Mario Vargas Llosa nació en Arequipa, en 1936. En el 2010 ganó el Premio Nobel de Literatura. Foto: AFP
El escritor peruano acaba de publicar una novela donde teje vínculos entre la historia guatemalteca y la ficción. Una de las sorpresas es la reaparición del general Rafael Trujillo, protagonista de ‘La fiesta del Chivo’.
Virginia, Estados Unidos. El escritor peruano Mario Vargas Llosa está sentado en la sala de una casa llena de flores artificiales, fotografías, cuadros y aves: loros, cacatúas, guacamayos, canarios africanos y palomas torcaces. Frente a él está una mujer que pasa de los 80 años, vestida con un kimono negro lleno de pliegues, cara maquillada, pestañas muy largas y manos pintadas de verde selvático.
El escritor, curtido por el paso de los años, saca lo mejor de su vena periodística y comienza a hacer preguntas puntuales. Cuando las respuestas de la mujer no le satisfacen -generalmente ella se va por las ramas- lanza repreguntas que sabe que la van a incomodar. Después de dos horas, la conversación llega a un punto muerto. Ella se levanta, lo acompaña hasta la puerta y le dice que no se moleste en mandarle su nuevo libro.
Aquella mujer es Marta Borrero Parra y el libro al que hace referencia es ‘Tiempos recios’, la novela que el Premio Nobel de Literatura 2010 acaba de publicar, y en la que ella ocupa uno de los papeles protagónicos, junto a expresidentes de Guatemala como Juan José Arévalo, Jacobo Árbenz, Carlos Castillo Armas y Miguel Ydígoras Fuentes, y al dictador dominicano Rafael Trujillo Molina.
Después de la publicación de ‘La fiesta del Chivo’ (2000) nadie hubiera imaginado que Trujillo volvería a la literatura de Vargas Llosa. Nadie, excepto el historiador, poeta y escritor Tony Raful, quien un día coincidió con él en una cena en Santo Domingo y le contó una serie de historias que conectaban al dictador dominicano con Castillo Armas, el militar golpista que derrocó a Árbenz.
Consciente de que el juego entre la ficción y la historia es lo que mejor se le da dentro de su ejercicio narrativo, Vargas Llosa apostó por una novela ambientada en la Guatemala de los años 50. Un país con una población mayoritariamente indígena, sumida en la pobreza, la violencia, la corrupción y la inestabilidad política.
El resultado de este hurgar en la historia y la memoria de Guatemala, a través de sus caudillos, para luego ficcionarla, deja como resultado una historia con un compás narrativo trepidante, que bien podría alcanzar conexiones con las convulsiones sociales que se han visto, por estas semanas, en toda América Latina.
La Guatemala de ‘Tiempos recios’ es una nación con una democracia frágil. Juan José Arévalo, exiliado durante muchos años en Argentina, gana las elecciones al general Federico Ponce Vaides. El 85% de los electores votaron por él. Después de seis años, su sucesor es el capitán Jacobo Árbenz Guzmán, esposo de María Vilanova y padre de dos mujeres y un hombre.
Arévalo y Árbenz comparten un ideal: convertir a Guatemala en una democracia como la de Estados Unidos, país que admiraban y que tienen como modelo. Para lograrlo, Árbenz apunta a la Reforma Agraria.
Su inspiración sobre el problema de la tierra lo encontró en Taiwán, donde el régimen inaugurado por Chiang Kai-shek había entregado pequeños lotes, respetando el sistema capitalista. Él también quería difundir el modelo entre los campesinos guatemaltecos.
Lo que nunca imaginó Árbenz fue que el rechazo a la Reforma Agraria que fue aprobada por el Congreso llegaría de Estados Unidos, gracias a la United Fruit, una empresa que a principios de los años cincuenta se extendía por Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Colombia y varias islas del Caribe.
En ‘Tiempos recios’, Vargas Llosa realiza un ejercicio intelectual interesante, que quizás solo se logra con la distancia que da el paso del tiempo: seguir el paso a las personas, instituciones y países que mueven los hilos de la geopolítica mundial, ¿quiénes estaban por encima de Arévalo, Árbenz, Castillo Armas, Ydígoras Fuentes o del mismo dictador Trujillo Molina?
Como todos sabemos, después de la Segunda Guerra Mundial el mundo quedó dividido en dos, gracias a la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Lo que no todos teníamos presente es que empresas como la United Fruit utilizan el miedo que las personas tenían hacia el comunismo para embarcar a su país en campañas por las que después serían cuestionadas.
En esta novela, los promotores de aquel miedo tachan a Árbenz de comunista por la Reforma Agraria que impulsó. Son Edward L. Bernays y Sam Zemurray, dos hombres que eran parte de la United Fruit y cuyas existencias, se dice, marcaron el destino de Guatemala y, en cierta forma, de toda Centroamérica en el siglo XX.
“El peligro señores -lanza uno de ellos en uno de los pasajes del libro de Vargas Llosa- es el mal ejemplo. No tanto el comunismo como la democratización de Guatemala”.
En el ocaso de su vida, Marta Borrero Parra, amante de Castillo Armas en sus años de juventud y amiga cercana de Trujillo, está convencida de que el golpe de Estado que sufrió Árbenz libró a Guatemala del comunismo. Por su parte, Vargas Llosa lo dice de manera textual al final del libro, cree que aquella intervención de Estados Unidos trastocó la posibilidad de que Guatemala y el resto de países de América Central se convirtieran en democracias libres alejadas del peso de las dictaduras.
A Vargas Llosa siempre habrá que agradecerle la claridad con la que retrata al poder. La forma en que describe la violencia, la corrupción, los pactos y las traiciones alcanza en esta novela momentos de verdadero goce literario.