El diseño y confección de vestuario es de Guillermo Silverio y Luiggi Pastenez. Foto: Cortesía / Ananda producciones
En 1936, Federico García Lorca escribió ‘La casa de Bernarda Alba’, drama familiar para teatro, cuyos personajes principales son un grupo de mujeres. Pero el viernes 29, esta pieza escénica será interpretada por seis hombres, en el Teatro Variedades Ernesto Albán, en Quito.
Esa aparente contradicción en el cambio de género en el elenco es parte de una propuesta producida por Guillermo Silverio, y dirigida por José Julián Martínez, que además de transgredir la idea del purismo y la interpretación clásica de la obra, también se dispone a desafiar prejuicios sociales y culturales.
La obra, estrenada a finales del 2017, vuelve a escena con Gonzalo Cubero, Fernando Gálvez, Guillermo Silverio y Jeff Nieto, como parte del elenco original. Josua González y Christian González se incorporan esta vez, para completar el reparto de seis actores que aceptaron el desafío de ponerse en los zapatos, pero también de asumir como suyos los anhelos y desengaños de las mujeres que protagonizan ‘La casa de Bernarda Alba’.
En líneas generales, explica el director, la obra conserva intacto el argumento central del texto escrito por García Lorca, pero al hacer una relectura, también se abre la puerta a la licencia creativa.
Llevada a escena por primera en 1945, en Buenos Aires, ‘La casa de Bernarda Alba’ narra la historia del riguroso y extenso luto al que Bernarda somete a sus hijas tras haber enviudado por segunda vez a los 60 años.
Las paredes de la casa pasan a delimitar una especie de presidio, bajo el dominio de una mujer que ejerce una tiránica vigilancia y control sobre sus hijas solteras, con la idea de resguardar el honor familiar.
Cuando Bernarda decide entregar en casamiento a su hija Angustias a Pepe el Romano, se desata una lucha de pasiones y envidia entre las hermanas, que termina en tragedia.
Sobre esa línea narrativa se van modificando elementos, que le confieren a la obra dirigida por Martínez una identidad única y propia.
La escenografía, al igual que la música, es mínima, eso exige de los actores su máxima capacidad vocal, gestual y corporal, para crear el universo visual y emocional que plantea originalmente Lorca.
El melodrama al que tiende el autor ha sido matizado con algunos elementos de comedia, sin dejar de lado el realismo poético con el que se construye la narración.
En lo visual, los trajes femeninos que visten los hombres proyectan directamente la relación de dominio y sumisión que existe entre los personajes a través del cuero, las fustas, correas, collares y manillas, comunes en la práctica del ‘bondage’.
La apariencia, dice Martínez, está lejos de la imitación o la parodia, pues la idea es tender puentes entre hombres y mujeres, que les permita reconocerse en sus diferencias y similitudes y, al mismo tiempo, entender que el abuso de poder y la tragedia los iguala en su condición de personas.