Stéphane Vinolo, en uno de los pasillos de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, en donde es profesor principal en la Facultad de Filosofía desde el 2015. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
La entrevista con Stéphane Vinolo sobre la enajenación comienza de forma rara: una puerta que no se abre, una alarma que se enciende para dejar sordo a quien esté a una cuadra a la redonda, un entrevistado que va en busca de ayuda, un técnico que intenta apagarla y fracasa y un guardia que finalmente la desactiva. Cuando el silencio vuelve, Stéphane reaparece sonreído y afable para empezar a conversar.
A partir del lunes 16, millones volvemos a la realidad, ¿qué provocará este regreso masivo?
Será probablemente un choque, porque todos necesitamos ciertos amortiguadores psicológicos o amortiguadores sociales para, justamente, alejarnos de lo que creemos que es nuestra realidad. Puede ser que para muchas personas sea un choque un poco duro por la inversión emocional que hicieron en el fútbol, que permite olvidarse de algunas cosas, permite descargar ciertas energías. Y ahora regresamos al juego social común.
¿Deberíamos sentirnos banales porque durante un mes un balón fue nuestro subterfugio?
No creo. De hecho, uno de los filósofos franceses más famosos, (Jacques) Derrida, soñaba con ser futbolista, así que no pasa absolutamente nada. Al contrario, creo que debemos liberarnos de esa idea de que hay una ruptura entre cosas serias y cosas menos serias, cultura muy alta y cultura popular… Pienso que todas esas fronteras hoy se cuestionan.
¿La enajenación voluntaria, de cualquier tipo, podría ser una especie de nostalgia de la niñez, vista como un período sin mayores preocupaciones?
Probablemente, sí. Pero sobre todo hay que considerar que en casi todas las teorías sean religiosas o psicológicas o filosóficas solemos pensar que en algún momento hubo un paraíso, un lugar donde todo estaba bien y de ahí caímos. Entonces, intentamos regresar a este primer mundo, sea este el edén, el vientre de la mamá, sea lo que sea… Donde solemos pensar que no había preocupaciones, responsabilidades. En realidad, la vida de un niño es muy difícil.
Y además para un niño sus pequeños problemas pueden ser enormes.
Inmensos. O incluso puede tener problemas duros, como que sus papás se separen. Esta idea de regresar al estado de perfección es una fantasía.
¿Habrá quienes puedan vivir solo de realidad?
Yo pienso que no existe realidad. Al final, cualquier mundo en el cual vivimos es una especie de creación nuestra para protegernos, para escaparnos.
Entonces quienes dicen ser realistas, ¿qué son?
Mentirosos (risas). A ver, no, mentirosos es excesivo. Pienso que a todos nos gustaría ser realistas, pero en realidad lo que llamamos realidad es solo uno de esos mundos posibles, que hemos escogido según nuestros intereses.
¿Y qué es este espacio-tiempo que compartimos?
No sé si compartimos tiempos comunes o espacios comunes. Es decir, al final cuando nos encontramos con alguien nunca sabemos en qué mundo está esa persona. Tal vez haya una barrera fundamental entre nosotros y simplemente no la veamos. Por ejemplo, (Jean Paul) Sartre decía que nunca nos encontramos realmente con otra persona.
¿Por qué?
Porque son dos mundos que a lo mejor se pueden interpenetrar sobre algunos puntos; pero no estamos seguros de que vivamos el mismo mundo.
¿Cada cuánto es bueno enajenarse?
No imagino un momento de la vida humana que no sea una especie de enajenación. No pienso que vivamos en el mundo real y de vez en cuando nos estemos enajenando. No, nuestra vida es un proceso de enajenación. Constantemente estamos en eso, pasando de un mundo al otro. Por ejemplo, yo soy profesor y, de vez en cuando, esposo; y, de vez en cuando, escritor; y, de vez en cuando, viajero. Pero claro, ¿cuál es mi mundo real? Ninguno de ellos, o el que yo escoja en cierto momento.
