El tsáchila Miguel Aguavil cultiva dos hectáreas de orito, en la comuna Otongo Mapalí de Santo Domingo. Foto: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO
El orito no forma parte de la dieta alimenticia de los tsáchilas. Sin embargo, en las plantaciones de plátano también se empezó a producir de forma natural ese fruto.
Los tsáchilas lo utilizaban para alimentar a los animales. Incluso lo vendían a las chancheras de Santo Domingo.
Pero hace dos años también empezaron a vender a los mercados locales. Por cada caja, de unos 60 oritos, recibían entre USD 2 y 3. “Vendíamos para que no se dañara en las plantaciones. Pero no era rentable para nosotros”.
Hace un año, un grupo de 30 tsáchilas de la comuna Otongo Mapalí se reunieron con los directivos de la Asociación Unión Carchense, ubicada a un kilómetro de la aldea.
En la Asociación les explicaron que el orito santodomingueño se estaba exportando a China, Rusia y Estados Unidos, y que se necesitaba aumentar la producción.
Las familias iniciaron los trámites para pertenecer a la Asociación. Para hacerlo debían invertir en el mejoramiento de las plantaciones y en construir una bodega y un centro de empaque del orito.
30 familias ya trabajan con la asociación. Cada una tiene una plantación de dos hectáreas, que produce semanalmente unas 80 cajas de orito (1 280 kilos aproximadamente).
Miguel Aguavil trabaja junto a su familia desde hace nueve meses. Él combina las actividades turísticas en el centro cultural Du Tenka con los trabajos en la plantación de orito.
Cada semana debe entregar al menos 80 cajas de orito. Estas deben estar lavadas, secadas y empaquetadas en fundas plásticas transparentes.
Aguavil señaló que uno de los retos de incursionar en ese trabajo fue el riguroso control de calidad. Él señaló que debió invertir alrededor de USD 3 000 para construir una pequeña planta de empaquetado.
Para cumplir con esa labor debe estar en la plantación a las 07:00 y empezar a cortar los racimos de orito.
Los coloca en fila y corta cuidadosamente unas 15 manos de oritos, que hay en el racimo. Luego, los coloca en agua hasta eliminar la suciedad. Otra persona debe secar y empacar en fundas plásticas las manos, que tienen unos siete oritos aproximadamente.
Luego se colocan en cajas que son trasladadas hasta la Asociación Unión Carchense, donde se vuelven a revisar. “Si encuentran anomalías como cabello o suciedad nos devuelven la caja, que cuesta entre 5 y 6 dólares”.
Santiago Aguavil también es parte de ese proyecto de exportación. Él señaló que fue difícil adaptarse a esas exigencias, porque en las comunas están acostumbrados a otros tipos de trabajos. “De la mata va a nuestras cocinas o a los mercados locales. Pero no se hace todo el proceso”.
Además, debieron cambiar sus prácticas agrícolas debido a que hay días específicos para empacar y otros para cosechar.
A través de capacitaciones, los tsáchilas aprendieron a fertilizar orgánicamente el suelo, a hacer trampas para evitar que los animales dañen la plantación y a evitar enfermedades en las áreas productivas.
En algunos casos, como el de Eduardo Aguavil, incluso se eliminaron cultivos para recuperar los nutrientes del suelo.