Manuel Janeta y su esposa María Agustina Asqui muestran sus ponchos nativos. Foto: Cristina Màrquez / EL COMERCIO
Los ponchos tejidos por el artesano más anciano de la comunidad Cacha Obraje, a 40 minutos de Riobamba, se consideran una obra de arte.
Así, Manuel Janeta recibió un reconocimiento por las seis
décadas que ha dedicado al oficio de tejedor. Es el máximo exponente de los tejidos en telares en esa comunidad, donde
la manufactura de prendas de vestir era la principal fuente de ingresos hasta hace 30 años.
En la década de los 90, las prendas hechas en fábricas inundaron el mercado y los emprendimientos cerraron. “Todas las familias teníamos telares, vivíamos de nuestros tejidos y de lo que sembrábamos en nuestros huertos. La vida era tranquila. Yo no tenía que preocuparme por salir al mercado, sino que los clientes venían a comprarme los ponchos en la casa”, cuenta Janeta.
Sin embargo, la vida en la comunidad cambió con la industria, que ofrecía ponchos, fajas, bayetas y otras prendas por la mitad de precio. Un poncho tejido en un telar puede costar entre USD 80 y 120, mientras que uno hecho con hilos sintéticos vale hasta USD 30.
Los jóvenes y niños perdieron el interés por el oficio tradicional cuando migraron a las ciudades para estudiar. “Cuando eran niños, mis hijos ayudaban un poco con el tejido. Pero ellos estudiaban, la meta era que se convirtieran en profesionales y triunfaran en la vida, ¿para qué iban a aprender este oficio?”, se cuestiona risueño Manuel.
En la comunidad lo respetan y llaman ‘Taita Mañitu’, un diminutivo kichwa de su nombre, y un término usado para tratar con cariño a los más ancianos. Es considerado un ‘runa’ (hombre sabio), por lo que los jóvenes, los dirigentes de la comunidad y de las organizaciones que se fundaron en Cacha le piden consejos.
En su juventud, Janeta fue maestro de casi un centenar de otros jóvenes que querían seguir sus pasos. También fue líder comunitario y gestor de varios proyectos para el desarrollo de esa parroquia.
“Taita Mañitu es una leyenda en Cacha. Siempre se destacó por la calidad de sus ponchos, nunca se destiñen ni se deshilan, nunca se negó a enseñar a quien quisiera aprender”, cuenta Segundo Janeta, presidente de la Junta Parroquial.
Janeta se inició en el oficio a los 22 años, cuando contrajo matrimonio con María Agustina Asqui. Su suegro, Juan Asqui, le impulsó a dejar su trabajo como cargador de materiales en la línea férrea y le enseñó el arte de elaborar los ponchos.
Los ponchos de este pueblo se diferencian de los que se utilizan en otras parroquias de Chimborazo, porque en el diseño se aprecian chakanas (cruces andinas), franjas de colores blanco, verde y rosado, que contrastan con el tono rojo del poncho y simbolizan los elementos de la naturaleza.
El poncho de Cacha también se considera un contenedor de la sabiduría ancestral que aún no ha sido decodificado. La chakana, por ejemplo, es un calendario astronómico y agrícola que se usa para planificar la siembra, cosecha y preparación de la tierra, según las estaciones y la ubicación de la luna.
“Manuel Janeta y su esposa fueron premiados por sus esfuerzos por mantener esta sabiduría. Sin los artesanos que conservaron intactos los diseños que les enseñaron a hacer sus padres y abuelos, este conocimiento se hubiera perdido”, dice José Parco, director de la Unidad Intercultural del Municipio de Riobamba.
Janeta cumplió 86 años y ya no puede ver bien, padece fuertes dolores lumbares y tuvo que deshacerse del antiguo telar que le regaló su suegro. Pero su legado perdurará después de su muerte. Al menos 10 de los jóvenes que se instruyeron con él continúan con la tradición artesanal y sus ponchos son demandados.