Troncos desechados, ladrillos fraccionados y viejos periódicos cambian la perspectiva interior de un inmueble. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO.
Como en la moda o las artes, la originalidad en la arquitectura aumenta exponencialmente el valor de la propuesta. La vuelve única, irrepetible, auténtica… con escasa opción a copias, plagios o falsificaciones.
Si a este valor intrínseco se suman la orientación ecológica del proyecto (tanto en materiales como en técnicas constructivas) y la construcción casi artesanal de los diferentes espacios y equipamientos, pues estamos ante un ejemplo de arquitectura sustentable.
Eso es, precisamente, lo que acaba de lograr el equipo liderado por el arquitecto Daniel Moreno en 36 de los 98 m² de un departamento de un edificio ubicado en la González Suárez, uno de los reductos del estilo contemporáneo en Quito.
Junto a su colega Carla Kienz y con el apoyo de los maestros mayores Jaime y Roberto Quinga y de Francisco Álvaro en la provisión de las maderas, transmutaron un escenario ortogonal de hormigón armado en un ambiente totalmente sui géneris, con un estilo arquitectónico que es las antípodas del primero y que, sin embargo, no causa una ruptura sino una armónica comunión de estilos.
Para lograr esa transmutación, Moreno y sus adláteres se valieron de dos prácticas que adquieren más y más importancia: la optimización espacial y el reciclaje selectivo.
Con ellas, la vieja cocina y el antiguo baño privado (de pisos de cerámica y muebles modulares con encimera de granito) se transformaron en dos nuevas propuestas espaciales con pisos de ladrillo fraccionado, mobiliario de madera rústica y una pared divisora elaborada con periódicos usados unidos mediante presión. Periódicos ‘de ayer’ que se compraron a USD 0,12 el kg.
La mesa-isla de la cocina, por ejemplo, se fabricó con un solo y gran tronco de eucalipto que Álvaro encontró cerca del parque De la Mujer.
De ese gigante salieron, también, los pedazos que se convirtieron en las bases del fregadero de la cocina, el lavabo del baño y el piso de la ducha.
La mesa tiene un concepto multifuncional: puede servir para una o para ocho personas. El cambio se realiza mediante un juego de pesos, elaborado con poleas, cable de acero y eslabones de una cadena de grúa, que levanta o baja una parte del gran tronco a voluntad.
Completan la escenografía de la cocina y el baño pedazos de la vieja tubería de cobre que salió a la luz con los trabajos de demolición que se realizaron para adecuar el nuevo volumen. Estos funcionan como sostenes de la isla, portavajillas del fregadero y hasta como parte de la consola del baño.
El concepto arquitectónico, explica Moreno, es revalorizar los ambientes optimizando el uso del reciclaje y del espacio. La cocina, entonces, se vuelve un centro de reunión tan importante como la sala, con una importante adición: aumenta la intimidad y la confianza.