clínica SOM.