Cosas extrañas que pasan

Tras varios años fuera de las pantallas, Winona Ryder vuelve como protagonista de Stranger Things, una serie que transmite Netflix.

Tras varios años fuera de las pantallas, Winona Ryder vuelve como protagonista de Stranger Things, una serie que transmite Netflix.

Tras varios años fuera de las pantallas, Winona Ryder vuelve como protagonista de Stranger Things, una serie que transmite Netflix.

Se nota que los hermanos Matt y Ross Duffer, creadores de la serie Stranger Things, no solo nacieron y se criaron en los 80’s -ambos son del 84- si no que han decidido quedarse a vivir ahí por lo menos un tiempo, ahí, en esa especie de dimensión paralela en alteración constante que es el pasado, donde los recuerdos no se repiten: pasan siempre por primera vez. La historia está ambientada en 1983 y, como muchas de las películas que se hicieron en esa época, parte desde un accidente en apariencia menor: un niño sale de la casa de sus amigos, donde ha estado horas enteras jugando juegos de mesa y fantasía, va pedaleando por el barrio en el que vive, de pronto pierde el equilibrio y ya no lo volvemos a ver. La madre es la primera en darse cuenta de la ausencia de su hijo, llama a la policía y aquí es cuando lo que podría ser un pequeño y hasta natural ataque de histeria cambia por completo la rutina de un pequeño pueblo en la mitad de la nada, que es donde siempre ocurren estas cosas.

The Duffer Brothers han hecho una serie que contiene y explota toda la mitología del cine de terror y aventuras de los 80’s. Los elementos aparecen por todos lados: hay, en las afueras del pueblo, un laboratorio que mantiene prácticas sospechosas y que, obvio, está vinculado con el gobierno de los Estados Unidos; hay, claro, un científico que podría estar o no loco pero que seguro sufre algún desequilibrio; hay un antihéroe (que dicho sea de paso nos recuerda demasiado a Jack Nicholson en El resplandor), un policía venido a menos, deprimido y alcohólico que encuentra en este caso algo parecido a una razón para vivir. Hay adolescentes que se creen más grandes de lo que son y están descubriendo sus cuerpos pero no saben lo que les espera; hay una niña con poderes que mueve cosas con la mente; y hay, por supuesto, cómo no iba a haber si esta era la razón por la que estas películas nos gustaban tanto, cuatro niños que son muy amigos y muy nerds, que no la pasan tan bien en el colegio, que quisieran ser otra cosa y no lo que son y que aún así logran combatir al monstruo. Porque sí: hay un monstruo.

Pero, por lo menos para mí, el verdadero logro sentimental, nostálgico y romántico de Stranger Things es haberle devuelto su lugar a Winona Ryder, una de las mejores actrices de su generación, la novia de los 90’s, dueña de una belleza totalmente personal -la verdadera belleza resiste al tiempo y al olvido porque ocultarla es imposible- que pudo haber capitalizado de forma tradicional en Hollywood pero que siempre prefirió arriesgar un poco por el arte. Ahí están Beetlejuice y Heathers, Welcome Home, Roxy Carmichael, y Eduardo Manos de Tijera, Bocados de realidad e Inocencia interrumpida, Drácula y La edad de la inocencia. Más que suficiente para construir eso que llaman una carrera y que Winona Ryder hizo en poco más de una década, antes de cumplir los 30 años de edad.

Su rostro, sus peinados y esa onda de chica alternativa que se-viste-mal-pero-se-ve-bien definieron la estética moral de una década donde se podía ser hermosa y freak, como corresponde.

Ahora ha vuelto, es la madre del chico perdido, es pobre y es fácil intuir que no ha tomado las mejores decisiones. Pero, hey, ¿quién lo ha hecho? Al contrario, esa vulnerabilidad de espíritu y esa fragilidad mental que en algún momento se acerca peligrosamente a la demencia, hacen que su personaje, quizás el más cuestionado y cuestionable dentro de un elenco que cumple a cabalidad con todos sus arquetipos, sea o mejor dicho vuelva a hacer una de esas mujeres a las que uno quiere proteger sabiendo de antemano que si alguien va a salvarnos pues esa será ella.

The Duffer Brothers no son los hermanos Coen, no indagan en el folk más extraño de su país para poder contarlo y capaz hasta entenderlo desde ahí; al contrario, los Duffer se enorgullecen de los lugares comunes y de los clichés y los filman con patriotismo: como diciendo somos de esa generación que se educó frente a la televisión y esto fue lo que aprendimos. Mal que mal, esa también es su tierra, esa también es su historia. Desde la secuencia de créditos, que tiene esa onda terror-de-pueblo-chico a lo Twin Peaks mezclado con las bandas sonoras compuestas por John Carpenter, uno sabe que está entrando a uno de esos sitios donde todos se conocen, donde los niños andan sueltos por las calles, donde siempre hay la posibilidad de encontrarte con la amiga de tu mamá en el lugar menos conveniente, donde la chica linda sale con el chico lindo, ese tipo de lugar en el que suceden cosas extrañas y aún más extrañas.

Me recuerda a una serie que si no es de culto pues debería serlo, Eerie, Indiana, justo con dos niños al centro del elenco que capítulo a capítulo iban descubriendo que el pequeño pueblo donde vivían era en verdad un universo profundo poblado por gente loca. Digamos que Stranger Things es la versión sofisticada y para adultos que crecieron emparentados por la misma cultura pop: desde He-Man hasta El señor de los anillos, desde Tiburón hasta La guerra de las galaxias.

Y aquí un apartado especial para la música, aunque si la serie se hubiese estrenado en 1983 jamás hubiesen conseguido que bandas como Television, Joy Division o The Smiths sonaran en una gran producción como esta. Hubiese sido imposible porque ninguna de esas bandas, que ahora son legendarias, tenía en ese momento la teleaudiencia necesaria, pero bueno, aquí lo hicieron y con eso creo que han resuelto uno de los grandes propósitos de los viajes en el tiempo: enmendar los errores del pasado.

Y algo más. Cuando su hijo le diga que él y sus compañeros han descubierto un portal que conduce a otra dimensión y que esa dimensión está justo debajo de sus pies, que usted camina todos los días por el techo de esa otra dimensión, créale. Porque sí: hay otro mundo debajo del nuestro.

*Editor adjunto de la revista Mundo Diners

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