“Disparen a todo lo que vean, niños o adultos”. El soldado birmano Zaw Naing Tun confesó en un video que esta fue la orden del jefe de su batallón, en 2017. Dijo que participó en la masacre de 30 musulmanes rohinyá y enterró sus cuerpos en una fosa común.
Se calcula que en el genocidio de los rohinyá en Myanmar, un país de mayoría budista, han sido asesinadas más de 25 000 personas. 700 000 han sido desplazadas.
Un informe de Naciones Unidas, en 2018, señala que “Facebook ha sido un instrumento útil para aquellos que buscan esparcir el odio, en un contexto donde, para la mayoría de usuarios, Facebook es el Internet” en ese país del Sudeste Asiático.
No es el único caso. Una situación parecida se vive en Filipinas, donde su presidente Rodrigo Duterte lleva a cabo una campaña de ‘limpieza social’ contra microtraficantes y adictos. La periodista Maria Ressa, ganadora del Premio Nobel de la Paz en 2021, ha investigado las redes de influencia digital del gobierno de Duterte.
En ambos países, el método ha sido el mismo: utilizar miles de cuentas falsas para esparcir desinformación y legitimar el discurso de odio a través de estereotipos. Mediante influenciadores reales, estos discursos se amplifican y llegan a más personas. Así, se cumple con el primer paso para perpetrar crímenes contra la humanidad: generar un ambiente en el que las mayorías consideran que las matanzas son ‘necesarias’.
Son algunos ejemplos extremos de cuando Internet tiene consecuencias en la vida ‘real’. Facebook tiene casi 3 000 millones de usuarios a escala global, pero apenas 15 000 moderadores de contenido.
Una tormenta comunicacional
En septiembre de 2021, una filtración de información puso nuevamente a Facebook en aprietos. Frances Haugen, exempleada del gigante tecnológico, liberó miles de documentos internos de la compañía.
Estos revelan decisiones gerenciales que ignoraban las recomendaciones de sus propios investigadores con el fin de maximizar ganancias monetarias. Así, se evidencia que la toxicidad y la polarización en esta red social generan una mayor tracción que las interacciones inofensivas, entre amigos o familiares. Según Haugen, los directivos lo sabían, pero decidieron mirar hacia otro lado.
Haugen testificó ante el Senado de Estados Unidos. Myanmar y otras matanzas sectarias fueron mencionadas. Pero los legisladores se centraron principalmente en un fenómeno: las consecuencias que tiene Instagram en la salud mental de adolescentes, en un contexto del culto hacia un tipo de ‘belleza ideal’.
¿Qué es Meta?
Poco después de los ‘Facebook Papers’, la empresa anunciaba un cambio en su marca. Desde ahora, se llamará Meta e incluirá experiencias de realidad virtual y realidad aumentada.
El nombre surge desde una concepción filosófica de la compañía sobre cómo debería ser el Internet del futuro.
“En ese futuro podrás teletransportarte instantáneamente como un holograma para estar en la oficina sin tener que desplazarte, en un concierto con amigos o en la sala de tus padres para ponerte al día”, dijo Mark Zuckerberg, CEO de la compañía, al anunciar el cambio.
Es así que Meta comenzará a explorar con efectos tridimensionales en espacios sociales o profesionales. Zuckerberg lo define como “un espacio virtual social en 3D donde se pueden compartir experiencias inmersivas con otras personas”. Para ello, se utilizarán gafas para realidad virtual.
El problema de fondo
A criterio de Luciana Musello, máster en redes sociales, cultura y sociedad y profesora en la Universidad San Francisco de Quito (USFQ), la discusión en torno a los ‘Facebook Papers’ se centró en un “síntoma de un problema más amplio”.
Ella habla del concepto de “pánico moral”. Se refiere a que “tendemos a buscar explicaciones fáciles sobre las cosas que nos pasan e identificar un culpable específico. Últimamente, ese culpable se ha concentrado en las redes sociales”. En otros momentos de la historia, dice, los chivos expiatorios fueron la televisión, los videojuegos, entre otros avances tecnológicos.
Estas representaciones “reducen la complejidad de cómo funciona la comunicación. Tenemos que preguntarnos en qué estructuras y sistemas económicos funcionan los medios”.
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Para Musello, es necesario hablar de plataformas como Facebook y Google como monopolios. Porque, de cierta manera, “definen cómo está organizada la comunicación”.
Más allá de la concentración de poder, dice Musello, el problema radica en la falta de regulación. “Hemos permitido que Facebook alcance esa escala”.
Y esto es algo que genera “patrones de colonización entre norte y sur”. Ocurre porque los esfuerzos de moderación de contenidos y protección de datos personales son mucho mayores en Estados Unidos y Europa que en otras partes del mundo, definidas como el Sur Global.
Regulación en Ecuador
Ni las campañas de desinformación ni la manipulación de masas serían posibles si Facebook y el resto de redes sociales no recopilaran enormes volúmenes de datos personales.
En este sentido, la Ley de Protección de Datos aprobada en la Asamblea en mayo de 2021 da herramientas al Estado para sancionar a las grandes plataformas, asegura Alfredo Velazco, director de la ONG Usuarios Digitales.
Sin embargo, en la ley “no existe una compensación hacia los usuarios sino solamente una sanción cuyos dineros van a las arcas del Estado”. Aparte de esta, existen nueve normativas previas que regulan el uso y el abuso de datos personales en el país.
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En 2019, Velazco y varios activistas de la privacidad fueron invitados a las instalaciones de Facebook. En ese entonces, la compañía trabajaba en sus proyectos de realidad virtual y realidad aumentada.
“Es algo que tenían que lanzar sí o sí”, asegura. Pero coincidió con la filtración y esto fue un impulso para el lanzamiento de Meta, que en parte Velazco califica como un “lavado de imagen”.