Nelsa Curbelo posa afuera del Centro Municipal de Gestión de Conflictos Más Paz, que dirige desde hace 4 años. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO
Nelsa Curbelo está detrás de la desmovilización de pandillas como Los Ñetas y Latin King en Guayaquil, grupo que se legalizó como asociación y concluyó con sus miembros al frente de microempresas e incorporados a la sociedad civil. La activista por la paz reflexiona sobre el tema de la venganza y sobre la irrupción de una corriente que ejerce presión por la toma de justicia por mano propia.
¿A qué nos aboca un concepto como la venganza?
Al ojo por ojo de la ley del talión, a una supuesta justicia retributiva, pero no hay tal. En una sociedad donde impera el ojo por ojo, todos nos quedamos ciegos, como dijo Gandhi.
Se presume como una especie de reparación por un daño recibido. ¿Es en verdad una suerte de compensación por un agravio?
No. No lo es. La venganza nunca es una compensación, es un acto de retaliación. Es decir, tú me hiciste, yo te hago algo igual o peor. Lo deseable en términos sociales es la reparación y la venganza no repara nada, ahonda el problema.
¿Más que justicia busca liberar la tensión del dolor, del rencor y del odio?
Por eso es absolutamente destructiva, porque una vez consumada te deja vacío, sin posibilidad de reparar, de sanar o perdonar. El perdón quiere decir ir más allá del ‘don’, va más allá del hecho.
¿El liberar el odio y el rencor a través de violencia implica regodearse en una suerte de placer insano?
Lo irónico es que la venganza no libera nada, se entra en una espiral cada vez peor, donde todo se enreda más y más. Si respondo con odio a una acción de odio, lo único que hago es generar más odio. Si alguien me insulta y yo insulto, jugamos a quién insulta más, en una escalada exponencial.
Cuando recibes un golpe emerge un deseo instintivo de devolverlo, como un intento de equilibrar la situación. ¿No es este tipo de respuesta algo consustancial a los seres humanos?
Es cierto que nos lleva a algo primitivo. Es un instinto de defensa que ha evolucionado por millones de años, pero tenemos que hacer una diferencia. Usted tiene derecho a defender su vida y la vida de los suyos; distinto es cuando yo lo planifico fríamente, cuando me organizo y consigo armas para hacerlo, por ejemplo.
Hay una diferencia con la legítima defensa…
Los catalanes le dicen “bo” a la persona buena, pero dos veces bueno es ser bobo. No por ser ‘bueno’ hay que dejar pasar, eso ya no funciona más así. Es diferente que a mí alguien me ataque, yo me defiendo y contraataco -eso es legítima defensa-, a organizarte y que fríamente se planifique atacar, en defensa o retaliación de un hecho, porque ese es un rol que corresponde al Estado.
En el país han surgido brotes de autodefensas como una supuesta respuesta a los vacíos de seguridad…
Surgen por el poder deficitario del Estado, que no hace lo que yo espero y lo que necesito. Entonces, decido que voy a suplir al Estado aunque carezca del poder legal de hacerlo y tampoco tengo a nadie que me controle. Con el Estado, mal o bien, hay un control legal, pero ¿quién controla a las autodefensas?, ¿qué límites tienen? ¿Y si se equivocan como pasó en Posorja, donde parece que lincharon y prendieron fuego a dos personas que no habían cometido el delito del que se las acusaba? ¿Quién repone las vidas? Las autodefensas no dan cuenta más que a sí mismas.
¿Qué peligro encarnan?
El peligro es el de una espiral de violencia sin control de la que no parece haber retorno. En el caso de las autodefensas está demostrado que se convierten o evolucionan hacia grupos paramilitares que utilizan después las armas en función de otra cosa. Al final no defendían a nadie, solo a ellos mismos y a sus propios intereses. La historia reciente de los procesos sociales y participativos en América Latina muestra que todos los intentos de autodefensa han sido un fracaso. Estos grupos se convierten en bandas criminales y de narcotráfico, como en Colombia, por ejemplo, o algo semejante a lo que pasó en México.
