Aún en el momento más difícil de su carrera, Mario Ruiz no renegó de su oficio. Permaneció durante dos meses en la Antártida, a menos 40 grados centígrados y lejos de su familia.
El sol nunca se ocultó en el tiempo que estuvo en esta región, a la que fue invitado por científicos estadounidenses para investigar al volcán Erebus, uno de los más activos, situado en la Isla de Ross.
Su cumbre contiene un lago de lava persistente. “Al lugar solo se podía llegar en helicóptero. Fue una experiencia única y dura. Recuerdo que podíamos ver el movimiento de la lava del volcán desde el borde del cráter”.
Ruiz fue uno de los primeros investigadores que se integró a esta institución cuando esta inició sus actividades a principios de los años ochenta.
Comenzó a trabajar en esta entidad al día siguiente del sismo, de origen telúrico, ocurrido el 5 de marzo de 1987. Su trabajo consistía en contabilizar el número de réplicas de este movimiento que alcanzó 7 grados en la escala de Richter.
Registró 22 000 réplicas. “Fue un trabajo intenso”.
Durante la crisis sísmica, viajó en un avión logístico al epicentro, situado cerca del volcán Reventador, con un grupo de especialistas japoneses que llegó a Quito para evaluar el terremoto.
Su vínculo con los volcanes comenzó desde niño y se fortaleció después de subir, en compañía de sus hermanos, al volcán Cotacachi, localizado en la provincia de Imbabura. Después lo volvió a subir, pero esta vez con sus colegas del Instituto Geofísico y fue una escalada técnica.
El vulcanólogo Minard Hall destaca el interés de su colega por conocer la actividad sísmica del país. “Ganó varias becas en Estados Unidos, donde estudió su maestría y doctorado en sismología volcánica. Mario siempre quería aprender”.
La primera vez que Ruiz pudo observar un proceso eruptivo fue en 1998, al regresar de un curso de monitoreo de volcanes que realizó en Japón.
Presenció una erupción de uno de los volcanes más activos del mundo, el Sangay, localizado al sureste de Riobamba.
Varias veces ha viajado al archipiélago de Galápagos para observar y evaluar las erupciones del volcán Cerro Azul, situado en la isla Isabela.
Su interés por la actividad en las islas se refleja en su último proyecto de investigación sobre cómo se transporta el magma en los volcanes de estas islas.
Para Liliana Troncoso, sismóloga, Ruiz es un científico que siempre se fija metas y emprende nuevos estudios.
“Tiene una memoria milimétrica. Recuerda muchos datos”.
Esta investigadora dice que gracias a los contactos que él mantiene en el extranjero se han desarrollado trabajos conjuntos con universidades foráneas.
Para el vulcanólogo Patricio Ramón, el área que dirige Ruiz es una de las más críticas del Geofísico, porque su trabajo está orientado al registro y evaluación sísmica de un país cuya actividad es muy alta en esta área.
“La información que mi colega registra es de mucha trascendencia, porque son incluidos en los códigos sísmicos de represas, edificios y proyectos de gran infraestructura. Él toma el pulso a la Tierra”.
Ruiz también fue uno de los responsables de la instalación de las estaciones símicas en diferentes volcanes, como el Cotopaxi. Cuando comenzó a trabajar en el Geofísico supo que tenía que sacrificar su tiempo libre.
“Para trabajar en esta entidad hay que estar dispuesto a colaborar no importa la hora”.
Ruiz ha impulsado varios proyectos. Uno de ellos estuvo orientado a estudiar al volcán Tungurahua mediante un sistema acústico.
A través de la instalación de varios micrófonos de infrasonido bajo tierra, el Geofísico cuantificó el tamaño de las explosiones de magma, su origen y profundidad, entre otros aspectos.
El sismólogo trajo los micrófonos en calidad de préstamo, de la Universidad de Carolina del Norte. Para él es importante escuchar el canto de los volcanes.
“Cada volcán se manifiesta de forma diferente, cada uno tiene su propio canto”.