Víctor Gaviria es un escritor y director colombiano de cine. Su obra se define a partir de su trabajo con los actores naturales, que convierte sus películas en dramáticas crónicas de realidad. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
El director, guionista y poeta colombiano Víctor Gaviria estuvo en Quito para dictar un taller de cine y presentar su más reciente película ‘La mujer del animal’, que fue una de las precandidatas al Oscar 2018, por Colombia. El cineasta compartió su experiencia en esta nueva cinta y reflexionó sobre la proyección del cine latino en las competencias cinematográficas.
¿Qué capacidad tiene el cine latinoamericano de competir en la industria del entretenimiento?
Hay realizadores muy interesantes que aparecen en muchas competencias importantes. Hay mucha propuesta. Pero el único que puede decidir si podemos competir o no es el público. Pero la gente se ha reducido a ser espectador del cine comercial y de entretenimiento. El cine que estamos haciendo los latinoamericanos se convierte, como la literatura, en un arte de minorías.
¿Qué demanda el cine latinoamericano del espectador?
Hollywood es un cine infantil y juvenil reducido al entretenimiento de género. Pero en América Latina se hace un cine independiente, desapegado de los géneros, de autor, que indaga en la historia, regiones y personajes de cada país. Cosas más profundas.
¿Qué posibilidad tiene el cine latino de volver a llevarse un Oscar en la categoría a Mejor película extranjera?
Para ese tipo de competencias hay que tener películas con buenas intenciones, que resalten ciertos valores universales, que no sean transgresoras, pero sí políticamente correctas. Hay películas que no van al Oscar porque a veces producen malestar, son incorrectas, incómodas y gustan. Pero creo que la única medida del cine no es solo el Oscar.
¿Cree que aún persisten estereotipos alrededor del cine y los profesionales latinos en industrias como Hollywood?
En Hollywood se mantienen esos estereotipos y clichés. Ahora se está imponiendo la imagen de un hombre violento y malo, en un contexto delictivo. Pero desde otro punto de vista hay producciones que tratan de entender los procesos políticos e históricos, detrás de esos personajes.
¿Por qué sigue siendo necesario hablar de la violencia, desigualdad y miseria en su filmografía?
Hay que seguir haciendo películas de las clases humildes, retratos de la pobreza, porque sigue acosando a la gente. Debe haber un cine que esté todo el tiempo exigiendo igualdad, un cambio y que las reformas tienen que hacerse. El monstruo está ahí todavía.
¿Cuándo la realidad se convierte en algo cinematográfico?
La realidad es una cantidad de relatos que se van tejiendo unos con otros. A veces los medios y las artes convencionales la traducen en relatos inofensivos. Pero hay un cine que muestra cómo se vive en los barrios, el despojo, el asesinato de líderes populares, los territorios tomados por bandas criminales, la presión de las multinacionales y la compra de funcionarios.
¿Qué realidad le condujo a ‘La mujer del Animal’?
Me encontré con una señora que me contó lo que le ocurrió con ‘El Animal’ y que nadie le creía. Mucha gente no me acompañó, pensaban que hacía una cinta sin ningún destino comercial, que hacía perder dinero a los productores, que el público la iba a rechazar. Pero había que hacerla y está ahí, como un testimonio de algo que había que denunciar.
¿Hasta dónde llegan sus concesiones por la violencia explícita?
Quise mostrar y desnudar al Animal en esa violencia explícita que lo muestra muy elemental y rudimentario. A veces mitificamos el mal y no quise hacer de la violencia un espectáculo.