La tecnología, en la exégesis del radicalismo 2.0

La destrucción y la violencia se pusieron de manifiesto con las protestas radicales que se viven aún en Chile. Un estallido social que en el caso de ese país no tiene cabecillas Claudio Reyes/ AFP

La destrucción y la violencia se pusieron de manifiesto con las protestas radicales que se viven aún en Chile. Un estallido social que en el caso de ese país no tiene cabecillas Claudio Reyes/ AFP

La destrucción y la violencia se pusieron de manifiesto con las protestas radicales que se viven aún en Chile. Un estallido social que en el caso de ese país no tiene cabecillas Claudio Reyes/ AFP

Todo concepto tiene sus momentos. Primero una génesis y una posterior transformación que se forja con el pasar de los años, sentimientos, generaciones y tecnologías. Los acontecimientos del 2019, cargados de fuerza y nihilismo, muestran que el radicalismo como opción política se ha transformado.

Las escenas de destrucción en Ecuador, Chile, Bolivia y Colombia tienen una inquietante polivalencia de reivindicación, miedo, impotencia e incertidumbre. Es una narrativa de acción-mensaje, en la que muchas veces pueden caber varias interpretaciones.

Las implicaciones del radicalismo han variado hasta hoy, más en la forma en cómo se aplica que en su concepción. De principio nace en Europa, la Inglaterra de finales del siglo XVIII, específicamente. La corriente busca reivindicar los derechos civiles; es radical porque proviene de la expresión latina radix a totus, la raíz de todo. Es decir, busca ir a la raíz de los problemas.

Los primeros radicales ingleses, encabezados por Charles J. Fox, estaban en contra de la esclavitud, estaban a favor de una reforma hacia el sufragio universal. No hace falta decir que esas ideas tienen un componente radical en las bases de un Estado liberal en su economía, pero conservador en sus raíces sociales.

De ahí en adelante, esta idea se transforma. Hay simbiosis con las situaciones políticas de las diferentes culturas, de las diferentes coyunturas. En Ecuador, el radicalismo estuvo ligado a las bases más izquierdistas del liberalismo, cuando esa corriente política era la contraposición al conservadurismo, que se apoyaba en el clericalismo y se fundamentaba en las clases sociales. El ala radical del liberalismo ecuatoriano siempre estuvo ligada al ala liderada por Eloy Alfaro.

La idea de radicalismo va migrando del tablero electoral hacia los movimientos sociales que no necesariamente hacen política electoral.
En la década de 1980, Ecuador vive la irrupción de grupos subversivos que toman el concepto del radicalismo al extremo con acciones ‘espectaculares’ que llevaran a posicionar su estatus confrontativo fuera de la ley: secuestros, robos a bancos. Se tomó la impronta del alfarismo, se usó su nombre y hubo comandos urbanos, grupos conocidos como Organizaciones Político Militares, que al final de la década sucumbieron ante una arremetida fuerte del Estado para finiquitar esa aventura de sangre y conmoción social.

Con la llegada de la década de 1990, los comunicólogos y politólogos del mundo avizoraron que la Internet daría una ventana a todas las posibilidades de reestructuración social y que sus luchas sufrirán metamorfosis interesantes. La acción colectiva será en tiempo real y más colaborativo, como lo plantean desde la política Sydney Melucci y Alberto Tarrow en 1996, o Howard Rheingold, quien desde la Universidad de Stanford vio cómo esa tecnología revolucionaria de la Internet lograría establecer lo que identificó en 1998 por primera vez con el concepto de “comunidad virtual”.

Con esa irrupción y el mejoramiento de las tecnologías se establecen los lineamientos de la sociedad red, la sociedad conectada que tan eficazmente describió Manuel Castells. Los lineamientos de la Primavera Árabe (2010-2013), en donde los ciudadanos aupados por la conectividad mostraron sus insatisfacciones políticas en el mundo árabe y se organizaron a través de redes sociales para la protesta callejera.

Con estas referencias se puede decir que el radicalismo en el siglo XXI es una acción colectiva afirmada en redes comunicacionales, propias de un mundo altamente tecnologizado.

Otra ola de ciberactivismo es el movimiento de los indignados, que salieron a protestar el 15 de mayo del 2011 en Madrid, España, en contra del modelo bipartidista de ese país.

El luso Elísio Estanque no tiene dudas de que las tendencias políticas actuales se afianzan en el ciberactivismo, que ha permitido que movimientos como el de los indignados expandan su mensaje.“El ciberactivismo es una característica distintiva que ha posibilitado la expansión geográfica de la indignación, eso pone en evidencia su carácter modular en consonancia con las tendencias contemporáneas”.

Manuel Castells, a casi 15 años de haber teorizado sobre la sociedad-red, dice que en el 2019 ese mundo es una realidad absoluta. “Hoy en este planeta de 7 600 millones de personas, más o menos hay 7 000 millones de números de teléfonos móviles. Prácticamente, si descontamos a los niños menores de 3 años que hoy no tienen su número personal, el planeta está conectado”.

Para Castells el reto que impone esta realidad viene a dos bandas. Para el poder político, que desea controlar todo, es una oportunidad tener información, aunque la cantidad sea desbordante y sea imposible clasificarla, digerirla y utilizarla. De ahí que la sociedad también tenga una ventana, pues los “internautas son capaces de procesar, almacenar y transmitir información sin restricciones de distancia, tiempo ni volumen”.

Por eso, las olas de radicalismo que se iniciaron en Sudamérica con las protestas de Ecuador, en octubre, y luego se prolongaron en Chile y Bolivia, principalmente, tuvieron a lo tecnológico como elemento determinante para que esos conglomerados sociales se manifiesten efectivamente, incluso como en el caso de Chile, sin dirigentes ni cabecillas visibles. Una consecuencia del radicalismo 2.0.

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