Una y otra vez, Eduardo Salazar repasa con el dedo índice la secuencia de un ejercicio de ecuación matemática. Son las 20:15 del jueves y es el momento para revisar las tareas escolares de su hija Miriam.Su esposa, Miriam Lascano, los acompaña. Este es el espacio de tiempo que encontraron para compartir en familia. Sus jornadas de trabajo, estudios y quehaceres casi no permiten que los tres coincidan antes en su departamento, el Nº 88 de los condominios Esquina de San Blas (Centro Histórico de Quito).
Miriam asiste de 07:00 a 13:00 a clases en el noveno de básica del Colegio Hermano Miguel La Salle. Su padre, de 57 años, labora como educador para la salud en el Ministerio del ramo y su madre (53 años) es pediatra y labora independientemente.
Las dos se ven apenas por una hora para almorzar, porque desde las 14:15, la pequeña Miriam acude al quinto nivel del Instituto Nacional de Danza.
En medio de esos ajetreos, los Salazar Lascano tratan de compartir al menos unas tres horas cada noche. A diferencia de ellos, la mayoría de familias en el país apenas comparten 22 minutos promedio, según una reciente encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) sobre el uso del tiempo.
Ya sin corbata ni uniformes y con pantuflas, prefieren reunirse junto a la mesa del comedor y no en la sala, porque -dicen- les permite aproximarse más entorno a su hija. De rato en rato dirigen la mirada a través de un gran ventanal para ver un cañón de luz que se emite desde el Palacio de Cristal. Desde ahí se divisan las hileras de casas que parecen colgar del parque Itchimbía, atrás del fantasmagórico edificio denominado ‘la licuadora’.
A eso de las 21:00 se trasladan hasta el dormitorio de los papás, cuyas paredes color pastel están libres de cuadros y adornos. Recostados sobre la cama miran televisión, mientras de rato en rato juguetean con su mascota Diana, una perra french poodle.
Optan por presenciar la serie mexicana ‘La Rosa de Guadalupe’. Eduardo y Miriam dicen que no se trata solo de ver algo en TV sino de discernir las experiencias en que se basa ese programa, como lecciones de vida para Miriam, que tiene 13 años.
Ellos miran TV por alrededor de una hora diaria, aunque hay noches que prefieren entretenerse ensayando algunos pasos de danza y para eso convirtieron un dormitorio en una especie de salón de baile. Allí, un espejo que casi cubre la pared es el catalizador de cada movimiento.
Así las dos Miriam y Eduardo intentan estar más horas juntos y ser una familia tradicional. “Extendida”, dice Eduardo, porque aún se mantienen pendientes de sus respectivos padres.
Pero también aprendieron a ajustarse a las jornadas productivas cada vez más intensas, consideradas uno de los factores que trastocan al núcleo familiar. No quieren que su hija se aleje demasiado y sea cautivada por la tendencia de la mayoría de jóvenes que prefieren buscar a sus pares o sumergirse en el mundo de la Internet y redes sociales.
A las 22:15, casi como de costumbre, se retiran a descansar porque al día siguiente tienen que despertarse antes las 06:00. A partir de esa hora, Eduardo es quien se encarga de preparar el desayuno, mientras Miriam arregla los dormitorios y la ropa, y su hija se alista para ir a clases.
Esperan el fin de semana para ir a algún parque a caminar y para que Diana corretee.
Las nuevas formas de relación personal son positivas
Sazkia, Maité, Lorena, Karina y Adriana aprovechan los ratos libres entre una y otra hora de clases para conversar sobre sus vidas y estudios.
Maité y sus amigas coinciden en que son con quienes más tiempo comparten. Ella, a diario, se traslada desde Cayambe hasta Quito para asistir al quinto semestre de Administración de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Y recién en la noche comparte una media hora, en la cena, con su familia.
Por eso es que mayor relación tiene con sus compañeras y amigas. Además, pasan casi hasta medianoche conectadas al messenger, Facebook u otra red, mientras hacen sus tareas.
“Allí es donde ahora están los jóvenes”, es la sentencia del psicólogo Rodrigo Tenorio. Y, según Natalia Sierra, socióloga y catedrática de la PUCE, “recurren a este tipo de socialización ante la falta de afecto y un sentimiento de abandono en sus hogares”.
Max Tenorio ve con positivismo a estos nuevos espacios de encuentro. Incluso resalta la importancia de tipos de relaciones como las del grupo de alumnas de la PUCE, que están entre los 19 y 20 años. “La relación entre pares (de similar edad) es mejor porque hay mayor entendimiento… En edades tempranas prefieren estar fuera de casa, llegará un momento en que asumirán responsabilidades”.
Tenorio insiste que “estaría mal si la sociedad se aferrara al pasado”. Y concuerda con Sierra al señalar que los resultados de la encuesta del INEC, aplicada en 29 696 viviendas a escala nacional, no son suficientes para catalogar a la sociedad ecuatoriana. La catedrática asegura que este muestreo es apenas un indicador y que “el comportamiento humano no es una cuestión numérica”.
Los expertos consideran que para entender, por ejemplo, los comportamientos de Sazkia, Lorena y del resto de la sociedad, son necesarias evaluaciones cualitativas. Es decir, con estudios etnográficos, entrevistas a profundidad con grupos focales, historias de vida, etc.