Una panorámica de la famosa ‘Esquina de los cuatro radios’. Foto: Galo Paguay/EL COMERCIO
Nunca como en esa época, la bandera del orgullo toleño flameó en el mástil más alto. Eran las décadas 60s y 70s del siglo pasado. El causante de tanto engreimiento era un hombre pequeñito, de 140 libras, pelo rizado y estampa común que, no obstante, tenía por manos dos combos que tumbaban como postes a todos los rivales que le ponían enfrente: Eugenio Espinosa.
Después de cada pelea ganada en el ahora coliseo Julio César Hidalgo de la calle Olmedo, el ídolo de la ‘Capital de Quito’, nacido en Tulcán, era sacado en hombros por sus fervientes admiradores y trasladado así hasta su casa, ubicada en la esquina de las calles Ríos y Chile. Lo hacía en los hombros de ‘El Platanero’, un robusto gigantón que tenía una espalda de Robocop a causa de cargar los pesados racimos de banano.
Claro, siempre había una obligada ‘parada técnica’ en alguna de las cuatro cantinas de la ‘Esquina de los cuatro radios’, ubicada en la intersección de la Chile y León y bautizada así por el fino pero ácido humor de los vecinos. Esas jornadas, cuentan algunos testigos presenciales, eran las que ponían ‘groggy’ al campeón y hacían humo una buena parte del dinero cobrado. Muy pocas veces la caravana llegaba hasta ‘El piedrazo’, mítico restaurante-cantina bautizado así porque la dueña, Maruja de Ortiz, echaba de madrugada a los malos borrachos a la calle y estos querían regresar golpeando las puertas cerradas… a piedrazos.
Esos días forman parte de la bitácora histórica de este tradicional reducto de la quiteñidad que, según la historia, es casi tan viejo como la capital misma pues en 1629 ya era conocido como La Tola, talvez por su volumen parecido al de una tola preincaica.
La calle Don Bosco en el año de 1912. Se observan la calzada de tierra y las casas de adobe. Foto: archivo Comité La Tola Colonial
No obstante, según expertos como el arquitecto Guido Díaz, tuvo un desarrollo lento y algo disímil al de barriadas de corte parecido como San Roque, El Tejar, San Juan o el vecino San Sebastián, rivales de puñetes y amores de toda la vida.
La razón para esta singularidad era la quebrada que vaciaba en el río Machángara y el extenso humedal que lo separaba del Quito colonial (hoy avenidas Gran Colombia y Pichincha). Esta coyuntura hizo que sus residentes vivieran algo aislados, fueran consolidando costumbres diferentes y formen una personalidad propia, que los identificó como toleños.
Aun en la actualidad, La Tola todavía tiene una orientación urbanística distinta a los de los barrios aludidos. Aunque, como cuenta Blanca de Narváez, una de las rapsodas-oráculos del barrio, ha habido deterioro en las edificaciones -varias patrimoniales- causada por el abandono de sus dueños, quienes se han ido a vivir a las periferias y las han arrendado; La Tola no se ha convertido en conventillos que sirven de refugios de la migración interna o en inmuebles llenos de bodegas para recibir la ingente cantidad de artículos que se ofertan en los centros comerciales del entorno, como pasa con San Roque y El Tejar, por poner dos ejemplos. La vocación residencial del barrio no se ha perdido.
Es más, en el 2005 se realizó un rejuvenecimiento urbano del barrio con la rehabilitación de la Plaza Belmonte y con la creación de la ‘Casa de las bandas’ municipal, un hermoso y funcional local pensado en el desarrollo barrial en muchas disciplinas, tanto artísticas como sociales.
Pero hay al menos otras dos aristas que han forjado la idiosincrasia de los toleños, según cuenta Lenin Campaña, presidente de la Asociación de Hoteleros y La Tola Colonial: el amor por las artes y por los deportes, incluidos el toreo, el boxeo y la pelea de gallos.
