Las ostras evocan al Mullu

Los ostreros de General Villamil (Playas) son los herederos de los antiguos recolectores del ‘mullu’ o concha Spondylus. Se sumergen en las aguas del Pacífico para hallarlas en el fondo rocoso. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO

Los ostreros de General Villamil (Playas) son los herederos de los antiguos recolectores del ‘mullu’ o concha Spondylus. Se sumergen en las aguas del Pacífico para hallarlas en el fondo rocoso. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO

Los ostreros de General Villamil (Playas) son los herederos de los antiguos recolectores del ‘mullu’ o concha Spondylus. Se sumergen en las aguas del Pacífico para hallarlas en el fondo rocoso. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO

De los antiguos recolectores de la concha Spondylus dependió toda una sociedad.  5 000 años atrás, estos expertos buceadores arriesgaron sus vidas en busca del ‘mullu’, el oro rojo de los incas, el oráculo de los dioses de los pueblos precolombinos de la Costa y símbolo de la tierra fértil.

Se sumergían en los arrecifes del Pacífico -frente a las actuales costas de Guayas, Santa Elena y Manabí-, hasta 30 metros de profundidad o más. Lo hacían con una piedra atada a la cintura y ligados a balsas para cumplir su mortal tarea; casi siempre morían jóvenes, afectados por la presión del agua.

Los ostreros de General Villamil, en Guayas, evocan esa rutina ancestral. Emergen del mar con abrigo de mangas largas, calentadores, guantes y zapatos deportivos, el traje necesario para protegerse de las rocas afiladas como cuchillos.

Diez recolectores se hunden frente a las playas de Chopoya, Engabao, Data de Villamil y Posorja, en los alrededores del Área Nacional de Recreación Playas Villamil. Son 2 472 hectáreas preservadas por su ecosistema marino-costero, tanto en tierra como en una franja marina de dos kilómetros.

Cada buceador captura entre 30 y 40 moluscos al día. El kilo se comercializa en USD 17 y es apetecido en los comedores del centro de Playas.

Juan Reyes, conocido en la localidad como Juan Ostras, es una leyenda de este oficio ancestral. Aprendió de su abuelo Luterio Yagual cuando era solo un niño. “En ese tiempo no había que bucear, porque las olas las traían a la playa”, recuerda.

Entonces solo necesitaban unos sacos y un burro para cargarlas, una tarea que podía tomarles la mañana. A los 18 años empezó a sumergirse, cerca de la orilla. Y desde los 80 se adentró hasta unos 100 metros de la playa para buscarlas.

Hacerlo, dice, implica muchos riesgos. “El ostrero sufre de presión, artritis, reumatismo, de golpes por el oleaje… Eso sin contar los ataques del pescado brujo y de las rayas”, confiesa Juan Ostras, que por ahora dejó las faenas.

Las ostras son filtradoras. Se alimentan de plancton y pueden pasar años en su hábitat. Crecen pegadas a las rocas del fondo marino, donde desarrollan el camuflaje perfecto.

Para cualquiera resultaría difícil detectarlas, aunque no para Santos Muñoz. Este recolector saca las pesadas rocas para hacer la extracción en la playa.

La técnica que mantienen es similar a la precolombina. Los buceadores navegan en balsas de tres troncos, descienden con ganchos, pero su principal herramienta son sus pulmones -los experimentados soportan hasta un minuto y medio-.

Otros, como Muñoz, usan un palo de balsa para hundirse cerca de la costa. Y los mariscadores solo se acercan a las piedras desnudas cuando el mar retrocede.

Las olas estallan y una capa de espuma reviste una planchada frente a Data de Villamil. El sol y el agua salada curten la piel de Ana González mientras espera una tregua para martillar las piedras y desprender las ostras. “No tocamos a las más pequeñas, para que crezcan. Solo hay que tener un poco de paciencia para encontrarlas”, cuenta empapada.

La captura de ostras no tiene regulaciones. Y al igual que el ‘mullu’, ha menguado. Reyes recuerda que frente a Data de Villamil había una mina de tres kilómetros de extensión.

La explotación se acentuó en el ‘boom’ camaronero, cuando el molusco servía como alimento en los laboratorios de larvas. Eso fue por diez años.

Aunque no hay una veda establecida, los ostreros acordaron capturar los moluscos de más de 15 centímetros de diámetro. Quieren dejar una herencia para sus hijos, tal como ellos siguieron el legado de los recolectores de Spondylus.

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