El tejido de duda no se olvida en San Joaquín

Elsa Sacaquirín, Hortensia Rojas Diana Sacaquirín laboran en San Joaquín. Foto: Lineida Castillo/EL COMERCIO

Elsa Sacaquirín, Hortensia Rojas Diana Sacaquirín laboran en San Joaquín. Foto: Lineida Castillo/EL COMERCIO

Elsa Sacaquirín, Hortensia Rojas Diana Sacaquirín laboran en San Joaquín. Foto: Lineida Castillo/EL COMERCIO

Las fibras naturales son materia prima de artesanos indígenas y campesinos de Cuenca. En la parroquia San Joaquín, más de 50 familias elaboran y venden objetos utilitarios y adornos elaborados con la duda, uno de los tipos de fibra.

Elsa Sacaquirín, de 37 años, es una de las artesanas que comparte con sus dos hijos los saberes ancestrales de este oficio. Sus manos, un cuchillo y una tijera son las únicas herramientas con las que separa los canutillos de diferentes grosores y longitudes.

Las fibras naturales -como la duda, carrizo y paja toquilla- se hilan para obtener hebras que luego se tejen en puntos, tiras o nudos. “Todo depende de la capacidad creativa del artesano”, dice Rosa Angamarca.

La duda llega desde el cantón Pallatanga, en la provincia de Chimborazo, y en menor cantidad desde la parroquia cuencana de Molleturo. La preparación de la fibra es compleja. “Los tallos llegan verdes y pasan por un proceso de secado, antes de deshojarlos”, explica Diana Sacaquirín.

Antes se almacenaba la fibra y se secaba en luna llena, para conseguir una mayor resistencia. Eso lo aprendió María Guamán de su padre, un indígena cañari que realizaba cada proceso siguiendo los conocimientos ancestrales.

La casa de los Sacaquirín, en la parroquia San Joaquín, se convirtió en un taller. Hay habitaciones llenas de materia prima, canastas, baúles, paneras, joyeros… de diferentes tamaños, colores y diseños. Ella y sus tres hermanos heredaron el tejido de su madre.

Sacaquirín recuerda que desde los cinco años trenzaba la duda y a los nueve ya era ayudante de su madre. “Era un trabajo duro y casi todas las familias dependían de los tejidos en duda, carrizo, paja y bambú”. Esta zona abastecía a casi todo el Azuay.

Pero este oficio pierde artesanos por la emigración a Estados Unidos. Las nuevas generaciones se resisten a depender de esta actividad, dice la artesana Gloria Minchala.

Sacaquirín, por ejemplo, se dedica a tiempo completo a tejer, pero sus hijos le ayudan ocasionalmente. Con ella trabajan otras cuatro personas, que producen 400 piezas por semana. Además, recibe obras de 20 tejedoras de la zona. Esa producción va hacia mercados de Guayaquil y Quito.

Una mínima cantidad de canastillas para arreglos florales se destinan a la exportación hacia Estados Unidos. Desde hace dos meses, esta artesana está dedicada a tiempo completo a la elaboración de abanicos, que son adornados con ramas de romero y geranios para venderlos mañana, en Domingo de Ramos.

En San Joaquín es fácil identificar los talleres de los artesanos. Los portales de las pequeñas casas de adobe o ladrillo son las vitrinas para exhibir la variedad de objetos que producen.

Minchala señala que sus productos salen de la imaginación y creatividad, pero también se ajustan a lo que demande el cliente.
Como en todo trabajo, hay temporadas buenas con importantes ventas. Una de esas es la actual: los días previos a la Semana Santa, fiestas de fundación de Cuenca y al Día de la Madre. “Hay más pedidos de canastillas por parte de las floristerías y tiendas de dulces típicos. Se usan para los arreglos florales y para las golosinas”, dice Mónica Pillco.

Hortensia Rojas es otra hábil artesana. Cada día, entre las 08:00 y las 18:00, se sienta sobre una desgastada estera y teje los filamentos, con rapidez. Solo hace una pausa para preparar el almuerzo para su familia. Según ella, entre octubre y diciembre casi no tienen descanso, porque la demanda de las obras se quintuplica. En ese tiempo se dedican a elaborar, casi de forma exclusiva, canastas navideñas para grandes tiendas.

Intercultural

Esta fibra aún se usa en la parroquia cuencana, para tejer adornos y decenas de objetos.

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