“Quiero una librería”. La frase fue escrita el 24 de septiembre de 2007 en un diario personal. Su autora es Karina Sánchez, por entonces una joven treintañera graduada de la Facultad de Artes de la Universidad Central que trabajaba como librera en Libri Mundi.
En ese momento no sabía nada del manejo de una librería, pero tenía dos certezas: amaba leer y no quería jefes que le digan qué hacer.
En febrero del 2010 hizo un viaje en bus hasta Bogotá para comprar libros de la editorial Anagrama. A su regres a Quito volvió con un botín literario; un lote de libros del escritor chileno Roberto Bolaño. Dos meses después abrió Tolstói.
La librería comenzó a funcionar en el mismo lugar donde había vivido los últimos años; un departamento, en el primer piso de un multifamiliar ubicado en el norte de Quito. De esa época solo quedan los sofás de mimbre cubiertos por telas y cojines que están en la entrada de la librería, el resto de enseres fue sustituido por muebles y decenas de libros.
Los primeros meses fueron de mucho aprendizaje en temas administrativos y logísticos, pero también de mucha incertidumbre. Había días que nadie entraba a la librería. En esas jornadas aprovechaba el tiempo de ocio para seguir leyendo. Por esa misma época comenzó a aplicar una estrategia que le funciona hasta la actualidad: trabajar bajo pedido.
Como escribió en ‘¿Por qué tener una librería?’, un pequeño libro que publicó a propósito de los cinco años de Tolstói, esa espera estaba justificada por la inversión económica que había hecho, pero sobre todo, porque sentía que su librería se había convertido en una especie de ‘habitación propia’ a lo Virginia Woolf; o una isla de Bergai a lo Carmen Martín Gaite.
Tolstói
Cuando Sánchez abrió su ‘habitación propia’ lo que más tenía eran libros de editoriales que a ella le gustaba, entre ellos Anagrama, Siruela y Acantilado y de sus autores preferidos como Virginia Woolf y León Tolstói, cuya relación se remonta a su primera lectura de ‘Ana Karenina’.
“Cuando descubrí a Tolstói era una joven descreída de la religión y los asuntos espirituales, después de leer su obra y descubrir su historia personal me volví a conectar con esa parte espiritual que todos tenemos”. Ese fue uno de los motivos que la impulsaron a incluir una sección con libros de filosofía oriental y espiritualidad.
Asimismo, instaló secciones de narrativa, ensayo, ciencias sociales, filosofía, arte y fotografía. La mayoría ha crecido a lo largo de estos 12 años. La excepción es la de ciencias sociales. Cuando empezó tenía muchos clientes que eran estudiantes que se interesan por libros de sociología, ahora muchos universitarios buscan títulos sobre género y feminismos.
Lo nuevo son las secciones dedicadas a la naturaleza y a los escritores ecuatorianos. En 2010 era raro que una persona entrara a esta librería preguntando por un autor local. Esa dinámica cambió recién hace seis años, con el ‘boom’de las editoriales independientes y la aparición de una nueva generación de escritoras.
El club de los libros imposibles
Cuando Sánchez le preguntaba a uno de sus clientes que había comprado ‘La broma infinita’ de David Foster Wallace qué tal le había parecido el libro, siempre recibía la misma respuesta: aún no lo he leído. Esto la motivó a escribir un mensaje en Facebook en el que anunciaba la creación del Club de los Libros Imposibles, un espacio literario para leer esas obras que no se lee por miedo o por pereza.
Así nació una comunidad de lectores que en los últimos cinco años ha leído el ‘Ulises’ de Joyce; ‘Guerra y Paz’ de Tolstói; y ‘La divina comedia’ de Dante Alighieri. Este año, el reto es terminar ‘La novela de Genji’ de Murasaki Shikibu.
A estas alturas, Sánchez no solo ha perdido el miedo a leer libros ‘imposibles’, sino también a ocupar, sin culpa, sus ratos de ocio en lecturas y charlas interminables.
Breves
‘Estancias’ de Alicia Ortega fue publicado este año por la editorial Severo. Es un libro en el que la autora habla sobre el mundo de los afectos que han marcado su vida, entre ellos la amistad.
‘Los mitos griegos’ de Robert Graves se publicó en 1955. Se trata de una recreación narrada de los mitos griegos, que se ha convertido en referencia para conocer la antigüedad.
‘El uso de la foto’ de Annie Ernaux, que acaba de ganar el Premio Nobel de Literatura, es un libro en el que la autora articula una historia de amor marcada por el cáncer de mama que padeció.
‘El país donde florece el limonero’ de Helena Attlee cuenta la historia de Italia a través de sus cítricos y gastronomía. Asimismo habla sobre los secretos del arte de la horticultura.
‘El invencible verano de Liliana’ de Cristina Rivera Garza es una exploración afectiva a la vida de la hermana de la autora, una mujer que fue víctima de feminicidio hace varios años.
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