Antonio Velasco (der.) posa en la cima del Cerro Hermoso, el punto más alto de la cordillera de los Llanganates. Foto: Iván Vallejo
Los relatos populares cuentan que en la cordillera de los Llanganates normalmente existen dos estaciones: invierno y diluvio. Obviamente hay que acertarle al invierno. La cordillera es inmensa, casi infinita, húmeda y envuelta por la niebla con un gran lecho lacustre. En medio de esa geografía debería estar escondido el tesoro de Atahualpa.
El Cerro Hermoso se deja fotografiar tras dos días de intensa lluvia y neblina. Foto: Iván Vallejo
Antonio Velasco, de 62 años, llegó con las justas a segundo grado de escuela y por primera vez se calzó zapatos a los 14 años. De la mano de su hermano Reinaldo, fue por primera vez a la cordillera a la edad de 20 años y a partir de allí la recorrió 50 veces Por eso conoce el camino hasta la cima del Cerro Hermoso (4 571 msnm) como si se estuviera paseando por su casa.
Antes de acceder a la cumbre del Cerro Hermoso en los Llanganates, se debe superar un laberinto de rocas. Foto: Iván Vallejo
Cerca de llegar a la cumbre, le pregunto si el tesoro estaría escondido en uno de los huecos profundos que vi. Lacónicamente y con la sabiduría que solo da la montaña me responde: “No, por ahí respira el cerro”.
Los suros, especie de bambú endémico, se destacan entre la vegetación del páramo. Foto: Iván Vallejo
En silencio pienso que solo se puede respirar cuando hay vida. Él, más que nadie, sabe, desde joven, que el Cerro Hermoso vive, siente y respira. Cuando llegamos a la cumbre, saca un tabaco, lo enciende y mientras echa unas volutas de humo me dice: “Pudimos triunfar, don Ivancito”.
Los guías en los Llanganates permiten que la aventura no se convierta en tragedia. Foto: Iván Vallejo
Antonio está felizmente casado hace 32 años con doña Narcisa, tiene tres hijos y cuatro nietos. Esta gente de montaña tan sabia, digna, humilde y generosa, es el verdadero tesoro de los Llanganates.