En poco tiempo es posible que usted beba un café servido por un robot; que lea un libro con realidad aumentada; o que caliente sus alimentos en una cocina alimentada por hidrógeno. Todo esto gracias a los dispositivos desarrollados por tres quiteños, quienes con sus grupos de investigación han creado los aparatos pensados para las necesidades de los usuarios del presente inmediato.
Diego Balarezo es uno de ellos. Él empezó en su adolescencia a construir sus primeros robots. Ahora, más de 15 años después, dirige Robitz, una empresa a través de la cual busca automatizar las empresas y los hogares ecuatorianos creando autómatas capaces de ayudar en tareas como arreglar el hogar, asistir en la oficina o servir de compañía a los más pequeños de la casa. Diego ha madurado las ideas a través de los años y ha ganado experiencia.
Por casi 30 años, César Torres, en cambio, ha trabajado en sistemas que aprovechan el hidrógeno como combustible. En 2013 presentó el primero de sus inventos: un dispositivo que aprovecha al máximo el combustible de los automóviles y que deja como productos residuales agua y una mínima cantidad de otros elementos, como óxido de carbono. En este año, él creó la primera cocina que funciona con hidrógeno y que para su funcionamiento utiliza igualmente agua y 12 voltios, con una eficiencia en la cocción de más del 40%, con relación a las que utilizan gas.
A ellos se suma Richard Cóndor, un joven estudiante de la Universidad San Francisco de Quito, quien junto con Adrián Armijos creó LifeBooks, una iniciativa empresarial y tecnológica enfocada en la lectura. El funcionamiento de su dispositivo es sencillo: cada libro incorpora una historia con realidad aumentada.
Al pasar una tableta o un teléfono inteligente sobre la publicación, y mediante una aplicación móvil, se mira en la pantalla del usuario una animación que corresponde a cada página de los dos cuentos en los que han trabajado. Así, en el proceso de lectura de los niños se incorpora el elemento tecnológico, lo cual permite una interacción más intensa entre el lector y la obra. Para Richard, y con base en la experiencia con su sobrino, los más pequeños logran engancharse nuevamente con las palabras.
Para estos tres emprendedores tecnológicos, Quito ha dejado su huella en sus dispositivos. A través de la protección ambiental, la automatización de los procesos o la innovación en la lectura, ellos esperan que los habitantes de su ciudad sean los primeros beneficiarios de sus productos. De ahí en adelante, Diego, Richard y César tan solo esperan que el mundo reconozca que desde la Mitad del Mundo se está repensando la manera de hacer tecnología en pleno siglo XXI.
La robótica desde un barrio tecnológico
Quito ha dejado su huella en los dispositivos creados por Diego Balarezo. Y no se trata de que sus robots tengan la característica “f” al final de sus frases. Más bien, ese espíritu quiteño lo nota en lo que le brinda su propio barrio, en el sector del Parque Inglés.
Para él, este punto de la ciudad es de gran ayuda en cualquier proyecto tecnológico, “gracias a que todo está a la mano”. Desde un torno industrial, pasando por una maderería o una tienda de maquinarias, él ha dado vida a sus robots porque ahí tiene la facilidad de encontrar los insumos para construir sus productos. Justo en estos días, él trabaja en un robot que servirá cafés en la ciudad desde mediados de este mes.
Letras que forman a nuevas generaciones
Richard Cóndor siente que cada una de las páginas de los dos libros en los que ha trabajado resguardan un pedazo de Quito. Lo siente cuando toma consciencia de que fue en esta ciudad donde vio la necesidad de fomentar la lectura entre las poblaciones más jóvenes.
El ADN quiteño en sus creaciones, según el inventor, está presente en algo tan sencillo como en el equipo con el que trabaja. Junto a Adrián Armijos, otro innovador, han descubierto que la ciudad es una de las mejores plataformas del país no solo para encontrar inversionistas sino compradores realmente interesados en sus productos. Eso, dice, porque en Quito se concentran grandes grupos comerciales que están dispuestos a apostar por ideas innovadoras.
Un dispositivo para el cuidado del ambiente
Allá en la década de 1990, cuando apenas se entendía cómo impactaba negativamente la contaminación en la vida de las personas, César Torres se preocupaba ya por el aire de la ciudad.
Por eso sus primeros dispositivos estaban enfocados en disminuir los gases nocivos que emitían los automóviles dentro de una urbe que se alistaba para la revolución automotriz posterior.
Más de 20 años después, su invento se convirtió en un aliado para quienes intentan reducir la huella ambiental de sus vehículos. Ha vendido cientos de sus dispositivos (disponibles en la página de Facebook Hidroxi Ecuador), ayudando a recuperar la calidad del aire quiteño.