Un total de 35 personas murieron en las explosiones del 22 d emarz<o del 2016 en Bruselas, entre ellas tres atacantes. Más de 300 resultaron heridas. Foto: EFE
Katia Socquet comenzó a correr cuando escuchó la primera explosión. La ola expansiva de la segunda la lanzó contra el mostrador de la zona de salidas del hall del aeropuerto de Bruselas. Socquet logró reincorporarse y se escondió en una oficina, detrás de una fotocopiadora. Allí esperó muerta de miedo. Corría el 22 de marzo de 2016, el día en que terroristas islámicos llevaron a cabo atentados en el metro y el aeropuerto de Bruselas.
Un total de 35 personas murieron en las explosiones, entre ellas tres atacantes. Más de 300 resultaron heridas.
Socquet, de 40 años, sobrevivió sin sufrir graves heridas. Sin embargo, asegura que ya no es la misma. Aún no recibió indemnización ni por parte del Estado ni de su seguro, a punto de cumplirse el primer aniversario de los atentados el próximo miércoles. Y no es la única en esa situación.
El Ministerio de Justicia belga afirma que, hasta principios de marzo, 387 personas presentaron solicitudes oficiales de ayudas económicas. Alrededor de 160 recibieron ayuda inmediata del Estado. El ministerio dice que la verificación de las solicitudes se lleva a cabo según criterios legales. Una vez que se presentaron todos los documentos, la decisión puede demorar de cuatro a seis semanas. Luego, se paga la suma.
El Gobierno asegura que se esfuerza por demostrar humanidad en medio de tanta burocracia, pero los tiempos de espera son los normales, sobre todo cuando entran en juego las aseguradoras.
Socquet nunca presentó una solicitud para ayuda inmediata, ya que durante mucho tiempo no se vio como víctima. Tras los atentados, siguió actuando normalmente. Volvió al aeropuerto y trabajó durante meses como empleada de seguridad controlando los pasaportes de quienes viajan a Estados Unidos. Pero en diciembre se vino abajo. Se tomó un mes de vacaciones y luego pidió una licencia.
Socquet cuenta en su casa en un pequeño pueblo a un par de kilómetros de Bruselas que lo que vio el día del atentado en el aeropuerto la persigue hasta el día de hoy. El hall de entrada parecía una zona de guerra cuando, finalmente, soldados la liberaron de su escondite tras la fotocopiadora: polvo en el aire y un caos de escombros y maletas.
“Se ven todo tipo de cosas”, cuenta Socquet y se le quiebra la voz. “Personas que están muertas, sangre por todas partes, personas que te miran con la mirada vacía”, dice. Una mujer le pidió ayuda y le dijo que no sentía las piernas. Socquet la tomó del brazo pero cuando escuchó gritos detrás la dejó caer y corrió para salvar su vida. Siguió corriendo unas manzanas hasta que su hermana la fue a buscar. “Pensaba en mi hija”, dice Socquet llorando. “¡Quiero ir a casa! ¡Quiero abrazarla!”.
Para contar su experiencia necesita el apoyo de su colega Nicole Brion, que también trabajó el día de los atentados. “Aunque no hayamos resultado heridas, para nosotras también es difícil. La gente no lo entiende. Y eso duele”, asegura Socquet.
Philippe Vansteenkiste afirma que lo que necesitan con más urgencia las víctimas es reconocimiento estatal. Este hombre de 48 años perdió a su hermana en el atentado en el aeropuerto y fundó algunos meses después la asociación de víctimas V-Europe a la que se sumaron, según dice, ya más de 100 afectados. Y subraya: las víctimas no son sólo los muertos y heridos sino también las personas que luchan con problemas psíquicos o perdieron a familiares. La larga espera de la ayuda las hace dudar. “Uno se siente abandonado”, dice.
En febrero, 11 meses después de los atentados, el Gobierno belga implementó una ley que tiene como fin que los afectados tengan el estatus oficial de víctimas, como si fueran veteranos de guerra.
Socquet y Brion han recibido hasta ahora buenas noticias. Su empresa de seguridad y la aseguradora se mostraron dispuestas a reconocer los atentados como accidente de trabajo. De esta forma, las dos mujeres pueden pedir ayuda con mayor facilidad. Esto les brindará una pensión y una cobertura para los costos de un psicólogo.
Brion no quiere ir al psicólogo. La mujer de 51 años dice que no es su estilo. Sigue trabajando en el aeropuerto. “Pero cada vez que veo a alguien que parece distinto me hago preguntas”, dice. Recién se calma cuando llega a casa. Socquet, en cambio, sufre fuertes miedos y ataques de pánico. Cada vez que escucha un ruido se le cierra el estómago. Cuando sale de compras observa a todo el mundo a su alrededor. Hasta hace poco entraba en pánico cuando escuchaba el ruido que hacía su hija al reventar un globo jugando. Aún no sabe cuándo podrá volver al trabajo. “Para la gente que no vivió los atentados la vida sigue”, dice. “Para nosotros no es tan fácil”.