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Viajar es aprender

La magnitud de la experiencia de un viaje depende de cómo se decida disfrutar y vivir. Para muchas personas un viaje es sinónimo de comprar, festejar, beber y comer. Otros enfocan su viaje hacia uno más cultural y la experiencia es más enriquecedora; rica en historia y en conocimiento.

Para aquellos que hacen de un viaje una experiencia civilizadora, las vacaciones se convierten en mucho más que en una desconexión. Resultan en una integración con otras culturas.

Ciertamente, cuando se hace un viaje cultural, aprendes y adquieres conocimiento. Y es que comienzas a viajar desde el primer momento en que decides hacerlo y escoges el destino. Es en ese momento cuando comienzas a conectarte con la infinita información correspondiente del país seleccionado.

A los viajeros nos gusta leer, instruirnos y empaparnos de las realidades sociales, legales, de seguridad y las costumbres culturales del lugar hacia dónde vamos. Luego al llegar al lugar, se establece contacto directo con el entorno y es entonces cuando se manifiesta la experiencia. Esta es una vivencia única que goza el verdadero viajero.

En mi más reciente viaje por diversas ciudades de Europa, visité el Mont Saint-Michell. Al llegar al tope de aquella montaña, sentí una energía muy positiva y, por ende, cierta conexión con ese lugar. Específicamente, en la Abadía de este concurrido sitio turístico de Normandía y uno de los primeros en Francia, sentí un torrente de energía positiva y hasta cierta paz interior. Me disfruté el momento. Y es que estas experiencias se viven en un plano muy personal y las disfrutamos cuando estamos en actitud de conexión, gozo y apertura.

Previo a la fecha de este viaje, leí entre otras cosas sobre el Monte Saint-Michell. Me emocionaba la idea de que visitaría este lugar y de que estaría en su abadía, la misma que luego de la revolución francesa se convirtió en una prisión de los sacerdotes que se oponían a los nuevos cambios en el clero. De igual forma, ha sido inolvidable mirar a través de los cristales donde aquellos monjes de la edad media, acudían a hacer sus oraciones mientras contemplaban las aguas del mar desde aquella altura.

Por supuesto, la lectura fue un elemento indispensable en la preparación de este viaje. Hay que leer, instruirse y prepararse porque esto hace la gran diferencia en las experiencias vividas.

Cuando viajas abres tus ojos a las realidades del mundo. Además, te percatas por tus propias vivencias, de que los boricuas vivimos en una burbuja que llamamos Puerto Rico y que estos europeos, asiáticos, australianos y mediterráneos, entre otros, ven el mundo con una apertura impresionante. Y es que muchos nos creemos que el mundo gira a nuestro alrededor, pero la realidad es que estamos casi en el fondo del caldero y por encima de la tapa se está moviendo el mundo.

Hay que viajar porque viajar es vivir, aprender y conocer las realidades de la vida y del mundo. Al final de día, podrías perder todo lo material, pero nunca, nunca, nunca... el conocimiento adquirido y las memorias inolvidables de tus viajes.