La Fundación Cecilia Rivadeneira cerró el año con un evento con más de 30 voluntarios. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
Su valor es incalculable. Los minutos, las horas, los días fluyen incesantemente y cuando pasan, jamás se los puede recuperar. Por eso no hay nada más generoso que regalar tiempo.
Esa es la esencia del voluntariado: compartir momentos con el necesitado. Los voluntarios son personas que se comprometen y esfuerzan por ayudar al otro sin ningún interés económico. Su recompensa es la plenitud que ese acto de generosidad les devuelve.
En Quito hay fundaciones, organizaciones o simplemente grupos de amigos para quienes el voluntariado va más allá del asistencialismo esporádico.Una de las que tienen mayor número de voluntarios es la Fundación Cecilia Rivadeneira, que trabaja con niños que sufren de cáncer y sus familias.
Soledad Narváez, coordinadora de voluntariado de la Fundación, dice que el apoyo de los casi 3 000 voluntarios en el país (unos 1 500 en Quito), es clave para cubrir los cinco ejes de acción que manejan.
Soledad, quien empezó como voluntaria hace tres años, formó parte de las caravanas de la alegría que visitaron las zonas afectadas por el terremoto del 2016. El sentir los abrazos de las niñas, el sacarle una sonrisa a un niño que perdió a un padre, el compartir y el ayudar, dice, le cambió la vida.
Trabajan con tres tipos de voluntariado: quienes por falta de tiempo van solo a un evento puntual, aquellos que asisten al menos una vez al mes. Y los que ayudan con frecuencia en sus profesiones.
En el proyecto Juega conmigo los voluntarios hacen visitas hospitalarias a pisos pediátricos. En Háblame de ti, se encargan de hacer encuestas a escala nacional. En Fuga de ángeles sacan a los pequeños de los ambientes hospitalarios y los llevan de paseo. En el programa de formación, dan charlas de sensibilización en colegios y universidades. Y en Cumpliendo sueños hacen realidad el deseo de los niños.
Un niño de 10 años cumplió su anhelo de manejar una volqueta. Una niña de 8 años conoció el mar. Un adolescente fue a un partido del Real Madrid.
El 16 de diciembre del 2017, en la Escuela Granja que es parte de la Fundación, la alegría fue el común denominador de los voluntarios que formaron parte un festejo por Navidad y Fin de Año.
Para Sara Mauney, del movimiento de Los Focolares, un grupo laico heterogéneo que busca “ser un testimonio real de la presencia de Dios en la vida cotidiana”, estas fechas son un buen pretexto para despertar el espíritu de voluntariado.
Ella, junto con sus dos hijos de 11 años y otras 30 personas, acudieron el domingo, 10 de diciembre, al Hogar de Ancianos de las Hermanas de la Caridad, con el objetivo de darles amor a aquellas personas que están solas, y que en algunos casos, olvidaron cómo se siente una caricia.
Cantaron villancicos, guitarrearon, escucharon una y otra vez esas historias que las abuelitas nunca se cansan de contar.
Sara asistió con sus hijos. Cree que la gente debe aprender a ser solidaria desde pequeña. Y a los viejitos, dice, les gusta la cercanía con los niños.
“Esto es Navidad. Es encontrar en el necesitado el rostro de Dios. Y eso es un regalo también para nosotros”.
Para ella el voluntariado es tener una actitud de servicio, y para eso no hace falta ir a algún lugar de beneficencia. Es mostrar amor al otro.
Para Mauricio Pozo, economista, calcular el valor de una hora de voluntariado es complicado. Sería una suerte de estimación sustentada en supuestos. Del sueldo básico, la hora valdría USD 2,30. Pero en realidad, sostiene Pozo, el voluntariado no se puede cuantificar porque no es un tema económico sino de solidaridad.
Para Emilia Ordóñez, el voluntariado es parte de su ADN. Tiene 25 años, y desde los 15 se ha dedicado a ser voluntaria en distintas organizaciones.
Ahora forma parte de Global Shapers, un grupo de jóvenes que se dedican a apoyar a la comunidad en distintos aspectos. Este año, por Navidad, organizaron un evento junto a la Alianza para el Desarrollo, Educación y Cultura (Aldec). Se trató de un almuerzo y una tarde de fiesta para 130 niños y jóvenes de 6 a 17 años en situación de riesgo de La Comuna y el barrio Armero. En Aldec, los niños reciben alimento, refuerzo académico, ayuda psicológica, y sobre todo, cariño.
Emilia está convencida de que ‘por cuestión de suerte’ nació en un hogar que tiene un poco más que otros y que es su deber compartir con quienes menos tienen. Está involucrada en el voluntariado corporativo de Holcim Ecuador.
En el 2008, cuando formó parte de Un techo para mi país, entendió que el voluntariado no es un acto de caridad, sino una oportunidad de acompañar, conocer a la gente y crecer.
El voluntariado va más allá de obsequiar caramelos, ropa o algún juguete. Permite compartir momentos, crear lazos, y enriquece tanto al que da como al que recibe. Así es como Evelyne Ladet, responsable de France voluntaires en la Fundación voluntariado para a ayuda social en Ecuador (VASE), define esa actividad.
Este acto de solidaridad, dice, no debe reservarse para fechas especiales, debe ser un estilo de vida.Considera que el voluntariado nacional es limitado ya que no hay una política de Estado que maneje programas de este tipo a nivel nacional.
Poner los talentos al servicio de la gente, dice, es otra forma de voluntariado. Todos podemos aportar con algo. Siempre hay alguien que necesita ser abrigado, sanado, consolado, o simplemente, escuchado.
En contexto
Los grupos vulnerables de la ciudad son los principales beneficiarios del voluntariado. Por Navidad hay fundaciones que se encargan de dar alimento a gente en situación de calle, hacer jugar a los niños de escasos recursos, llevar música a ancianatos, entre otras actividades.