¿Qué tanto se relacionan con esto del ojo por ojo, con la venganza?
Está relacionado con la retaliación y con el responder a una situación que me amenaza o que me sobrepasa. Los grupos que se organizan están hartos de que no haya justicia, hartos de ser sometidos a la inseguridad, hartos de que nadie los cuide o han sido víctimas cercanas de la vejación de la delincuencia. En este país, casi todos hemos pasado por la experiencia concreta o muy cercana de un hecho violento que lo origina otro, sea por robos, por golpes o por una violencia extrema. Eso genera un estado de miedo. Estamos en una sociedad que tiene mucho miedo y tiende a emplear medios violentos para defenderse.
¿El miedo nos aboca a lo irracional?
Nos aboca a la violencia. Con mi trabajo con las pandillas de Guayaquil constaté que los chicos más violentos eran los que más miedo tenían, por eso yo siempre les dije: “Ustedes son unos cobardes”, de frente. “Usted, lo único que es, es un cobarde, y como no sabe lidiar con el miedo emplea la violencia, porque no sabe cómo afrontar una situación con otra cosa que no sea un arma. Y si yo le quito el arma, se viene abajo todo”. En una sociedad con miedo, que pone rejas en todas las ventanas, en todos los parques, al final terminamos haciendo una suerte de prisiones de las ciudades, como si los delincuentes estuvieran sueltos y el resto, en una cárcel.
Si las leyes intentan ser objetivas, promover la paz social, y si estamos en un supuesto Estado de derecho, ¿qué esta fallando?
Falla quien aplica la ley. Existe un estado fallido, a nivel de las garantías que debe proporcionar. Se está evidenciando que no funcionan.
¿Qué no funciona?
No funcionan los que tienen el uso legal de la fuerza, los policías, sobre todo. Tampoco parece que está funcionando bien el sistema judicial, porque las leyes y el sistema no me favorecen ni me protegen como ciudadano. Si me defiendo solo, lo comprendo. Si me defiendo con un grupo organizado, eso ya es muy grave; porque eso implica un deterioro del Estado de derecho. Y lo que se está deteriorando también es la misma democracia.
¿Cómo detener estas respuestas de impotencia ante la delincuencia?
Con un Estado de derecho más sólido, una fuerza policial mejor entrenada y una justicia en la que podamos confiar. En un régimen democrático no se pueden permitir autodefensas, hay que pararlo antes de que nazca. La desigualdad en la justicia frente a los corruptos que andan sueltos, por ejemplo, causa también incredulidad. Y si no se cree en la justicia, se busca la defensa propia.
¿Cómo se combate la pulsión de la venganza si parece que es parte de nuestra cultura y tan antigua como la ley del talión de la que hablábamos al principio?
El ‘ojo por ojo, diente por diente’ es del Antiguo Testamento, más vale atender al Nuevo, que manda a otra cosa: tienes que amar al otro, como yo amé, hasta dar la vida por el otro. Es la contraparte y es bastante distinto a cobrársela. Habría que ponderar estos principios de respeto, más allá de nuestras creencias. Yo vengo de la religión católica, fui formada dentro de esta corriente, pero intento tener una visión más amplia, vivo sabiendo que es una parte y que no lo es todo.
Lo contrario al talión sería ofrecer la otra mejilla.
Siempre me llamó la atención eso de poner la otra mejilla, no me gustaba en absoluto. Un día entendí algo que me parece fundamental, y es que resulta que cuando das una bofetada, golpeas con la mano abierta, y para golpear una segunda vez con la misma mano tendrías que hacerlo con el reverso de la mano, ya no con la palma sino con el dorso. Y resulta que en los libros primarios del cristianismo está prohibido golpear con el dorso, no se puede. Entonces la interpretación es distinta. Y poner la otra mejilla significa parar la violencia. Ahí sí estoy de acuerdo, me gustó más (risas).