Fin de la campaña del candidato oficialista Daniel Scioli. FOTO: EFE
Mañana los argentinos tendrán la responsabilidad de votar por octava vez –desde la vuelta a la democracia en 1983-, en una elección presidencial. A 32 años de la recuperación democrática, el país de Lionel Messi y el papa Francisco enfrenta el desafío de ungir un nuevo primer mandatario.
Si bien seis candidatos participan de la contienda, las chances reales de competir por el sillón presidencial la detentan 3 postulantes: Daniel Scioli, el representante del partido que gobierna en la actualidad (el Frente para la Victoria), Mauricio Macri, actual alcalde de la Ciudad de Buenos Aires que se ha lanzado al escenario nacional (Alianza Cambiemos) y Sergio Massa, ex intendente de la localidad bonaerense de Tigre y actualmente Diputado de la Nación (Frente UNA).
Scioli y Massa forman parte del peronismo (un movimiento por demás amplio que demuestra que puede incluir a opciones tan disímiles), y Macri exhibe al PRO (partido del cual es líder y que se impuso en las internas de la Alianza Cambiemos) como un partido nuevo, alejado de las prácticas que caracterizan a los tradicionales partidos políticos.
Los otros candidatos que también disputan por la presidencia, son un ex Presidente (Adolfo Rodríguez Saá), un joven de tan solo 35 años que representa a la izquierda argentina (Nicolás del Caño) y la única mujer que queda en carrera (Margarita Stolbizer).
Según los resultados de las internas abiertas celebradas el pasado 9 de agosto y teniendo en cuenta las encuestas, el candidato que se presenta con mayor intención de voto es Scioli, seguido por Macri y en tercer lugar se alza Massa.
Los tres tienen razones para ilusionarse ya que la normativa electoral argentina dispone que si en las elecciones generales el candidato más votado no llega al 45 % de los votos, o al 40% con una diferencia de 10% sobre el segundo, se debe desarrollar una segunda vuelta (prevista para el 22 de noviembre) donde disputarán la presidencia el primer y segundo aspirante.
El escenario se torna angustiante para los partidos en pugna y posiblemente apasionante para cualquier observador externo. Los sondeos marcan un Scioli arriba del 38% de los sufragios, mientras que el líder de Cambiemos llegaría al 28%, dejando al postulante de UNA en un 20%. Así las cosas el resultado está abierto y aun no puede arriesgarse si el candidato oficialista logrará perforar la barrera del 40% y alcanzar una diferencia del 10%, evitando la segunda vuelta.
Claramente tanto Macri como Massa, que representan al voto opositor, pugnan por reducir la diferencia y lograr meterse en un eventual ballotage con la esperanza de ganarle a Scioli en un mano a mano y con la ilusión de juntar a todo el voto opositor, hoy fragmentado.
Argentina vive la particularidad que plantea la necesaria renovación de la figura presidencial pero al mismo tiempo la fuerza simbólica del partido a cargo de la administración del Estado. La legislación vigente impide que un presidente pueda ser reelecto por más de un período, situación por la que atraviesa la actual mandataria Cristina Fernández de Kirchner, quien ocupa el cargo desde 2007, pero eso no significa necesariamente la interrupción de la continuidad de un proyecto político.
En este sentido, dicho escenario electoral ha marcado a fuego la campaña política –tanto para el oficialismo como para la oposición- centrando la discusión sobre los ejes de continuidad o cambio al ritmo que marca el nivel de aceptación de la gestión de Gobierno, tan fluctuante como el clima y que por estos días rondaría el 55% de aprobación.
Parece imponerse un cambio en el estilo de conducción pero no está definida aún la continuidad o no del modelo de gobierno. Según manifiestan los distintos estudios de opinión pública, los argentinos esperan mayor moderación y diálogo en el próximo presidente; la tendencia a la búsqueda de cambio se ubica en el 52%. Sin embargo, en la última etapa de la campaña, la dirigencia ha comenzado a intuir que la población a su vez se aleja de la idea de comenzar de cero nuevamente o de tirar por la borda los avances de la última etapa.
Es muy importante destacar que hay características de uno u otro candidato que se ponen en valor según el tiempo histórico, social y económico que marca la época. Argentina ha venido padeciendo las consecuencias de crisis económicas cíclicas que han puesto al país en una situación de refundación cada 10 años como consecuencia de desmanejos políticos y mezquindades de los sectores económicos a los que les cuesta pensar en términos de nación y a largo plazo.
En este contexto, Scioli, Macri y Massa surfean la realidad y pivotean desde sus estrategias comunicacionales sobre dos factores que terminarán definiendo su destino: la valoración de la población acerca de la gestión del Gobierno actual y la cuestión de la gobernabilidad que tiende a predominar en el último tramo de las campañas en elecciones presidenciales.
Macri, por ejemplo, comenzó su recorrido apuntando a capitalizar su gestión exitosa en la Ciudad de Buenos Aires (el PRO gobierna hace 8 años y viene de ganar nuevamente la elección que ungió al Jefe de gobierno que gobernará hasta el 2019), como así también la capacidad de haber conformado una alianza amplia con el radicalismo y la Coalición Cívica (dos partidos con tradición en Argentina, sobretodo el radicalismo que es un movimiento político de más de 100 años), que le han aportado territorialidad en su aventura nacional.
Sin embargo, ninguna de las dos características pudieron evitar la necesidad de mostrar gobernabilidad, al punto que inauguró un monumento de Juan Domingo Perón (la figura emblemática del partido político al que enfrenta) como hecho simbólico destacado. En Argentina, es un secreto a voces que solo el peronismo (hoy representando en su mayoría por el Frente para la Victoria) puede gobernar el país.
