La expresidenta Rosalía Arteaga en una de las salas de Fidal, una fundación enfocada en fortalecer la educación y consolidar la democracia en el país. FOTO: Diego Pallero/ELCOMERCIO
Rosalía Arteaga vive en el mundo de la política, la educación y la literatura. En esta charla reflexiona sobre los distintos tipos de traición y su impacto social y personal. No hay traidores buenos, dice.
La traición de Judas Iscariote es uno de los pasajes bíblicos más controvertidos del mundo católico. Mientras unos lo condenan por entregar a Jesús a los romanos, otros lo defienden argumentando que lo sucedido era parte de un plan que ya estaba escrito. En el Ecuador de la Semana Santa, la expresidenta Rosalía Arteaga conversó con este Diario sobre la traición y sus implicaciones en el ámbito social y político.
¿En qué piensa cuando escucha la palabra traición?
Pienso en la facilidad con la que se defrauda la fe que una persona tiene hacia otra, también en la pérdida de la confianza y en la posibilidad de sentirse, de alguna forma, despojada de algo que uno consideraba cierto y que ya no lo es más, como una amistad o una relación amorosa.
Judas Iscariote es la personificación de la traición en la cultura judeo cristiana, ¿traición y destino están entrelazados?
En el caso de Judas es claro que estamos hablando de un deber ser. De una situación en la que no intervenía su voluntad. Lo que hay que preguntarse es cuál es su grado de culpabilidad en los acontecimientos que se suscitaron si todo ya estaba escrito. Si Judas no hubiera traicionado a Jesús, el plan de redimir a los seres humanos no se hubiera cumplido.
Dejando a un lado el caso de Judas, ¿cree que la traición es un acto de debilidad del ser humano?
Dejando de lado a Judas, creo que sí. Recordemos que hay distintos tipos de traición, entre ellas la amorosa y la política. También está la traición a uno mismo, que se produce cuando uno deja de lado sus ideales. En cualquiera de estas traiciones lo que más se ve afectado es la confianza. Pienso, por ejemplo, en los líderes políticos que ofrecen maravillas durante las campañas electorales y que cuando llegan al poder traicionan a sus electores. En estos casos el perjuicio a la comunidad es doble porque hay una afectación emocional y otra económica.
A Casio y a Bruto se les culpó de participar en una conspiración contra César cuando ellos lo que querían era evitar una dictadura. ¿Hay traidores ‘buenos’ y traidores ‘malos’?
Para mí, la palabra traición tiene una connotación negativa y por eso no puedo concebir que haya traidores buenos. Si traiciono a alguien lo estoy defraudando y eso para mí es negativo. En el caso de César hay que recordar que él fue advertido de lo que se estaba planeando. Por más que Casio y Bruto hayan tenido la buena intención de salvar la democracia, hubo un asesinato de por medio y la traición de una confianza.
¿La traición es una disyuntiva moral o ética?
Creo que las dos cosas. Pienso en las relaciones de pareja y en el individuo que traiciona de forma permanente y que al final termina rompiendo la fe de esa persona.
¿Qué pasa cuando la traición permea la esfera política?
Es duro pensar que una persona que es elegida por voluntad popular vaya, de entrada, con la intención de no cumplir con lo que ofreció, pero es algo que pasa. En otros casos los políticos llegan al poder con buenas intenciones pero en el camino se terminan desviando y traicionando sus ideales. En los dos casos el perjudicado es el pueblo que los eligió. Vemos a diario cómo entre los políticos se lanzan acusaciones de traición, unas serán ciertas y otras serán mentira. En mi caso nunca usé esas armas. Las veces que fui traicionada políticamente nunca lo dije a voz en cuello y tampoco las utilicé para victimizarme.
¿Puede pensar en algo positivo alrededor de la traición?
No, porque no justifico la traición de ninguna manera.
¿Qué pasa con la lealtad en un mundo donde proliferan las traiciones?