Una panorámica de La Tola vista desde el barrio de San Marcos. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
La pelea de gallos es un código de barras del lugar y está resurgiendo apegado a las ordenanzas actuales, realizando solo peleas de exhibición en la famosa gallera de la calle Calisto, según cuenta Fabiola Paz, quien vive junto al palenque.
No hay discusión en reconocer que en las estrechas y cerradas calles coloniales toleñas hallaron cobijo los más grandes artistas que ha dado el pentagrama nacional. La lista es larga: Marco Tulio Hidrobo y su hijo Homero Hidrobo, Carlos Bonilla Chávez, las hermanas Mendoza Suasti y López Ron, Bolívar ‘El Pollo’ Ortiz, Consuelo Vargas, la Orquesta Salgado Junior, Rodrigo Barreno, su trompeta de oro y su grupo Los Barrieros, el inefable Luis Alberto ‘Potolo’ Valencia…
La Tola también fue el reducto de insignes compositores que han dejado para la posteridad verdaderos himnos de la identidad nacional. En una de las casas solariegas de corte republicano nació la canción El aguacate, compuesto por César Guerrero durante una fiesta familiar en la que no había consenso para bautizar la nueva canción cuando, de pronto, se cayó un aguacate de una de las viandas y… como el aguacate se quedó el “Tú eres mi amor / mi vida y mi tesoro…”.
También nacieron en este bohemio barrio melodías tan señeras como ‘Ángel de luz’, de Benigna Dávalos; ‘Ojos divinos ojos’, de Gonzalo Moncayo; ‘Rosas’, de Manuel Terán Monje; ‘Carnaval de la vida’, de Mercedes Silva Echenique y un buen racimo más.
Las noches de los viernes, cuenta el musicólogo y profesor José Cevallos, la barriada se convertía en un verdadero centro de espectáculos, lleno de voces excelsas y guitarras admirables.
Esta faceta bohemia está en recuperación. Los actores son los nuevos emprendedores que están cambiando la vieja imagen cansina por otra más dinámica y turística. Un ejemplo son las calles Antepara, Samaniego y León, donde se está abriendo una nueva zona de entretenimiento y gastronómico cuya meta es emular y superar a sitios consolidados como La Ronda, explica Edward Ellis, un gringo que apostó por esta visión y montó una cervecería artesanal (La Oficina) en la Antepara.
Deportistas han salido por canastos. Futbolistas como los Contreras. Boxeadores como el ‘Toby’ Muñoz, Segundo Chango o Carlos Mina, el nuevo diamante nacional cuarto finalista en las últimas Olimpiadas. Todos los domingos, de 10:00 a 14:00, estos deportistas y muchos más entrenan gratis a los nuevos prospectos de forma gratuita.
Parte esencial del derrotero y desarrollo del barrio, ahora con más de 75 manzanas distribuidas en cuatro Tolas (Colonial, Alta, Baja y Nueva Tola), se debe a la presencia de la congregación salesiana en el sector. Llegaron en 1888 y fundaron el Colegio Don Bosco, la capilla de María Auxiliadora y el Oratorio Festivo del padre Izurieta. Este último cumplió una gran labor social la dar educación y sustento a la niñez más vulnerable de ese barrio y de casi todo Quito. Hoy, con la crisis vocacional por el sacerdocio en su pico más bajo, el ‘Donbosquito’ ya no es regido por los curas sino por personas civiles. Pero igual sigue en su tarea de forjar ciudadanos útiles y honestos. Lo hace junto a otras cinco instituciones educativas sólidas (dos universitarias).
¿Cosas que mejorar? Dos urgentes. La inseguridad existente en el Mercado Central y su entorno, afirma el maestro Fausto Salinas, zapatero de toda la vida asentado en la Pedro Fermín Cevallos, y la conexión vial entre las calles Iquique y Samaniego, para optimizar el filón turístico.
Pero como es el lema del tradicional barrio: los toleños no miran para atrás ni para coger impulso. Siempre van para adelante.