Nelson Ullauri en el interior de su casa ubicada en el barrio La Magdalena, en el sur de Quito. Desde hace más de tres décadas se dedica al activismo social y cultural. Foto: Galo Paguay/El Comercio
La emergencia sanitaria que vive el mundo ha dejado en evidencia la necesidad de poner en práctica la corresponsabilidad social, como estrategia para menguar sus efectos. En esta entrevista, Nelson Ullauri, activista cultural y barrial de larga data, reflexiona sobre la importancia de activar la responsabilidad compartida.
Durante esta pandemia, muchas autoridades y ciudadanos han mostrado falta de interés por la vida de los otros. ¿A qué cree que responde esta ausencia de corresponsabilidad social que se ve a escala global?
Para responder esta pregunta creo que tenemos que remitirnos a lo que pasaba antes de esta pandemia. Lamentablemente vivíamos en una sociedad en la que se estaba fortaleciendo el espíritu individualista y en la que los procesos comunitarios de convivencia se estaban perdiendo. Siento que ese individualismo y esa idea del sálvese el que pueda y como pueda, se ha fortalecido durante esta emergencia sanitaria, y eso ha influido en la ausencia de esta corresponsabilidad social. Durante estos meses también se ha visto afectado el espíritu solidario, algo que es necesario en toda convivencia social.
¿Por qué es importante que la corresponsabilidad social se convierta en una práctica más cotidiana?
Porque la emergencia sanitaria que estamos viviendo ha desnudado la terrible inequidad que existe en el sistema, no solamente a escala local sino global. Como pasa siempre, los más afectados han sido los sectores más vulnerables de la sociedad. He visto cómo en las redes sociales las personas se conduelen de la situación que está viviendo la gente que no tiene nada en este momento y cómo se lanzan ideas, pero todo se queda ahí. Es necesario que la corresponsabilidad social se convierta en algo práctico, precisamente, para ayudar a los más vulnerables.
Hay voces, a escala mundial, que hablan de la disciplina social como un camino necesario para mitigar los efectos de la crisis sanitaria, ¿usted qué piensa?
Hay que entender que esta idea de la disciplina social viene desde los poderes instituidos y desde las personas que manejan un sistema, en el que, como hemos visto en este tiempo, la riqueza está mal distribuida. Las personas nos hemos dado cuenta cómo, en muchos casos, la pandemia está siendo usada para satisfacer intereses políticos y económicos. Hay que buscar alternativas que sirvan para construir una sociedad más solidaria y no una más inequitativa, como está sucediendo.
¿Por qué para una ciudad es importante la vida de barrio y cómo puede ayudar a que se entienda la importancia de la corresponsabilidad social?
Para mí la vida de barrio es fundamental, porque es la que permite crear lazos de solidaridad, en lo más profundo del tejido social de una ciudad. La mayoría de barrios del sur de Quito fueron construidos bajo esta idea de responsabilidad compartida. Hubo un trabajo mancomunado entre la gente que vino del campo y de otras provincias. La personas juntaron sus manos y sus voluntades para tener una vivienda y servicios básicos. Lamentablemente, ese espíritu de trabajo comunitario se fue diluyendo en la medida en que iban supliendo sus necesidades. Ahí se fue construyendo ese individualismo del que te hablaba.
Usted ha trabajado durante décadas con organizaciones barriales, ¿qué ejemplo exitoso de corresponsabilidad social se le viene a la memoria?
En el sur de Quito hay experiencias súper ricas de corresponsabilidad social. Lo que más recuerdo es que antes la gente se sentía comprometida no solo con su vida y la de su familia, sino con la vida de su vecino y de su barrio, y eso se activaba a diario. Ese interés por la vida de los otros se mantenía, por ejemplo, a través de los comités promejoras y las casas barriales, que fueron desapareciendo por el clientelismo político. También están los grupos juveniles que aparecieron en barrios como Quito Sur, La Ferroviaria, Lucha de los Pobres o La Mena y que ayudaban a tejer vínculos entre las personas de sus barrios.
¿De qué debemos hacernos corresponsables socialmente en estos momentos? ¿Cuáles deben ser la prioridades desde espacios como el barrial?
Lo fundamental en este momento es fortalecer el tejido social. Hay que pensar en la reactivación de espacios como los comités barriales, las ligas deportivas, las organizaciones de mujeres y los espacios culturales. La prioridad para mí es rearmar todos esos vínculos comunitarios que fueron suspendidos por la pandemia. Se viene la campaña electoral y los políticos van a llegar a los barrios con todas las promesas del mundo y eso va a fragmentar aún más nuestras relaciones. Hay que fortalecer estos espacios, para trabajar por las personas más afectadas y para que la gente exija el cumplimiento de sus derechos.
¿Cuáles son los compromisos u obligaciones que se deberían pactar desde lo comunitario y extenderse a lo global?
Creo que desde el ámbito barrial y comunitario el compromiso está claro en este momento y es que hay que trabajar para generar una convivencia más humana. En La Magdalena, que es el barrio donde vivo, estamos trabajando para tener una vecindad crítica con lo que estamos viviendo y a la vez solidaria con las necesidades de los demás. Creo que en este momento es esencial recordar la importancia de la participación de las personas en la vida de la ciudad. Si la gente participa en la vida barrial se van a ir generando insumos para que el Estado cree políticas públicas más adecuadas a las necesidades de todos. Hay que trabajar para construir seres más solidarios, más humanos y más sensibles, y ahí el arte y la cultura y juegan un papel importante.
El filósofo español Fernando Savater plantea que desentendernos de la sociedad en la que vivimos es perjudicial para la democracia. ¿Usted qué opina?
Una de las formas de no desentenderse de lo que pasa en la sociedad es este trabajo que se hace desde la gestión cultural, barrial y comunitaria, en el que se busca que las personas sean críticas frente a la realidad que viven. Si la gente se desentiende de lo que pasa en la sociedad se va a perder ese espíritu crítico. Estamos atentos a lo que pasa en China pero no a lo que le pasa a nuestro vecino. Para mí estamos construyendo una sociedad en la que vivimos tan cerca del mundo pero a la vez tan lejos de nuestra propia realidad, como el hambre permanente con la que vive mucha gente en nuestra ciudad.
¿En qué medida la corresponsabilidad social se puede convertir en una alternativa para menguar los efectos de la crisis sanitaria?
En este momento la corresponsabilidad social tiene que ser ejercida por la gente que está en el poder pero también por todos nosotros, que estamos por fuera. Está claro que la responsabilidad compartida que se nos exige tiene que ver con cosas como no protestar por las condiciones laborales y sociales. En ese contexto, la sociedad tiene que comprometerse a cambiar lo que está mal. Hay que transformar la sociedad y ahí lo barrial y lo comunitario son indispensables.
¿Cuál es el papel de la cultura viva comunitaria en este contexto y cómo podría ayudar a poner en práctica la corresponsabilidad social?
Lo que hoy llamamos cultura viva comunitaria no es más que un nuevo nombre a los procesos barriales que se han construido desde hace varias décadas. Procesos sociales y culturales que han permitido fomentar esta responsabilidad compartida y ayudar a solventar los problemas de salud, educación, trabajo y convivencia. Me parece que el trabajo en los barrios y comunidades va a tener un papel importante en la resiliencia que necesitaremos durante la pospandemia. Estos procesos también generan barrios más seguros y sanos y con opciones de formación para niños y jóvenes.