Laura mira con detenimiento cómo su hija Mercedes toma con naturalidad un cuchillo y empieza a cortar verduras para colocarlas en una pizza. Mientras realiza esta actividad ella sonríe y conversa con quienes la rodean.
Para esta mujer es “sorprendente” ver el comportamiento de la joven de 18 años, quien sufre de un trastorno de bipolaridad, que le impide controlar ciertos comportamientos y emociones. “Antes, un cuchillo era sinónimo de riesgo para ella y para la familia, ya que su conducta era errática. Hoy es un simple utensilio de cocina”.
El comportamiento de esta adolescente y de otros 49 pacientes con discapacidad mental, en Santo Domingo de los Tsáchilas, al noroccidente del país, ha mejorado gracias al proyecto El buen vivir en personas con discapacidad y sus familias, ejecutado desde enero del 2014.
Este programa piloto es impulsado por el Patronato Municipal, el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) y la Congregación de Hermanos Franciscanos. Además cuenta con el apoyo del Ministerio de Salud y del Consejo Nacional de Igualdad de Discapacidades (Conadis).
Dicho proyecto busca replicar, en cierta forma, el modelo de Trieste, Italia, ciudad donde se implementó el tratamiento de individuos con trastornos mentales fuera de los manicomios y con mecanismos que los integren dentro de sus familias y comunidades.
Para lograr que estas metas alcanzadas en el país europeo se cumplan en tierras tsáchilas, la iniciativa desarrolla programas acordes a las necesidades y gustos de cada persona. Entre las actividades constan terapias ocupacionales de elaboración de pizza, chocolote y mermeladas. También se realizan hipoterapia, aromaterapia, bailoterapia y terapia física.
Otra de las herramientas de esta iniciativa es la atención domiciliaria y la terapia a las familias de los pacientes.
Laura considera que “el dejar el encierro de las casas y compartir con los demás transforma a las personas con desordenes psicológicos”.
“Se ha notado la importancia de que un ser humano no permanezca encerrado o alejado de su familia, porque estos dos factores conllevan, en la mayoría de los casos, a una autoagresión”, asegura Roberto Calapietro, consultor de Eurosocial.
Según la directora del Patronato Municipal, Ruth Romero, este tipo de tratamientos permite que las personas con un padecimiento mental se interrelacionen con otras personas mejorando así su conducta. Al mismo tiempo se mantienen ocupadas durante su tiempo libre. “El convivir y adaptarse a las actitudes y comportamientos de otra persona les permite adaptarse a un mundo que desconocían”.
En provincia se registran 401 casos de personas con enfermedades psicológicas, según el Consejo Nacional de Igualdad de Discapacidades (Conadis). Algunas de las patologías más comunes son la esquizofrenia, la bipolaridad, los desórdenes de comportamiento, la epilepsia…
Los estigmas, el desconocimiento y la pobreza llevaron a que varias familias de la localidad mantengan encerrado dentro de sus hogares a un ser querido que padecía de alguna clase de discapacidad mental.
Este es el caso de Hermelinda P, cuyo hijo de 30 años sufre de esquizofrenia. La madre de familia se vio en la necesidad de mantener a su hijo dentro de su casa, las 24 horas del día. “Cuando lo llevaba a las consultas con un médico o psiquiatra, este le recetaba unos medicamentos y le daba algunos consejos. Yo sentía que él se encerraba en su mundo y no había remedios que lo curaran, hasta que fue a los cursos de este proyecto”, sostiene Hermelinda.
Los especialistas que dictan los cursos aspiran a que la los conocimientos para elaborar diferentes productos se transformen en su futura fuente de ingresos. “Sabemos que para estas personas es complicado conseguir trabajo, por ello se les brinda las herramientas necesarias en algún oficio que puedan desarrollar por su cuenta”, sostiene el técnico del proyecto Paul Sinche.
Otro de los propósitos de las entidades que desarrollan este programa es que los mecanismos utilizados en la región se repliquen en las diferentes ciudades del país.