En la comuna Chigüilpe, Ricardo Calazacón cultiva la paja toquilla. Juan Carlos Pérez /para EL COMERCIO
La conservan en sus parcelas, dentro de los huertos que están en medio del bosque de las comunas de los tsáchilas, en Santo Domingo. Las plantas de paja toquilla tienen una historia aparte en las tradiciones de esta nacionalidad integrada por 2 500 familias. Desde la existencia de los nativos, a la toquilla solo se la observaba en la composición de las chozas y centros turísticos; ya secas.
Pero poco se sabía sobre cómo la cultivaban y dónde. Budi Calazacón, por primera vez, contó lo que hasta hace poco era un misterio para los extranjeros que llegaron al centro turístico Seke Sonachum (‘Buen Vivir’, en idioma tsáfiki).
Ahí se conoció que la planta está en peligro de extinción y que apenas las familias tsáchilas disponen de poco menos de media hectárea sembrada de paja. Eso es como ‘una aguja en un pajar’, dice Calazacón, al referirse a que dentro del inmenso bosque las plantas escasean. El territorio de los comuneros ocupa una superficie de 10 000 hectáreas, en las afueras de Santo Domingo.
Según un sondeo de la Gobernación Tsáchila, apenas el 5% de esas tierras está sembrado con paja toquilla. Otra parte (85%) la componen árboles frutales, plátano, cacao, pambil… Las familias hacen esfuerzos para que el producto no se pierda.
Budi Calazacón lidera un proyecto en la comuna Chigüilpe para que, con apoyo de los extranjeros, se las pueda conservar. Consiste en que las plantas existentes no sean aprovechadas y, al contrario, se introduzcan nuevas especies de otras localidades, como por ejemplo de Manabí, con el fin de reforestar las áreas explotadas en el pasado.
Se hacen contactos con un proveedor de Montecristi y se espera que a finales de este mes lleguen las primeras 500 plantas. La idea es que el área sembrada supere las 2 hectáreas por familia. Los chachis residentes en la tierra tsáchila dicen estar de acuerdo con la iniciativa. Para ellos, la paja toquilla es fundamental en sus artesanías y, precisamente, la extraen desde los terrenos de sus vecinos tsáchilas.
Luis Cimarrón, dirigente de esta nacionalidad, asegura que desde este año se dio disposiciones para que aprovecharan las plantas que se encuentren en zonas más alejadas. Es decir, de donde nunca antes se había extraído el producto. El lugar señalado está en el recinto El Progreso, en la vía rural a la parroquia Puerto Limón.
Las áreas con paja toquilla en las comunas tsáchilas se las encuentra a 50 kilómetros de cada casa. A los visitantes que llegan por turismo a las comunas se les hace difícil acceder a esos sitios porque hay que sortear mucha maleza y arbustos de gran tamaño. Un grupo de canadienses lo hizo el mes anterior, luego de que Budi Calazacón les confesara los secretos que mantenían sobre la paja toquilla.
En la travesía, cortaron cerca de 5 000 ejemplares de la planta para construir una de las nuevas chozas que se levanta en Chigüilpe. Lo hicieron en una noche de Luna llena, porque en la creencia de los tsáchilas el satélite natural de la tierra les ofrece larga vida a lo que se aprovecha bajo su luz. Por ejemplo, en una vivienda ancestral el material alcanza los 100 años de existencia. La paja toquilla se emplea para diferentes usos. Con esta se confeccionan abanicos, cestos, adornos, canastas…
Según la Gobernación Tsáchila, el mayor uso de esta planta lo hacen miembros de la etnia Chachi. Ellos no disponen de terrenos propios en Santo Domingo y tampoco de su materia prima para sus artesanías como en Esmeraldas.
La paja toquilla, también es un símbolo de los primeros intercambios comerciales que unieron a los tsáchilas con los chachis. Mientras, los primeros los surten de artesanías, los tsáchilas les facilitan el ingreso a sus bosques para cosecharla. Es por eso que los acabados se entregan a bajo costo.