La parte más alta del bosque está sobre los 2 000 metros de altura. Fotos: Lineida Castillo / EL COMERCIO
El bosque de vegetación protectora Tukupi Nunke es un ecosistema privilegiado, que es cuidado por los shuar de Kurintza. Para los indígenas, esta reserva de 5 053 hectáreas es un legado de sus ancestros.
El poblado de Kurintza está ubicado en la parroquia La Paz, cantón Yacuambi, en Zamora Chinchipe. Tiene casas modestas y huertos. De allí toma seis horas caminando para llegar al centro del bosque. Al interior no hay senderos.
Los primeros indígenas llegaron a Kurintza atravesando las estribaciones de la reserva de Tukupi Nunkey se ubicaron en la zona baja. Inicialmente, era un bosque inmenso que se fue acortando por la extensión de la frontera agrícola.
De la reserva extraían solo los alimentos que necesitaban para el autoconsumo y las hierbas medicinales para curar sus dolencias. Por ejemplo, iban de cacería o pesca una vez al mes y compartían lo recolectado.
“Para nuestros abuelos eso significaba respetar la naturaleza y convivir con ella y nos dejaron ese legado a las futuras generaciones”, dice Bolívar Tsukanká, dirigente comunitario.
El bosque húmedo-nublado ocupa un territorio de la parte alta, de difícil acceso y donde casi siempre hay llovizna.
Existen árboles centenarios de canelo, romerillo, cedro, palmeras, copal, orquídeas, entre otras especies. También, es el hábitat de mamíferos como el oso de anteojos, puma, tigre, danta, saíno, yamalas y aves… Apenas se ingresa, los sonidos de los animales y del viento se confunden en este ambiente frío.
Bolívar Tsukanka recorre una parte de la zona de amortiguamiento de la reserva donde crecen plantas que fueron sembradas para recuperar la zona.
En ocasiones, bien temprano o al caer la tarde, hay animales que se pasean cerca del poblado, por las fincas donde los indígenas cultivan plátano, yuca, camote, papa china y camote. Otro espectáculo llamativo son las aves que sacan el néctar de las orquídeas que crecen en los troncos árboles.
Por la riqueza en flora y fauna, en mayo del 2008, el Ministerio del Ambiente declaró el área de 6 378 hectáreas como bosque de vegetación protectora. Pero en julio del 2011, la misma entidad dejó fuera 1 325 hectáreas que fueron intervenidas por el hombre hacia donde se había ampliado la frontera agrícola.
Eso ocurrió porque no realizaban controles rígidos y se registraron incendios forestales debido a la distancia con el centro poblado de los shuar. Según Ernesto Tentes, habitante de Kurintza, esto les afectó porque estas tierras tienen sentido de arraigo e identidad. “El respeto a la vida es un valor sagrado que nos une a los shuar en nuestra cultura”.
Con esta experiencia pusieron las cosas claras: nadie puede talar árboles porque podrían ser excluidos del territorio. De vez en cuando pueden cazar algún animal para su alimentación.
“Ahora estamos conscientes de que con la pérdida de esta barrera natural se acaba con especies que son necesarias para el equilibrio natural y no aportamos a evitar el calentamiento global”, dice Tentes.
A medida que se asciende por la reserva, la selva se va transformando en una sabana abierta y en bosque nublado. Para los shuar es el corazón del mundo y el territorio abarca lugares sagrados donde sus ancestros crearon mitos sobre los animales salvajes o las lagunas.
Es que Tukupi Nunke también es una fuente hídrica importante para Yacuambi. Al interior hay más de 40 caídas de agua, entre pequeñas, medianas y grandes. Los torrentes de estas cascadas son utilizados por los shuar para baños ceremoniales, sacar las energías negativas o el estrés.
Dos veces al año realizan mingas para controlar que no exista alteración en el área. Para esto, los jefes de familia se dividen en grupos y pernoctan hasta tres días en la selva para realizar el recorrido de toda el área. Según Bolívar Tsukanká, lo hacen con extremo cuidado para no alterar la vida animal.
Incluso, hacen una reverencia para ingresar. Es una muestra de agradecimiento a la naturaleza por los alimentos que les proporciona. “Es una selva virgen, por esa razón ni siquiera existen senderos, ni se piensa construirlos porque alterarían el ecosistema”, señala el indígena Tsukanká.