En Otavalo, los pobladores han encontrado una forma de utilizar las bondades que ofrece la tierra y transformarlas en artesanías. Foto: Valeria Heredia
Un lado escondido sale a la luz en Otavalo. Sus protagonistas son quienes siempre han estado allí. Aquellos que transforman la totora, la lana y los hilos en artesanías y vestidos.
Los que guardan celosamente sus conocimientos y saberes ancestrales. A ellos se muestra en esta otra cara del cantón, que se desapega de su visión céntrica y tradicional (la Plaza de Ponchos).
A menos de dos horas de Quito, Otavalo da la bienvenida a los viajeros con un enorme espejo de agua: el lago San Pablo, que está rodeado por las parroquias González Suárez, San Pablo y San Rafael.
Los pobladores han encontrado una forma de utilizar las bondades que ofrece la tierra y transformarlas en artesanías.
Desde hace unos años, los artesanos de la Asociación Totora Sisa se dedican a la elaboración de adornos, muebles, lámparas, mesas y demás artículos para el hogar.
Trabajan con técnicas ancestrales como el tejido trenza, el amarrado en bulto, la estera tradicional, el cuadrado especial, el tejido mazorca, la espiga… Martha Gonza es la gerenta general de la agrupación.
Asegura que la totora es la vida de San Rafael de la Laguna, que sobrevive por este material. Actualmente, han realizado 170 diseños.
Otro de los beneficios de la totora es que ha logrado unirlos, y que los jóvenes también se interesen a la elaboración de artesanías. Todo para rescatar su identidad. Así lo relató Antonio Aguilar, quien solo necesita un par de minutos para dar forma a una pequeña llama.
La panza del animal es lo primero que teje. Lo hace de forma natural. Dos veces al año, comparte sus conocimientos con otros miembros de la localidad.
Allí no solo se encuentra artesanía sino que se puede visitar el paraíso. Imagínese, un lugar rodeado de una variedad de plantas, animales y tradiciones. Este lugar se llama el Paraíso Escondido del Coraza, un emprendimiento familiar que tiene como objetivo mostrar la belleza natural del lago San Pablo y la historia de su guía, el Coraza.
Su propietario es Marco Chamorro, quien abrió este espacio para mostrar parte de sus raíces. “Vamos a instalar un museo con piezas de Otavalo y, sobre todo, del coraza: su traje, artesanías y más”, dice.
Dos argentinos, Leo Guzmán y su compañero, llegaron hace unos seis meses a Ecuador. “Me gustaron las tradiciones y la hospitalidad. Hacemos pan y lo compartimos entre todos”, cuenta Leo.
El recorrido por Otavalo no puede terminar sin la visita a los naturistas o hierbateros. Años atrás, Mario Tuntaquimba, quien vive en el sector de San Ramón, en Peguche, se dedicó a curar a las personas por medio de remedios salidos de la naturaleza.
La hoja de limón, la ortiga, la sal en grano se utilizan en sus pacientes. Recuerda que ha curado todo tipo de mal: desde dolores del cuerpo hasta los del espíritu. “Han venido personas que ya no avanzan a vivir. Les digo que se tomen las aguas con fe para que se logren curar”.
La mayoría lo ha logrado: las personas regresan con costales de alimentos en agradecimiento.
Esta cara de Otavalo, que muestra lo tradicional, ancestral y místico, se abre a los turistas nacionales y extranjeros, más allá de la popular feria en la Plaza de los Ponchos.