Barrios antiguos de Quito fueron bautizados con nombres curiosos

Moradores de Peluche descansan en una de sus dos calles centrales: Pedro Moncayo. Foto: EL COMERCIO

Moradores de Peluche descansan en una de sus dos calles centrales: Pedro Moncayo. Foto: EL COMERCIO

Moradores de Peluche descansan en una de sus dos calles centrales: Pedro Moncayo. Foto: EL COMERCIO

Cuando se escuchan aquellos nombres sui géneris de barrios la risa es inevitable. Desde Polla de Oro, ubicado en el Centro de Quito, hasta Cadeneros, en el sur; continuando con Peluche, en Los Chillos. Estas denominaciones del Distrito Metropolitano tienen varias décadas de vigencia.

Más al norte de la ciudad, cuando se cree que nada puede superar lo escuchado, aparecen otros topónimos poco convencionales: Año Nuevo, El Collar, Alcantarilla, Lalagua, Guanábana…

Cada una de las administraciones zonales tienen, por lo menos, 10 nombres surrealistas y agrupados según alguna temática. Por ejemplo, en La Delicia reinan barriadas que hacen honor a las fiestas católicas y paganas, por eso suenan Navidad, Santos Reyes, Carnaval…

En la Zonal Eugenio Espejo figuran Omnibús-Urbano, Bonanza, El Aguacate. Y en la Eloy Alfaro se destacan: Orangine, Guanajuato, Calimbulo, Guarumal. Por la Administración Centro están Chirinchos, Ballica, Cunalata.

En Calderón se escucha EcoVida, Divino Niño, El Corazón. Mientras que en la Administración Tumbaco están, entre otros, Chiviquí, Chuspiyacu, Cucupuro. Y en Los Chillos, San Francisco de Alpahuma, Chinchiloma, El Blanqueado y Tres Cruces.

Según la Ordenanza Municipal 1 053, para 1964 Quito tenía 90 barrios. En la actualidad suman 1 500 regularizados y 700 en proceso, de acuerdo con los datos que maneja la Unidad Especial Regula Tu Barrio.

Con ese abanico de nombres raros, la pregunta es ¿cómo los escogen? Todo responde a procesos sociales y participativos de su propia gente y donde priman aspectos históricos, culturales, tradicionales y hasta el afecto hacia los líderes, puntualiza Patricio Guerra, cronista de la ciudad.

Entre el 2014 y 2018 se regularizaron 361 barrios, con su respectiva Ordenanza. Y en lo que va del 2019 suman 73 más; ese despunte se debe a que en cada sesión ordinaria del Concejo (una cada 15 días) hubo más de 10 barrios para su aprobación.

Casualmente, en la primera sesión de Concejo de la administración del alcalde Jorge Yunda, que se realizó el pasado martes 21 de mayo del 2019, estuvo en el orden del día la aprobación de 10 proyectos de ordenanza.

Ese trámite aún está pendiente para algunos de los sitios con nombres inusuales. Otra cosa que les une es la falta de servicios básicos; pero eso sí: están orgullosos de llamarse como se llaman. Este Diario visitó tres de ellos.

La primera parada es en el Centro del Distrito, por la avenida Simón Bolívar, a la altura de la Universidad Internacional. Allí se levanta el barrio Polla de Oro. Hace más de 60 años, todo ese sector era parte de la hacienda Collacoto que perteneció a un grupo de alemanes que, después de la Segunda Guerra Mundial, echó raíces por esos lares.

En la Polla de Oro los vecinos realizan retiros espirituales, junto a los sembríos de maíz.

Fredy Maila, habitante del sector, es quien relata aquello. Agrega que, tras la Reforma Agraria, los huasipungueros consiguieron sus tierras y ahí le bautizaron como Polla de Oro. Actualmente viven 35 familias que se dedican a sembrar maíz, papas, fréjol, habas, zapallo y varias frutas. También cuidan las orquídeas que abundan en las quebradas.

Lo de Polla de Oro tiene su historia. Jorge Rondal, de 85 años, lo rememora con claridad porque su padre fue quien, cuando recorría la línea del tren que justo pasaba por allí, encontró una gallina con sus pollitos. Desde aquel día quedó bautizada la zona.

Por el camino culebrero e irregular también se observan a grupos de personas que rezan o hacen meditación en algún recodo del lugar. Esto porque el silencio que impera por allí solo es interrumpido por el viento que baja del cerro Ilaló.

Por el sur de la capital se asienta el barrio Cadeneros, tras la parroquia de la Mena Dos. Las 68 familias, hace 30 años, compraron los terrenos que están a los pies del bosque protector del Pichincha.

Originalmente, esos lotes eran de un grupo de 100 trabajadores del Municipio que andaba midiendo las calles con un metro de cinta y por eso los llamaron cadeneros (futuros topógrafos). Así que, en su honor, se quedó como barrio Cadenero, cuenta Raúl Gallardo, el más antiguo del lugar.

Como están en medio de la naturaleza, viven envueltos con el viento de las montañas. Son afortunados porque en 20 minutos pueden llegar a las faldas del Ungüí y en 10, a Lloa. Todo a su alrededor es naturaleza; se despiertan con el trinar de los pájaros y a la mano tienen el eucalipto aromático.

El barrio Peluche, en cambio, está por el valle de Los Chillos (noroeste de la parroquia de Amaguaña). Tiene alrededor de 100 años, tres hectáreas de extensión y 120 familias.

Una de las vecinas más antiguas, María Toapanta, rememora que los antiguos contaban que siempre los visitaba el chozalongo, un viento que se daba la vuelta y formaba figuras en los rincones del poblado. Una de ellas, o la más repetida, fue en forma de peluche.

Entre las familias pioneras están los Sangoquisa, Suntaxi, Ñacato y Casamen. La minga no deja de replicarse, eso lo heredaron de sus mayores, también el baile. Cada 31 de diciembre se amanecen; no tienen patrono, pero a San Pedro le adoptan cada Carnaval y zapatean los sanjuanitos por sus dos calles principales: Espejo y Pedro Vicente Maldonado.

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