El 30 de mayo de 1922 fue inaugurado el monumento a Abraham Lincoln, ícono de la democracia estadounidense por haber cumplido el sueño americano y salvar la Unión. Foto: EFE
Quien visita el memorial de Abraham Lincoln, en Washington D.C., queda absorto por su imponencia. Está ahí, gigante como lo era él en la vida real y su 1,92 metros, con el rostro adusto, como un vigilante de la democracia. Tan poderoso es el monumento, que incluso ha sido llevado a uno de los grandes momentos de la distópica saga cinematográfica de ‘El planeta de los simios’.
“En este templo, como en los corazones de las personas por las que salvó a la Unión, la memoria de Abraham Lincoln está consagrada para siempre”, dice la dedicatoria. Y la educación se ha encargado de que su memoria perviva. En las paredes de las escuelas suelen estar los retratos de George Washington, Thomas Jefferson, Benjamín Franklin, tres de los padres fundadores, y el suyo.
Desde niños, los estadounidenses tienen en el decimosexto Presidente a uno de sus mayores referentes. Su legado es inmenso, pese a la brevedad de su mandato, pues fue asesinado al mes y 10 días de haber iniciado su segundo periodo. Pero en esos cuatro años previos a su muerte -acaecida el 15 de abril de 1865, luego de una agonía de nueve horas- se desató la Guerra Civil (por los afanes secesionistas del sur), se abolió la esclavitud y el país se consagró a una economía industrial que, con los años, le permitió ocupar el sitio de hegemonía mundial.
Su Presidencia fue tormentosa y muy criticada en su tiempo. Solo después de ser asesinado por John Wilkes Booth, un actor confederado, se lo erigió como una figura casi mítica. A tal punto que, durante muchos años, la política solía hacerse una pregunta: “¿Qué haría Lincoln?”.
En las elecciones presidenciales -y la de pasado mañana no es una excepción- los candidatos siempre toman su nombre y se proclaman sus herederos.
Trump, por ejemplo, recuerda siempre que Lincoln fue un republicano -de hecho, es el primer presidente republicano-, en medio de las acusaciones sobre su racismo. “Salvo Abraham Lincoln, he sido el Presidente que más ha hecho por los negros”, dijo en el último debate con Joe Biden.
La candidata a la Vicepresidencia por el Partido Demócrata, Kamala Harris, espetó a su rival, Mike Pence, que ‘el honesto Abe’ no nominó a ningún candidato para la Corte Suprema, porque el país se encontraba en un período electoral. Trump hizo todo lo contrario y no perdió el tiempo para proponer a la conservadora Amy Coney Barrett para ocupar el sitio de Ruth Bader Ginsburg, la ícono del progresismo.
Trump y Harris tienen algo de razón y no poco de manipulación sobre ‘el viejo Abe’, quien fue, en el fondo, un hijo de su tiempo.
Es cierto que Lincoln firmó la Proclama de la Emancipación, pero lo hizo más por una necesidad política que por motivos morales. La medida corría para los estados esclavistas confederados, pero no para los que se mantenían en la Unión, como Delaware, Maryland, Kentucky y Misuri.
Su figura ha estado sujeta a la revisión. En un artículo de 1969, en la revista Ebony (Ébano), Lerone Bennet publicó un artículo que sacudió a la academia y a la tradición estadounidense. En ‘¿Era Abe Lincoln un supremacista blanco?’ se propuso desmantelar “la mitología del gran emancipador”, según el diario Los Angeles Times, puesto que compartía “los prejuicios raciales de sus contemporáneos blancos”.
Lincoln se había opuesto al voto de los negros, por ejemplo. Se cuestionó a tal punto su rol de liberador, que Malcolm X urgía a que se desbaratara su imagen como el defensor de los derechos afroamericanos.
Tampoco fue muy cierto que priorizara los valores de las instituciones de una república en la nominación del juez para la Corte Suprema. Si lo hizo fue porque no quería perder el apoyo de los whigs (liberales) en las urnas para el segundo periodo, que finalmente ganó.
Ahora también se lo revela como un audaz político y un gran manipulador. Sabía retroceder cuando era necesario, incluso quedando como derrotado, a sabiendas que había un resquicio que le permitiría llegar a su objetivo.
Supo usar los avances tecnológicos de la época, como la fotografía. Entendió que la imagen era importante y había que hacerlo presidenciable. Hay más de 130 retratos que fue trabajando rigurosamente: comenzó a usar barba, se alzaba el cuello de la camisa, buscaba el mejor ángulo. También estructuró el relato de ser “el honesto Abe”, el que pagaba sus deudas.
Orador hábil, sus alocuciones se inmortalizaron porque los periodistas habían aprendido taquigrafía y transcribieron palabra por palabra sus discursos, como aquel que dio en Gettysburg, en honor a los caídos en la más cruenta batalla de la Guerra Civil: “Que este país, bajo Dios, pueda tener un nuevo nacimiento de libertad, y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la Tierra”.
El telégrafo y las modernas técnicas de impresión de los diarios permitieron que su mensaje llegara a todo el país. Y para no tener que recurrir a los medios, creó una oficina de prensa en la Casa Blanca.
¿Por qué, entonces, es una figura tan imperante? Porque encarna el valor de la democracia estadounidense: la igualdad de oportunidades para todos. Era un hombre de frontera en la expansión hacia el oeste, un leñador. No tuvo educación formal, pero fue un autodidacta que pudo aprobar los exámenes para ser abogado sin haber pasado por una universidad; es la síntesis del “self-made man”, del “sueño americano”. Y, sobre todo, porque salvó la Unión.
En estos tiempos de polarización, abuso de poder e irrespeto a las instituciones, hay al menos siete grupos republicanos que se oponen a Trump. Uno de ellos es The Lincoln Project, formado por exestrategas de campañas republicanas y que ven en el magnate inmobiliario un peligro para el país, por lo que hacen campaña para Biden.
Entre ellos está George Conway, esposo de Kellyane, exasesora del Presidente
-que renunció, según ella, para cuidar a sus hijos-. Esto expone que la división está dentro del propio Partido Republicano, luego de que la familia Trump se apropiara de su control, según se comprobó en la Convención Nacional del partido.
Trump y sus afines no han dudado en llamarlos traidores y perdedores. Pero los de The Lincoln Project se dicen “dedicados americanos protegiendo la democracia” y afirman que deben “tomar acciones ahora para proteger las instituciones”, como el ‘Viejo Abe’, quien supo proteger la Unión.