Caminatas (trekking) y canopy se practican en la ruta del Qhapaq Ñañ (Camino del Inca) en este cantón. También hay un columpio. Foto:Raúl Díaz para EL COMERCIO.
Caminar entre los antiguos muros de piedra como lo hacían los incas es una travesía que atrae a quienes gustan del ecoturismo.
La práctica del trekking de cinco horas a través del Qhapaq Ñañ, que se inicia en Launag y culmina en la laguna de Culebrillas, en el páramo de Chunchi (Chimborazo), combina la historia y la aventura.
El viaje se inicia a las 05:00. “A esa hora el sol sale con poncho”, dice la gente de Launag -una comunidad junto al Camino del Inca- a los turistas que pasan por allí. El frío es tan intenso, que los nativos utilizan ponchos de lana y zamarros de piel de borrego para resistir las corrientes de viento.
Los turistas deben acudir con ropa térmica, guantes, gorro de lana, una chompa abrigada, pero ligera para caminar. También, un poncho impermeable y botas de caucho, por la cantidad de agua que desciende de las cochas y riachuelos del páramo.
Al caminar por los antiguos senderos de piedra, a 4 000 metros de altura, aparece el paisaje, como si fuera una pintura. Los colores de las plantas nativas como tilos, maticos, yaguales, pajonales… resaltan con las gotas de rocío que brillan con los rayos del sol de la mañana.
También se ven aves, como curiquingues, gavilanes y patos silvestres que sobrevuelan las lagunas, al pie de los cerros. “De aquí nace el agua que consumen en las ciudades”, explica a los turistas el guía nativo, Ángel Ortiz.
Los guías cuentan las tradiciones de su pueblo y las leyendas sobre el famoso Qhapaq Ñan, que en julio pasado fue declarado Patrimonio Mundial por la Unesco.
Para los más arriesgados, la travesía puede extenderse hasta Ingapirca, en Cañar. Allá concluye el tramo del sistema vial andino en el Ecuador; esa ruta incluye un día de acampada en los tambos, sitios de descanso del ejército inca. Pero si lo prefieren, la ruta concluye cinco horas después en el refugio del Ministerio del Ambiente, en Culebrillas.
El trekking no es la única aventura. Chunchi es famoso por los magníficos ocasos que se aprecia desde los miradores. El cantón está sobre el último cerro del sistema montañoso a 3 200 metros de altura. Por su privilegiada ubicación se aprecia la profundidad del horizonte y es el escenario perfecto para aventarse al vacío en un columpio gigante o en canopy.
En la vía Panamericana Sur, cinco minutos antes del ingreso a la ciudad, está el paradero de Carlos González. Él ofrece saltos en un canopy de 130 metros y en un columpio de 30 metros, a 150 metros de altura.
Él instaló juegos extremos el año pasado y desde entonces los turistas no han dejado de llegar. Al lanzarse al vacío la piel se eriza y duele el estómago, pero al abrir los brazos y mirar el sol ocultándose se desvanece el miedo.
La leyenda del Cura y la monja es una de las que más llama la atención. Dos gigantescas piedras tienen la forma de los protagonistas de la historia y están a los extremos del sendero.
“En la época de la Colonia un curita franciscano iba a Cuenca en compañía de una monjita, no sabemos qué estaban haciendo, pero el frío los congeló y se convirtieron en piedra”, dice Ángel, en tono burlón.