Quedaron parapléjicos o fueron amputados tras un accidente de tránsito, pero ahora ayudan a quienes pasan por el mismo problema
Julio Pimbo (en la silla) colabora con organizaciones que ayudan a los sobrevivientes de accidentes viales.
Tenía apenas 18 años cuando los médicos le amputaron la pierna izquierda. Fue la única opción que tuvo Byron López para sobrevivir al accidente de tránsito. El último recuerdo que tiene antes de la cirugía es que aceleró su motocicleta y de repente se impactó contra un bus en El Empalme, un cantón de Guayas.
Al final de la operación, los doctores le dijeron que la herida debía estar abierta para evitar infecciones y durante dos meses su familia lo curaba con panela.
Recuerda que el corte era tan grande que usaban un pañal de adulto para cubrirlo, porque la gasa no alcanzaba.
Byron dice que el dolor no lo dejaba dormir en las noches. Tenía pesadillas y ataques de ansiedad, pues le costaba entender que no iba a volver a nadar en un río o jugar fútbol.
Lo mismo sintió Julio Pimbo cuando los médicos le dijeron que no iba a caminar nunca más. Él quedó parapléjico luego de que el carro en el que viajaba perdió pista y empezó a dar vueltas de campana. En el vehículo iban cuatro personas.
Todas, excepto él, salieron desprendidas del carro. Los golpes provocaron lesiones irreversibles en su columna. Estuvo en coma 30 días.
Desde ese momento su sueño de ser futbolista terminó y tuvo que aprender a movilizarse con una silla de ruedas.
Byron y Julio enfrentaron por más de 10 años procesos de rehabilitación física y psicológica. Hoy, los dos tienen familias y trabajan. Además, colaboran para dos organizaciones que ayudan a los sobrevivientes de accidentes viales.
Una de estas es la Fundación Hermano Miguel. Cada año, ahí reciben a unas 200 personas con amputaciones y a otras 800 que necesitan rehabilitación.
Verónica Suárez es la directora de gestión del centro y asegura que al menos el 40% de esas atenciones son víctimas de siniestros viales. Ese porcentaje es el segundo más alto de sus estadísticas.
La especialista señala que los afectados enfrentan fuertes secuelas físicas y psicológicas. Esto ocurre especialmente en los primeros meses, pues padecen de depresión, sentimientos de culpa y luto.
Eso padeció Roberto Díaz, un quiteño de 34 años. Él perdió su pierna derecha hace cinco años cuando chocó contra un carro en la vía Papallacta-Pifo.
Cuenta que por un año sintió el síndrome de la “pierna fantasma”. Es decir, tenía la sensación de que su pierna aún estaba en su cuerpo. “Yo sentía que me picaba, me daba calambres. Era insoportable, porque cuando quería sobármela no la tenía. Lloraba, porque era una tortura. Muchas veces me caí, porque sentía que apoyaba la pierna. Fue duro superarlo”.
Betsabé Pilaló dirige Asoplejica, una organización que también ayuda a las víctimas de accidentes. Ella dice que otros desafíos que enfrentan los sobrevivientes es adaptarse a una sociedad con pocas vías para movilizarse o retomar parte de sus vidas.
Eso lo vivió Juan Luis Hidalgo cuando perdió la movilidad de sus piernas por un volcamiento de auto en EE.UU.
Tenía 18 años cuando sufrió el accidente. En ese país estuvo dos años recuperándose.
A los 21 regresó a Ecuador y recuerda que no podía estudiar, porque las universidades no tenían ascensores. “El salón de clases era en la segunda planta. Me decían que podía pedir ayuda a mis compañeros o a los conserjes para subir”.
Ir en buses y taxis tampoco era fácil. Ahora es psicólogo y da charlas para conductores que cometen infracciones de tránsito e intenta que se concienticen del riesgo de un siniestro vial. La Fundación Corazones en el Cielo también apoya a los sobrevivientes.
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