El maíz y la soya están entre los transgénicos que más se usan como insumo de productos que se venden en el país. Foto: Archivo EL COMERCIO
Algunos chicles, papas fritas o galletas que se compran en tiendas y supermercados tienen ahora una etiqueta con fondo blanco y letras negras como una señal de alerta: transgénico. Atrás, y con mayúsculas, se destaca el ingrediente que fue modificado genéticamente.
Esa etiqueta debe colocarse en el Ecuador si un producto supera el 0,9% de contenido transgénico. El porcentaje es el mismo que recomiendan organismos internacionales como la FAO o la Unión Europea y que rige en otros países.
La medida está en proceso de implementación en el país. Christian Walhi, presidente de la Asociación de Alimentos y Bebidas, explica que las autoridades flexibilizaron el plazo para colocar estas etiquetas, que inicialmente vencía a fines del 2014.
Actualmente, los alimentos producidos antes de noviembre del año pasado se venden sin la alerta de transgénicos y solo aquellos empacados después de esa fecha tienen el rótulo de transgénicos.
Ver esa etiqueta puede causar inquietud en el consumidor. Ayer, Priscila Gaibor compraba en un supermercado, en el norte de Quito. Se detenía en las perchas para analizar cada cosa que ponía en el carrito.
Si ve un producto con la palabra ‘transgénico’, no lo compra. Ella, su esposo y sus tres hijos prefieren los alimentos orgánicos. “Para mí es útil que haya la etiqueta, porque antes tenía que leer todos los ingredientes. Mis hijos no comen esas cosas”.
Sin embargo, las frutas o verduras no tienen etiqueta y por eso no sabe si son orgánicos o no. Su única alerta es el tamaño del producto: si es demasiado grande, no lo compra.
En junio del 2014 se anunció la creación de un laboratorio especializado en detectar productos transgénicos. Todavía está en proceso de implementación y el objetivo es que se estudien 80 muestras diarias de alimentos. La capacidad actual en el país es de 20. Esto ayudará a determinar si un producto contiene o no transgénicos.
En un recorrido por seis supermercados se evidenció que son pocos los alimentos que tienen la etiqueta de alerta.
Este es un tema que abre debates entre la necesidad de mejorar la producción y la implicación para la salud. Pablo Coba, experto en bioquímica farmacéutica y de alimentos, y Paola Carrillo, ingeniera agrónoma especializada en nutrición y seguridad alimentaria, consideran a la producción de transgénicos como una alternativa para consumir alimentos más nutritivos o producirlos aún en lugares con condiciones climáticas adversas. Además, la consideran una forma de combatir el hambre en países en vías de desarrollo.
Pero hay otros que consideran nocivo este tipo de prácticas. Lola Miño y los argentinos Arturo Nickel y Victoria Longarini elaboran alimentos con insumos orgánicos y son parte de una feria semanal que se hace en Quito, en la que solamente se venden productos, frutas, vegetales considerados saludables.
Aunque aceptan que los estudios para saber si el consumo de un tipo de alimentos u otro es bueno o malo para la salud pueden tomar décadas, son defensores de la naturaleza y sus procesos. Para Miño, el problema es la industrialización de la agricultura. “¿Por qué creemos saber más que la naturaleza que es tan sabia?”.
Nickel y Longarini salieron de Argentina porque buscaban un sitio más saludable para vivir. Ese es el tercer país con más tierras usadas para cultivar transgénicos y uno de los líderes en producción de soya.
Según su experiencia, los cambios en el medioambiente son notorios. La tierra se ha vuelto infértil, el agua de arroyos, ríos y lagunas está contaminada y los alimentos son cada vez más artificiales.
Para Nickel, esos daños tienen que ver con el monocultivo. Para cultivar la soya, asegura, no se abona el suelo, se usan semillas genéticamente modificadas que sacan todos los nutrientes de la tierra y el proceso se completa con químicos. Por eso, ellos luchan por eliminar totalmente de su dieta diaria este tipo de productos.
Según un estudio del Ministerio del Ambiente del Ecuador, realizado en el 2010, alrededor de 1 493 alimentos y bebidas que circulan en el mercado nacional podrían contener transgénicos.
Según un estudio realizado en Argentina, cerca del 90% de la soya es genéticamente modificada, el 25% de maíz y el 1,2% del algodón. Además, estos productos se los encuentra en embutidos, fideos, condimentos, cereales, galletas, leches…
Punto de Vista
Sandra Becerra, Ingeniera comercial, especializada en Marketing
‘Hace falta más información’
El que haya una etiqueta de alerta sobre transgénicos podría motivar a la gente a rechazar estos productos. Sobre todo ahora que la tendencia es hacia lo sano y lo natural. Por ley de oferta y demanda, esto podría incidir en que lo orgánico suba de precio. Pero no podemos estar seguros de que lo que compramos es 100% natural. Yo, por ejemplo, vi la etiqueta de unos chicles con el rótulo de transgénico y los dejé en la percha. También me pasó con unos bocaditos de maíz. Los comí, pero pensé que sería la última vez. Como consumidora, creo que hace falta información y estudios sobre el efecto nocivo o no de estos insumos. En cuanto a salud, es bueno que haya alternativas. Pero la gente piensa en su bolsillo. Si alguien gana poco, seguirá comprando lo que le gusta y cuesta menos y diría: “si en tantos años consumiendo esto no me he muerto, ¿por qué dejarlo ahora?”.