Javier Zambrano (izq.), Aníbal Hidalgo, Israel Moreno, Eduardo Díaz y Gabriel Andrade, parte de los voluntarios del Banco de Oxígeno. Fotos: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Catherine Medranda tuvo dos familiares graves en marzo de 2020 a causa del covid-19. Su familia logró adquirir con sobreprecio un pequeño tanque y esperó durante siete horas por una recarga de oxígeno. Su cuñado, de 70 años, murió antes de que el gas medicinal llegara a casa.
Medrada es una de las fundadoras del Banco de Oxígeno de Guayaquil, una iniciativa ciudadana que nació en la primera ola de contagios de coronavirus a modo de cadena de solidaridad, con la idea de combatir la escasez y la especulación en los precios de tanques, válvulas y recargas.
El Banco presta las bombonas con seis metros cúbicos de oxígeno, puestos en casa del paciente, sin exigir garantías económicas y sin costo inicial. El contacto es a través del número telefónico, disponible en sus redes sociales.
La condición del préstamo -explican- es que los usuarios devuelvan los cilindros recargados, en la medida de lo posible, y una propina para el voluntario que los traslada, instala y regula en el lugar.
El programa ha ayudado a más de 120 pacientes en la pandemia. Un año después, los 30 tanques que tienen disponibles están otra vez prestados en Guayaquil, como en abril de 2020. Y la recarga, que llegó a tomar de 30 o 40 minutos, tarda ahora entre cuatro y ocho horas en las distribuidoras, ante las largas filas de espera por el gas medicinal.
A mediados del mes pasado la iniciativa alertó sobre cómo los sitios de recarga de oxígeno volvían a estar saturados y desde entonces han registrado hasta 15 personas en espera por una bombona, en los momentos más críticos de esta segunda ola de contagios.
La historia del Banco de Oxígeno empezó cuando un grupo de nueve conocidos se unieron a finales de marzo del año pasado. La intención fue traer media docena de tanques desde Ambato, movidos por la indignación, los abusos y el desabastecimiento que se vivía en Guayaquil.
Las bombonas con un valor comercial de USD 250 llegaron a venderse en 1 200 y el precio de la recarga, que es de unos USD 25, hasta se triplicó.
La compra de botellas en Ambato fue una previsión, ante los casos que habían sufrido en el grupo. Una vez compradas, como no las requerían, decidieron comenzar a prestarlas. El banco se reserva en bodega dos de las bombonas en caso de que los miembros del grupo -y quienes luego han adoptado tanques- lleguen a necesitarlos con urgencia.
“La idea fue aportar con la acción, evitar una posición pasiva, no quedarnos en la queja o en la indignación, porque en principio no había ante quien acudir a reclamar, y más bien promover una cadena de solidaridad”, agrega Medranda.
Ella es ingeniera y dirige una empresa de consultoría en liderazgo y transformación organizacional. “El pago es ayudar a otros, con el tanque recargado que nos regresan luego de usarlo, podemos llegar a una nueva persona que lo necesita para respirar”, comenta.
Hay familias que, tras los gastos de la enfermedad, no pueden entregar de vuelta la bombona recargada y para ello la organización gestiona recursos de donaciones.
Aníbal Hidalgo es otro de los profesionales fundadores del Banco de Oxígeno. Él recuerda el caso de una mujer de la tercera edad a la que atendieron en Lomas de Urdesa, en el norte, cuya familia desesperaba porque el oxígeno se le terminaba en 30 minutos. “Llegamos a un punto en que usted podía tener toda la plata del mundo, pero si no tenía oxígeno moría”, observa.
El cilindro fue entregado a tiempo y la paciente se salvó. “Esa familia hizo su propia campaña y después nos donó tanques de oxígeno, dinero o los kits personales de válvula y mascarilla que se requieren, cuyo costo es de 90 dólares, pero llegaron a venderse hasta en 300”, dice Hidalgo, accionista y gerente de Transcaba.
Esa empresa de transporte de carga pesada y logística, con sede en la vía a Daule (norte), se convirtió en centro de acopio y distribución de oxígeno. El banco implementó la adopción de tanques. Se invita a familias a que lo adquieran como previsión para el futuro y que lo entreguen a la organización para su préstamo.
Transcaba tiene 70 empleados, pero ocho se apuntaron como voluntarios para entregar e instalar los tanques en las casas de los enfermos.
Javier Zambrano, uno de los conductores voluntarios, cuenta que tuvieron que aprender a instalar las válvulas y regularlas según la recomendación médica para cada paciente. Luego de esas acciones ha recibido mensajes de agradecimiento que lo han animado a continuar la labor.
Los voluntarios han tenido que dejar bombonas incluso en sectores suburbanos, como el Suburbio o la Isla Trinitaria, donde les han retribuido con un valor simbólico para las gaseosas. “La propina era al inicio un incentivo, ante el riesgo de contagio, ahora nos preocupa más ayudar en la medida de nuestras posibilidades”, relata Zambrano.