¿Qué puede o qué suele nacer de la enajenación?
Cierta felicidad, cierto placer, porque si no, no la buscaríamos. Cuando intentamos huir hacia otro mundo es porque nos parece más fácil, porque nos genera placer. Aunque sabemos que no es más fácil. Pero el simple hecho de viajar hacia otro mundo o el hecho de poder deshacer un mundo que en algún momento no nos gusta, nos genera mucho placer.
¿Cuándo el subterfugio se convierte en trampa?
Yo pienso que no hay trampa, siempre y cuando tú estés consciente del proceso, estés consciente de que estás haciendo esto. O sea, el domingo todos vamos a ir a insultar a un árbitro pase lo que pase, porque necesitamos hacerlo, pero bien sabemos que este árbitro no es culpable de nada. Lo importante es el lunes dejar de insultar a la gente. O sea, hacerlo fuertemente el domingo, pero dejar de hacerlo el lunes.
¿Cuáles identificas como los subterfugios más comunes hoy?
Creo que entre los más jóvenes son los videojuegos. En mi país, muchos, muchos jóvenes se encierran en sus cuartos a hacer juegos en red y se crean otro mundo, y es chistoso porque muchos les dicen: “Debes regresar al mundo real”. Y yo siempre me he preguntado: A ver, si yo soy profesor cuatro horas el día, y soy un rey orco en el juego Warcraft 12 horas diarias, ¿cuál es mi mundo real? Pues el del rey orco. En realidad soy un rey orco que de vez en cuando da clases.Pero ya no sabemos cuál es mi verdadera identidad, cuál es mi mundo real y lo interesante es que esos dos mundos me generan emociones igual de fuertes.
Y si hablamos de los ‘gamers’ profesionales, estos juegos son su fuente de ingresos económicos. Qué puede ser más real que eso.
Al final del mes viene un cheque bien real.
¿Puedes pensar en un par de subterfugios más antiguos que permanezcan en la sociedad actual?
Bueno, tal vez el más importante, y no quiero ofender a nadie, pero me parece que es la religión. Obviamente la promesa número uno es: “¿Tienes miedo a morir? No te preocupes, no tengas miedo. Porque cuando mueras vas a pasar al verdadero mundo, a la verdadera vida. La vida después de la muerte”. Ahí la promesa de un mundo nuevo y un mundo mejor es lo que llama.
Buscar espacios de enajenación es una especie de función vital humana, ¿no?
Creo que sí. Imaginemos que el domingo no podamos reunirnos todos para insultar al árbitro, ¿esta violencia de todos, dónde la podríamos descargar? Sería en la sociedad y sería peor.
Entonces habría que agradecer a las federaciones de fútbol, y de otros deportes, de cada país.
Yo les agradezco por organizar un espacio dentro del cual podemos canalizar nuestra violencia de manera simbólica con insultos. Porque pasar de los golpes a los insultos es un proceso civilizatorio.
Enajenado suele ser sinónimo de loco, pero ¿de qué más podría ser sinónimo?
Creo que tal vez la palabra más cercana sea la palabra alienación. Solemos pensar que somos alienados, pero para mí, retomando a Sartre, donde hay dos personas hay enajenación. Porque de manera necesaria cuando el otro te mira ya te está llevando a su mundo, a pesar de que tú no quieras ir.
¿Es un proceso de persuasión mutuo?
Absolutamente. De manera obligatoria si yo existo para otro, ya existo en su mundo, por lo tanto ya no estoy solo en el mío sino que crucé la frontera y di un paso en su mundo y eso es algo terrorífico, porque es un mundo que yo no manejo. Por eso Sartre decía: “El infierno son los otros”.
¿Enajenado pudiera ser también sinónimo de feliz?
Yo pienso que sí. O sea: vivan las enajenaciones, lo importante es saber manejarlas. O intentar manejarlas. Pero a mí claro que me encanta escaparme a otros mundos. Y no conozco persona a la que no le guste escaparse. No me imagino una vida con un solo mundo. Sería horrible.