En el poblado de Cojimíes, solo se contaron ocho casas caídas y 140 con afectaciones mínimas. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
El seísmo del 16 de abril en Manabí y Esmeraldas guarda sus misterios. Uno fue el comportamiento de la tierra en Cojimíes. Mientras en Pedernales y Canoa la destrucción supera el 70%, en este poblado de 23 000 habitantes, los daños fueron mínimos.
Fue como si el terremoto se saltase la lengua de tierra que es Cojimíes y se fuera directamente hasta San José de Chamanga, al otro lado del estuario, explica Edilma Vilela Sarango, de 65 años y con un puesto de comida en la playa. “De hecho, el movimiento fue fuerte y nos zarandeó como a muñecos. Con decirle que, del susto, todos los clientes se fueron sin pagar”, explica con una sonrisa cómplice.
Felipe Gallardo, presidente de la Junta Parroquial de Cojimíes, refuerza lo dicho por Vilela. De las 1 100 casas del casco urbano y de las 700 asentadas en las 84 comunidades, apenas ocho se cayeron y 140 tienen daños mínimos, que se pueden reparar fácilmente.
¿Cuáles fueron las razones para este comportamiento ‘anómalo’ de la tierra? No hay una conclusión definitiva, aclara Gallardo. “Con decirle que hasta los científicos británicos que llegaron hace pocos días a valorar el suceso no tenían una explicación lógica”.
Las teorías abundan. Fernando Hinojosa, profesor de la Facultad de Arquitectura de la PUCE, expone tres factores: la baja altura de las edificaciones (el edificio más alto es el Hotel Floriana, de cuatro pisos); la presencia de materiales alternativos -madera y bambú-; y, la mayor distancia entre inmueble e inmueble (hay pocos adosados), lo que permitió una mejor respuesta ante el movimiento transversal del sismo.
El Ing. Hérmel Flores esgrime otra hipótesis, avalada por el Instituto Geofísico de la Politécnica Nacional. Según Flores, las ondas sísmicas estuvieron orientadas al sureste… A Pedernales, Canoa, Bahía.
Una hipótesis más se maneja: la estructura del suelo. Varios residentes afirman que el poblado se asienta sobre una cama de arena, que se sostiene, a su vez, sobre un suelo con mucha agua. Esa es la opción de Édgar Álava Almeida, un ingeniero dueño de la hostería Paraíso del Atardecer.
Álava sustenta que esta cama de arena se prolonga hasta El Cañaveral (a 5 km del pueblo) y que actuó de manera parecida a la cimentación del puente Bahía-San Vicente. El suelo de Cojimíes funcionó como una ‘cama elástica’ que aguantó las ondas sísmicas de mejor manera. Paúl Sabando, quien finaliza su carrera de geógrafo en la PUCE, piensa que este factor pudo atenuar los efectos del sismo.
Lo que no pasó en Cojimíes sí sucedió en Pedernales, Canoa, Bahía, Manta… ¿Qué hizo que Canoa, por ejemplo, quedará convertida en una especie de zona de guerra? Además de la dirección y la magnitud del sismo (7.8 grados Ritchter), se sumaron tres factores, según el arquitecto Pablo Panchi, quien levanta un proyecto (South Beach) cerca del lugar que no tuvo ni un rasguño: la informalidad de la construcción, la mala utilización de los materiales y el tipo de suelo, de arcilla expansiva, sin buena resistencia y que amplía las ondas sísmicas.
En South Beach, Panchi aplicó una metodología especial para reforzar edificaciones. Tras el estudio de suelos, cambiaron la arcilla expansiva por tierra de mejor calidad. Luego procedieron a la compactación mecánica de este suelo, hasta cumplir con las exigencias técnicas. La operación se reforzó con un sistema estructural de hormigón armado y mamposterías de madera.
Otro ejemplo de la buena aplicación en Canoa es el Hotel Amalur, que también salió indemne del embate del seísmo. Diego San José y Lorena Rojo son los dueños del emprendimiento. Ellos no escatimaron esfuerzos en conseguir materiales de primera calidad, desechando las arenas de río y utilizando arenas homogéneas, lavadas y tamizadas.
Lo que pasó en Portoviejo es diferente. En la capital de Manabí se dio un proceso conocido como licuefacción, explica el Ing. Jorge Luis Pérez, director de Obras Públicas de Tosagua. En semanas pasadas llovió mucho y los ríos estaban rebosantes; incluso, el Portoviejo se desbordó. El sismo abrió grietas en la tierra, por donde ingresó el agua de los ríos y “licuó” la tierra, volviéndola “chapo” y poco resistente.