Pese al despliegue de tanta tecnología, no fueron ni los 29 aviones, 18 barcos o 6 helicópteros los que dieron con los restos del avión desaparecido en el océano Índico.
El mérito estuvo en uno de los 21 satélites a los que se pidieron informes. Pertenece a la compañía inglesa Inmarsat y está en órbita desde 1990.
El crédito, sin embargo, no es para la tecnología espacial sino para la mente de los ingenieros que aplicaron teorías de la física y la matemática para decodificar las señales captadas satelitalmente.
Para estimar la posible posición final del avión se aplicó el efecto Doppler, explicó Nicolás Budini, investigador de Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina) a la agencia del Instituto ECYT de la Universidad de Salamanca.
Según Budini, todas las personas alguna vez experimentaron este efecto, que se percibe por ejemplo al escuchar la sirena de una ambulancia. “Si prestamos atención, vamos a notar que cambia el tono del sonido a medida que la sirena avanza hacia nosotros. Cuando se aleja, el sonido pasa a ser más grave.
Esto es el efecto Doppler y se aplica, por ejemplo, en radares que miden la velocidad de autos. Estos aparatos emiten una señal de ultrasonido (de frecuencia definida) y reciben la señal que se refleja en el vehículo que se acerca a una velocidad dada. Como el auto está en movimiento, la frecuencia de la señal recibida (reflejada) es levemente diferente a la emitida por el radar. Esta diferencia permite calcular la velocidad del objeto en movimiento sobre el cual se reflejó la onda”.
En el caso del avión, se utilizó una señal denominada ‘pings’, que se emite automáticamente si se corta el contacto con la estación en tierra. Son importantes para saber que el avión sigue su marcha. El vuelo MH370 emitió seis ‘pings’ antes de desvanecerse.
Calculando el alcance del avión desde el satélite, y el tiempo que le llevó a la señal ser mandada y recibida, se generaron dos arcos de posibles posiciones, un corredor norte y un corredor sur.