Creo que esa pregunta tiene que ver mucho con el mundo de la ética. Desgraciadamente vivimos en una sociedad donde los valores y la ética, que son la base y el fundamento de una sociedad, parece que han pasado de moda. Una sociedad que deja de lado a la ética indudablemente no va por buen camino. Que la traición se haya vuelto moneda corriente ha provocado que muchas personas pierdan la confianza en los otros, que se vuelvan escépticas y que duden hasta de su propia sombra. A pesar de haber vivido circunstancias difíciles, sobre todo en la política, yo tomé la decisión de creer en las personas hasta que me demuestren lo contrario.
¿Que la traición sea vista como una moneda corriente ha influido en la precarización del valor de la palabra?
Sí, porque hay mucha gente que se ha acostumbrado a no cumplir con su palabra. Muchas veces he dicho que para mí la palabra tiene más valor que un documento escrito. El documento escrito para mí es una formalidad. Si doy mi palabra en algo siempre trato de cumplir. El problema es que en la sociedad se ha banalizado todo, por eso la traición afecta a las bases de una sociedad.
¿Cuál es la parte más negativa de desconfiar de todo y de todos?
Las generalizaciones nunca me han parecido positivas. Es absurdo pensar que uno va a ser sujeto de traición de todo el mundo. En el campo de la política el mejor ejemplo es la desconfianza que la gente tiene por todos los partidos políticos. Estoy convencida de que uno en la vida debe ser optimista y mirar para adelante. Los abuelos decían que todo tiempo pasado fue mejor pero yo sostengo que todo tiempo futuro será mejor.
¿Cree que es válido traicionarse a uno mismo por un bien mayor?
Vivo convencida de que uno tiene que ser fiel a sus valores. Traicionarlos te convierte en una persona poco confiable. Lo que sí puede pasar es que uno cambie de opinión sobre algún tema, siempre que las otras personas tengan argumentos válidos. Traicionarse es dejar de lado los principios.
Maquiavelo decía que la traición es el único acto de los seres humanos que no tiene justificación. ¿Qué piensa al respecto?
Mira que esa reflexión viene de alguien que sostenía que el fin justifica los medios, de alguien que fue el asesor de Lorenzo ‘El Magnífico’ en tiempos donde Italia era una región que estaba totalmente dividida y de alguien que no veía límites a las ambiciones de su ‘Príncipe’.
¿Existe la famosa traición a la Patria?
Es evidente que en algunos casos los políticos se venden y traicionan al pueblo por intereses económicos. Durante la Guerra Fría hubo muchos personajes siniestros a los que no les importaban los principios y valores. En el país hubo un caso injusto con el presidente Luis Cordero, a quien se le acusó de vender la bandera del Ecuador.
Dante reservaba el último círculo del infierno para los traidores, ¿a quién mandaría usted a ese mundo?
Dante vivió en una sociedad de muchas luchas internas donde no se perdonaba nada y todo se solucionaba con la muerte. Algunas personas creen que el infierno está en la Tierra y que aquí vamos pagando todo lo que hacemos. Si pienso en los personajes políticos con los que he tenido discrepancias fundamentales no los mandaría a la quinta paila, porque para mí lo importante es que rindan cuentas de sus actos aquí.
¿Cuál ha sido la traición más dolorosa de su vida?
En la política he tenido algunas. No quiero dar nombres pero hay que recordar que en febrero de 1997 a mí se me conculcó un derecho. Dos sectores políticos me juraron lealtad y después no cumplieron con su palabra. Por suerte en mi vida personal no he vivido traiciones.
¿En algún momento de su vida sintió que se había traicionado?
No, porque soy una persona de principios. Me ha costado mantenerlos y no traicionarme a mí misma pero lo he hecho. Por ejemplo, cuando renuncié al Ministerio de Educación lo hice porque creo en el laicismo, en la separación entre Estado y la Iglesia.
Rosalía Arteaga
Nació en Cuenca, en 1956. Estudió jurisprudencia en la Universidad Estatal de Cuenca, periodismo en la Universidad Católica y pedagogía y antropología en la Universidad Federal de Bahía, Brasil. Fue vicepresidenta durante el gobierno de Abdalá Bucaram y presidenta por tres días después de su destitución. Ha escrito 14 libros. Es la presidenta ejecutiva de la Fundación Fidal.