Un recorrido rápido por los comerciales políticos que inundan las programaciones de radio y televisión, con su correlato en el mundo digital, muestra cómo Macri, optó por resaltar su poder de decisión –empujado por la mencionada necesidad de mostrar la gobernabilidad – y hasta usa la palabra –que en otro momento hubiera resultado impensable que la adopte un partido de las características del PRO- “revolución” para referirse a su proyecto educativo.
Es clave comprender que si bien fue el PRO quien parece haber capitalizado mayormente el voto del sector de la población que rechaza la gestión de Gobierno, lo que aparece con claridad es que no le alcanza para ganar (según muestran las encuestas, divide este voto con el otro candidato opositor: Massa). En consecuencia, ha salido a la búsqueda del peronismo no kirchnerista.
Massa por su parte, lanzó una llamativa publicidad en el que propone darles mayor preponderancia a las fuerzas armadas, mostrando imágenes de intervenciones militares que parecen no ir alineadas a los tiempos que corren, si bien el flagelo del narcotráfico en los jóvenes es un tema que los candidatos deberían abordar. Habla de declararle la guerra al narcotráfico, en tiempos en donde parece prevalecer más una prédica por la paz, para mostrarse contundente en un área que pone en jaque a todo el arco político.
No es casual que esta osadía venga por el lado del tigrense que es el más exigido a la hora de escalar posiciones. Hay que decir también que la seguridad aparece como segunda preocupación en importancia para los argentinos después de la cuestión económica y que por otro lado, Argentina solo lleva tres escasas décadas de democracia, en las que la imagen de las fuerzas armadas -si bien ha sido revalorizada-, tiene una connotación negativa por lo que significó la última dictadura militar.
En el caso de Scioli, sin dudas, la experiencia y la gestión aparecen como fortalezas que parecen ser determinantes en su discurso. La garantía de gobernabilidad es su mayor capital en esta elección y está presente en forma tácita en toda su comunicación, pero más basada en los logros del gobierno nacional.
El gran desafío de Scioli es por un lado ir a buscar los votos del frente que representa, que por alguna razón todavía no ha decidido acompañarlo (en 2011 Cristina Fernandez de Kirchner ganó la presidencia con el 54% y Scioli está pugnando por perforar los 40%), intentando que el desgaste de estos últimos cuatro años que puede haber tenido el partido de Gobierno lo condicione lo menos posible para poder capitalizar al máximo el humor social aun favorable en relación al sentimiento que subyace en el electorado en la idea de “No empezar de cero” sino de continuar avanzando.
Esto es clave para su posicionamiento. Inclusive teniendo en cuenta que ha elegido como conceptos fuertes de su campaña al desarrollo, la evolución y el progreso.
En esta línea, Scioli ha apoyado su comunicación en todos los logros del kirchnerismo como un piso sobre el cual Argentina puede finalmente pararse y despegar. Hace un recorrido de lo que el país necesitaba, y proyecta el futuro en base a esos logros. Una buena resolución en la narrativa de su comunicación para mostrar un mensaje de que no es necesario empezar de cero pero sí hace falta seguir creciendo.
En definitiva, más allá del color partidario, el objetivo hasta el minuto final será el mismo: llamar la atención del electorado, enamorarlo por un rato, para obtener los votos que les faltan para llegar a la Casa Rosada.
Se ha hablado mucho en estos últimos días de voto útil donde los candidatos comienzan a agotar los recursos en busca de los votos que necesitan para llegar al objetivo. En el caso de Scioli, ganar en primera vuelta, mientras Massa y Macri van en busca de llegar al ballotage.
Sin embargo si buceamos la definición de utilidad, nos encontramos con dos acepciones posibles que también sirven para poner en perspectiva las consecuencias de la elección que hagamos los argentinos al momento de llegar a las urnas el próximo 25 de octubre.
La primera definición, según reseñan los diccionarios, refiere a utilidad como “Capacidad que tiene una cosa de servir o de ser aprovechada para un fin determinado”, mientras que un segundo significado aparece como “Provecho o beneficio que se saca de una cosa”.
Es decir, podemos entender el voto útil desde una mirada pragmática como pide el PRO respecto a que son sus candidatos los únicos que pueden evitar que vuelva a ganar el oficialismo, y no Massa ante el supuesto de que no llega a mover la aguja en el sueño de que la segunda vuelta se haga realidad. Pero también podríamos pensar la utilidad del acto electoral en relación a la posibilidad de obtener como ciudadanía una mejora, una ganancia en relación a cómo puede mejorar el país con el nuevo Gobierno.
Es claro que la oposición necesita edificar sus oportunidades de llegar a ocupar la presidencia del país fabricando cemento del corto plazo, es decir, a base del malhumor social ya que –matemática pura- si el sentimiento de bonanza crece y la posibilidad de reflexionar sobre lo hecho aumenta, la necesidad de cambiar se diluye.
Lo que también está claro es que Argentina necesita seguir fortaleciendo sus instituciones sobre continuidades democráticas sólidas que le permitan estar mejor después de cada ciclo y no peor. No puede negarse que ese es el desafío más inquietante que tiene por delante el país, gane quien gane a fin de mes.
Sin dudas, no empezar de cero es la condición más importante para crecer, para consolidar un proyecto de país, más allá de las disputas partidarias, o de los estados de ánimo. ¿Se podrá encontrar la forma de proteger las políticas públicas que fijan el rumbo del país a largo plazo, para evitar que las fluctuaciones de los sentimientos “anti” dilapiden lo hecho en un trueque engañoso por la ilusión de castigar con el voto a cierto dirigente o fuerza política?
* Titular de la catedra ¨La comunicación como herramienta politica¨, Universidad de Buenos Aires