Los Tsáchilas comparten con el turista

El centro turístico Tsáchila Mushili es una fuente de aprendizaje para los turistas que llegan a la comuna Chigüilpe.

El centro turístico Tsáchila Mushili es una fuente de aprendizaje para los turistas que llegan a la comuna Chigüilpe.

El centro turístico Tsáchila Mushili es una fuente de aprendizaje para los turistas que llegan a la comuna Chigüilpe. Foto: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO

La naturaleza contrasta con las casas tradicionales que se caracterizan por su rusticidad.

Los techos construidos a base de paja toquilla, el verde vegetal y los adornos propios de la cultura Tsáchila hacen que los visitantes se conecten de inmediato con la naturaleza.

En el kilómetro 7 de la vía Santo Domingo- Quevedo, entre una densa flora silvestre se encuentran dos proyectos turísticos levantados por nativos de esta nacionalidad.

Al acceder a la comuna Chigüilpe, el primer lugar que se encuentra es el centro turístico Mushili Cultura Viva, construido hace un año por la familia Calazacón. Un kilómetro más adelante está el centro Tolón Pelé, que empezó a funcionar hace seis años.

En esta última comuna, estos centros culturales son referentes para los turistas que llegan atraídos por conocer la cultura de los nativos de la provincia tsáchila.

En un recorrido por estos lugares, el visitante comprende los diferentes procesos que constituyen a esta etnia, desde lo material hasta lo espiritual. Los guías nativos, por ejemplo, comentan que la infraestructura tradicional de las viviendas de las comunas indígenas ya no es la misma.

Lo hace ante la pregunta de los turistas a quienes les llama la atención la forma cómo ha cambiado la arquitectura de las cabañas y de las chozas. Antiguamente, estas estructuras se montaban con materiales propios de su entorno, como la caña guadúa y el pambil. Ahora hay casas construidas con esos mismos materiales, pero han incorporado el cemento y ladrillos como elementos alternativos.

Abraham Calazacón, el líder del centro Mushili, cuenta que no se trata de descartar la tradición sino de generar una mejor estética de las chozas, que incluso se vuelven más resistentes al paso del tiempo.

El estilo de vida ha evolucionado para los nativos, pero las nuevas generaciones tratan de mantenerlas contando lo que aprendieron de la tradición oral. Shirley Calazacón, de 19 años, evoca que los ancestros dormían bajo los troncos de los árboles y a la intemperie.

Lo hacían porque en esos tiempos eran nómadas y no tenían un lugar fijo para vivir. Pero cuando se asentaron en Santo Domingo, empezaron a idear las chozas para descansar bajo un techo de toquilla.

Luego innovaron la estructura física de la casa y optaron por colocar cubiertas. De esa forma nació lo que en el idioma tsáfiqui le llaman mad tuteya (casa antigua) .

En el centro cultural Tolón Pelé aún existen casas de este tipo y son como una suerte de muestra didáctica para los turistas, dice la promotora tu­rística Albertina Calazacón.

Tienen una dimensión de 5 x 8 metros (40m²) y una altura de 5 metros. Su estructura está compuesta por plantas como la caña guadúa, pambil, bisolá y paja toquilla.

La estructura no tiene divisiones internas, pero sí una configuración definida de las áreas de un hogar tsáchila ancestral. La cocina y la cuna para el bebé, por ejemplo, están casi juntas. Esto era necesario porque la madre así estaba pendiente de que el menor no se incomodara dentro de una especie de andador inmóvil.

Cerca de ahí está el polo-wa, una especie de estante donde se organizaban los utensilios de la cocina.

Finalmente, se encuentra el chipo-ló, un asiento para el padre de familia que en épocas pasadas solo lo podía utilizar el hombre y jefe del hogar.

Calazacón cuenta que de hecho era lo único que existía en las viviendas antiguas como taburete, pues el resto de miembros de la familia debía descansar en el piso de tierra.

Las casas tsáchilas no solo son para vivir; también sirven además para desarrollar las destrezas . Dentro de esos lugares elaboran manualidades y artesanías que recrean las costumbres en piezas tipo miniatura.

Sonia Calazacón elabora las lanzas que portan los chamanes para sus rituales. Las canastillas con paja toquilla, collares a base de bisolá y macetas de caña toman forma dentro de las cabañas.

Las creaciones se exhiben en largas mesas que resaltan por sus matices de telas multicolores, similares a las faldas de las mujeres tsáchilas.

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